Una cena espantosa: cómo los suegros hicieron dudar a una madre sobre el futuro de su hijo
En un pueblo cercano a Segovia, Elena se preparaba para un momento crucial: conocer a la familia de la prometida de su hijo, Arturo. Imaginaba una velada cálida, llena de charlas sinceras, buena comida y sonrisas genuinas. Arturo le había asegurado que los padres de su novia, Lucía, eran gente sencilla y bondadosa. Elena confiaba en que aquella visita marcaría el inicio de una gran unión familiar. Pero en lugar de una acogida afectuosa, lo que encontró fue una decepción tan profunda que la hizo cuestionarse: ¿de verdad debía su hijo unir su vida a esa familia?
El camino a casa de los suegros duró horas, y Elena y Arturo llegaron al anochecer. Aunque el cielo estaba nublado, el ánimo de ella seguía alto. Vistió su mejor traje, llevó una tarta casera como muestra de respeto y esperaba ser recibida con cariño. Sin embargo, desde el primer momento, sus ilusiones se vinieron abajo. La madre de Lucía, Carmen, les lanzó una mirada fría y dijo secamente: «Pasad al salón y esperad allí». Elena se sintió desconcertada, pero siguió a su hijo, pensando que quizá era solo un comienzo tenso.
El salón resultó ser pequeño, con muebles gastados y un ambiente gélido. Elena se estremeció; parecía que no hubieran encendido la calefacción en días. Carmen desapareció en la cocina, mientras que el padre de Lucía, Manuel, murmuró algo sobre unos recados y se marchó al patio. Arturo intentó aligerar el ambiente, pero Elena se sentía como una intrusa. Esperaban ser invitados a la mesa, pero los minutos pasaban y nada ocurría. Lucía, con una sonrisa tímida, ofreció café, pero incluso este estaba frío y amargo, servido en tazas desportilladas. Elena intentó conversar, pero las respuestas eran cortantes y las miradas de los suegros, indiferentes.
Pasó una hora, luego otra. El hambre apretaba y Elena perdía la paciencia. Susurró a Arturo: «¿Cuándo nos van a dar de comer? ¡Somos invitados!». Él solo se encogió de hombros, acostumbrado a las rarezas de la familia de Lucía. Al fin, Carmen apareció con los platos. Elena esperaba un banquete, como se estilaba en su casa, pero lo que vio la dejó helada: un cuenco de sopa aguada con dos trozos de patata y unas albóndigas que olían a aceite rancio. Acompañaban un pan duro y unas berenjenas en vinagre con un regusto ácido. «Comed, no os cortéis», soltó la suegra antes de marcharse otra vez.
Elena miró aquella comida y sintió cómo la indignación le quemaba el pecho. No era una cena, era una burla. Tragó una cucharada de sopa, pero el sabor era repugnante. Arturo comía en silencio, como si no notara nada, mientras Lucía movía el tenedor sin ganas, evitando su mirada. Manuel regresó, pero solo para gruñir que tenía cosas que hacer y volver a desaparecer. Elena intentó hablar, pero los suegros respondían con monosílabos, como si los visitantes les molestaran. La tarta que había preparado con esmero quedó olvidada en un rincón de la mesa.
Cuando sirvieron el café—de nuevo frío y con sabor a cafetera sucia—Elena no pudo más. «¿Por qué tanta mezquindad?», preguntó en voz baja a Arturo. «Vinimos a conocernos, y nos tratan como un estorbo». Él balbuceó que en casa de Lucía siempre era así. Pero para Elena no era solo «así». Recordaba cómo en su familia se recibía a los invitados con los brazos abiertos, con la mesa repleta de manjares. ¿Y esto? Una sopa triste, pan duro, miradas heladas. No era una bienvenida, era un desprecio.
El viaje de vuelta estuvo cargado de silencios incómodos. Elena observaba a su hijo, callado, y sentía un nudo en el estómago. Se imaginaba a Arturo atado a esa familia, donde reinaban la indiferencia y la tacañería. «¿De verdad va a conformarse con migajas el resto de su vida?», pensaba. «¿Con una familia que no valora a sus invitados ni la sangre?». Sabía que Lucía era dulce, pero aquella noche le había mostrado la crudeza de su hogar. Y eso podía envenenar su futuro.
En casa, Elena no durmió en toda la noche. Oscilaba entre el deseo de proteger a su hijo y el miedo a herir sus sentimientos. ¿Cómo decirle que esa no era la familia que quería para él? Temía romperle el corazón, pero callar era peor. Juró hablar con Arturo, pero ¿qué palabras usar? ¿Entendería sus miedos, o el amor lo cegaría? Y lo más importante: ¿qué les esperaba si ese matrimonio seguía adelante?