Tenías dos hijos y acabaste como la abuela de los tres mosqueteros: cero visitas, cero llamadas, cero interés. Pasaron cinco años desde que enterramos a tu familia, que mira por donde, solo se acordaron de que existías cuando les llegó el rumor de que ibas a dejarle el piso a tu sobrina.
Tú, que te partiste la espalda criando a esos dos zagales, pensando que serían tu apoyo en la vejez, acabas celebrando Navidad con tu hermano y su hija, la sobrina que te llama cada noche para preguntar: «Tía Carmen, ¿qué tal estás?». Ella fue la que te enseñó a usar el móvil para pedir la compra, la que te trajo las medicinas cuando caíste enferma, la que se sentó a tu lado sin pedir nada a cambio. Mientras tus hijos tenían agendas más apretadas que un político en campaña, ella tenía tiempo para ti.
Claro, cuando empezó la pandemia, tus vástagos sacaron el manual de buenos hijos en modo exprés. «No salgas, mamá», «pide a domicilio», «cuídate mucho». Pero eso sí, sin enseñarte cómo. La sobrina, en cambio, vino con un cursillo express: «Tía, descárgate esta app». Hasta la nieta de tu sobrina te llama «abuela», y eso que tus verdaderos nietos ni saben cómo eres.
La gota que colmó el vaso fue lo del piso. Cuando lo comentaste en voz alta, aparecieron como por arte de magia. El mayor te llamó con esa voz de «esto no puede ser», como si la propiedad fuera sagrada. Y esa misma tarde, se presentaron en tu casa con un pastel de esos de supermercado, sonrisas forzadas y un discurso de manual: «No puedes hacer esto», «esa no es de la familia», «¿y qué pasa con nosotros?». Tú, con esa cabeza más fría que un yogur de Mercadona, solo dijiste: «Gracias por la visita. Mi decisión está tomada».
Se fueron dando un portazo, amenazando con dejar de «ayudarte» y alejarte de los nietos. Lo gracioso es que llevan años haciéndolo sin darse cuenta. ¿Ayuda? ¿Qué ayuda? Si cuando se te rompió la nevera ni siquiera se molestaron en acompañarte a comprar una nueva. Tú te fuiste con tu hermano, y la sobrina, que por algo tiene más corazón que los dos juntos.
Ahora bien, si al final la sobrina sale rana y te deja en la calle, pues mala suerte, pero tú prefieres confiar en quien te ha demostrado cariño sin calculadora en mano. Ellos, en cambio, que se arreglen con su conciencia. Si es que les queda algo más que el interés por los metros cuadrados.