**Diario personal**
Hoy ha empezado a nevar en Madrid, esos copos finos que anuncian el invierno. Pero no es el frío lo que me aprieta el corazón, sino la preocupación por mi hija. Sofía, mi niña, está a punto de dar a luz. Ya va por la semana treinta y ocho, cualquier día ahora, y en su cabeza solo hay espacio para manicuras, sesiones de fotos y planes con sus amigas en cafeterías de moda. Como si lo que viene no fuera un hijo, sino un accesorio más para su Instagram.
No lo entiendo. ¿Dónde está ese instinto que despierta hasta en los animales más salvajes cuando van a ser madres? Sofía lleva casada seis años con Javier, un buen chico, trabajador. Se conocieron en la universidad, compraron un piso con ayuda de los padres y pospusieron la maternidad para centrarse en sus carreras. Cuando por fin anunció el embarazo, todas saltamos de alegría. Pero pronto vi que para ella no era lo mismo.
Ayer la sorprendí buscando niñeras para el recién nacido. ¡Ni siquiera ha nacido aún!
—Mamá, no exageres —me dijo—. En Europa lo hace todo el mundo. Ser madre no significa renunciar a tu vida. Quiero seguir saliendo, ir al gimnasio…
Me faltó el aire. En mis tiempos, ser madre era una responsabilidad sagrada. Las noches sin dormir, las prisas por llegar a casa, el biberón caliente a las tres de la madrugada… Eso era la vida. Pero ella lo veía como un obstáculo.
Yo y su suegra fuimos las que compramos la cuna, el moisés, los bodies. Sofía ni siquiera se emocionó. Lo único que la ilusiona es su viaje de Año Nuevo con las amigas.
—¡Mamá, no voy a estar encerrada como una monja! —me soltó el otro día.
Perdí los estribos. Le dije que la maternidad no es un capricho, que un bebé no es un bolsito de diseño. Que lo importante no son las fotos, sino ese primer llanto, esa manita agarrando su dedo. Pero parecía hablarle a la pared.
—Tú eres muy anticuada —contestó—. Ahora lo que importa es ser feliz. Y las mamás felices son las que se cuidan.
A veces pienso si la malcrié demasiado. Si no le enseñé lo que de verdad importa. Quizá esta generación es así: primero quieren ser madres y luego, quizá, crecer.
Pero aún tengo esperanza. Cuando vea a ese pequeño en el hospital, cuando lo escuche llorar a medianoche… algo hará clic en su corazón. Algo verdadero. Mientras, yo solo me quedo rezando. Por ella. Por mi nieto. Porque ese amor de madre, el de verdad, no el de las redes sociales, despierte en su alma.