«No somos familia»: por qué me negué a dejar entrar a mi cuñada en casa

Marina freía unos buñuelos en la cocina cuando, de repente, llamaron a la puerta. En el umbral estaba Rosa Nieves, su suegra, con la mirada fría como siempre y sin rastro de sonrisa.

—No he venido a tomar un café— dijo secamente, entrando sin esperar invitación—. Tengo un asunto importante.

—¿Qué asunto?— Marina se secó las manos con un trapo y forzó una sonrisa.

—Julia y Óscar, después de la boda, viven conmigo. El piso es pequeño, se siente agobiante con tres personas. Tú tienes el de la abuela vacío. Deja que los jóvenes se muden allí.

—No. Después de todo lo ocurrido, por supuesto que no— respondió secamente Marina, cruzando los brazos frente a ella.

—¿Y qué he hecho yo?— su suegra se mostró genuinamente sorprendida, como incapaz de entender la situación.

Marina aún recordaba cómo, un mes atrás, se había preocupado por la boda de su cuñada. Le daba vueltas a la cabeza pensando en qué regalarles, pues su relación con Julia era cálida, casi amistosa. Estaba segura de que ella y su marido, Jorge, estarían entre los primeros invitados. Sobre todo porque Julia les había pedido prestados quinientos euros para el banquete.

—¿Y si no nos invitan en absoluto?— había comentado Jorge con ironía.

—Tonterías. Eres su hermano, ¿cómo no iban a invitarnos?— contestó ella, aún con esperanza.

Marina incluso había sacado del armario su mejor vestido y sus zapatos. Esperó. Confió.

Pero la fecha se acercaba y la invitación nunca llegó. Ni de Julia ni de Rosa Nieves. Tres días antes, con el corazón encogido, entendió que los habían ignorado deliberadamente.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras guardaba el vestido de nuevo en el armario. Jorge, como siempre, se mantuvo impasible. «Mejor dormiré el fin de semana», fue todo lo que dijo.

Un par de días después de la boda, su suegra llamó. Dijo que quería pasar. Marina decidió ir al grano:

—¿Por qué no nos invitasteis?

—Bueno… decidimos invitar solo a gente joven. Vosotros ya pasáis de los treinta— balbuceó Rosa Nieves con incomodidad.

Marina casi lo creyó. Pero después, encontrándose con la hermana de su suegra en el supermercado, descubrió la verdad: en la boda había habido gente mayor, parientes lejanos. Ni una palabra sobre la edad.

—¿Y vosotros por qué no fuisteis?— preguntó la mujer con sorpresa.

Marina sintió vergüenza. Vergüenza por quienes debían ser su familia.

En casa, se lo contó todo a Jorge, y él sugirió llamar a su madre.

—Rosa Nieves, díganos laverdad: ¿por qué no nos invitaron? —preguntó Marina con firmeza—, y no mienta, su hermana me contó exactamente quién estuvo allí.

Rate article
MagistrUm
«No somos familia»: por qué me negué a dejar entrar a mi cuñada en casa