«Mamá necesita descansar»: Estas palabras las repetía cada día tras el nacimiento de su hijo… hasta el final

«Mamá necesita descansar»: Esas palabras las repetía cada día desde el nacimiento de nuestro hijo… hasta el final.

Cada noche, al volver del trabajo, lo primero que hacía era lavarse las manos e ir directo a la cuna. Ni el aroma de la cena ni su periódico favorito lograban distraerlo. Se inclinaba sobre el moisés, cogía al pequeño con cuidado y, en ese instante, yo volvía a enamorarme de él. Del hombre que no temía ser padre. Del marido que no se olvidaba de mí.

—Mamá necesita descansar— decía con una sonrisa, meciendo suavemente a Santiago entre sus brazos mientras tarareaba una nana hasta que el niño se dormía.

—Mamá necesita descansar— susurraba en mitad de la noche, levantándose primero para cambiar el pañal, entregándomelo después con ternura para que lo amamantara, y volviendo a acostarlo en su cuna con manos de seda.

—Mamá necesita descansar— repetía cada tarde, atándose el delantal y lidiando con los caprichos de nuestro pequeño testarudo, transformando cada puré en una epopeya.

—Mamá necesita descansar— murmuraba mientras vestía al pequeño Santi para sacarlo a pasear, dándome así media hora de paz para ducharme o simplemente respirar.

—Mamá necesita descansar— decía, sentando a un Santi ya crecidito en sus rodillas, inventando cuentos mágicos al vuelo solo para distraerlo y regalarme un momento de silencio.

—Mamá necesita descansar— pronunciaba mientras repasaba los deberes, explicando con paciencia las matemáticas que a Santiago se le atragantaban.

—Mamá necesita descansar— susurró aquella noche en que Santi, ya un hombre, volvió tarde del baile de graduación y pasó de puntillas por la cocina.

Cada vez que escuchaba esas palabras, una oleada de ternura me envolvía. El corazón se me apretaba y los ojos se me llenaban de lágrimas—no de dolor, sino de felicidad. Quería detener el tiempo y quedarme para siempre en ese amor.

Luego llegó la tercera etapa. Cuando «mamá» se convirtió en «abuela».

—¡La abuela necesita descansar!— sonreía ante nuestro nieto, cuando el niño, de visita el fin de semana, lloriqueaba pidiendo a sus padres. Y entonces, mi marido volvía a cantar la misma nana… pero a otro niño.

—La abuela necesita descansar— guiñaba un ojo mientras preparaba las cañas de pescar y se llevaba a Santi y al pequeño al estanque.

—La abuela necesita descansar— decía con suavidad, ofreciendo los auriculares al nieto para que bajara el volumen de la tablet.

No llegó a conocer a su nieta Lucía. Se fue demasiado pronto, en silencio. Los hijos me llevaron a vivir con ellos—no querían que me quedara sola en aquella casa vacía.

La primera vez que cogí en brazos a la pequeña Lucía, no pude contenerme—rompí a llorar. Casi escuché su voz, como si estuviera detrás de mí, diciendo:
—La abuela necesita descansar…

Hasta me giré. Una esperanza tonta… ¿Y si acaso?

Más tarde, cuando la noche cubría la casa y yo estaba a punto de dormirme, llegó un susurro desde el salón. La voz de mi hijo, ya adulto:

—Duérmete, cariño, duérmete. Mamá necesita descansar…

Me levanté, entorné la puerta y lo vi mecer a su hija, tarareando la misma canción de cuna. La que una vez le cantó su padre.

Él ya no está. Pero las palabras «mamá necesita descansar» siguen vivas. En nosotros. En nuestro hijo. En sus hijos. Y en la memoria, donde ni el tiempo podrá borrarlas.

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«Mamá necesita descansar»: Estas palabras las repetía cada día tras el nacimiento de su hijo… hasta el final