«Mamá necesita descansar»: Estas palabras las repetía cada día desde el nacimiento de su hijo… hasta el final

«Mamá necesita descansar»: Esas palabras las repetía cada día desde el nacimiento de su hijo… y hasta el final.

Cada tarde, al volver del trabajo, lo primero que hacía era lavarse las manos e ir directo al cuarto del pequeño. Ni el aroma de la cena ni su periódico favorito podían distraerlo. Se acercaba a la cuna, se inclinaba, tomaba al bebé en brazos y, en ese instante, yo volvía a enamorarme de él. Del hombre que no temía ser padre. Del esposo que no se olvidaba de mí.

—Mamá necesita descansar— decía con una sonrisa, meciendo suavemente a Adrián dormido mientras tarareaba una nana hasta que el niño se rendía al sueño.

—Mamá necesita descansar— susurraba en mitad de la noche, levantándose primero para cambiar el pañal, pasándomelo con cuidado para que lo amamantara y luego acostándolo de nuevo en su moisés.

—Mamá necesita descansar— repetía cada tarde, atándose el delantal para alimentar con cuchara a nuestro niño terco y malhumorado, convirtiendo cada puré en una aventura.

—Mamá necesita descansar— insistía mientras vestía al pequeño Adrián para dar un paseo, dejándome media hora para mí, para ducharme en paz o simplemente respirar.

—Mamá necesita descansar— murmuraba al sentar en sus rodillas a nuestro hijo, ya más grande, inventando cuentos mágicos al vuelo solo para distraerlo y regalarme silencio.

—Mamá necesita descansar— susurraba mientras repasaba las tareas escolares, explicando con paciencia las matemáticas que Adrián no lograba entender.

—Mamá necesita descansar— pronunció en voz baja la noche que Adrián, ya un adolescente, volvió tarde de la fiesta de graduación y pasó directo a la cocina sin hacer ruido.

Cada vez que escuchaba esas palabras, una oleada de ternura me envolvía. El corazón se me apretaba y los ojos se me llenaban de lágrimas—no de dolor, sino de felicidad. Quería detener el tiempo y quedarme para siempre en ese amor.

Luego llegó la tercera fase. Cuando la palabra “mamá” en su boca se transformó en “abuela”.

—¡Abuela necesita descansar!— sonreía a nuestro nieto cuando el niño, quedándose con nosotros el fin de semana, empezaba a lloriquear y a pedir a sus padres. Y entonces, mi marido volvía a cantar la misma nana de siempre, pero a un nuevo niño.

—Abuela necesita descansar— me guiñaba un ojo mientras preparaba las cañas de pescar y se marchaba con el nieto y nuestro hijo al estanque.

—Abuela necesita descansar— decía con dulzura, tendiéndole los auriculares al niño para que bajara el volumen de la tablet.

No llegó a conocer a la nieta. Se fue demasiado pronto, demasiado en silencio. Mis hijos me llevaron a casa de ellos—no querían que me quedara sola en aquel hogar vacío.

Y entonces, al sostener por primera vez a la pequeña Lucía, no pude contener las lágrimas. Casi escuchaba su voz, como si estuviera detrás de mí, diciendo:
—Abuela necesita descansar…

Hasta me volví. Una esperanza tonta… ¿Y si…?

Más tarde, cuando la noche cubrió la casa y yo ya estaba a punto de dormirme, llegó un susurro desde el salón. La voz de mi hijo Adrián, ya adulto:

—Duérmete, cariño, duérmete. Mamá necesita descansar…

Me levanté, entreabrí la puerta y lo vi mecer a su hija, tarareando la misma canción de cuna, la que una vez le cantó su padre.

Él ya no está aquí. Pero las palabras “mamá necesita descansar” siguen vivas. Están en nosotros. En nuestro hijo. En sus hijos. Y en la memoria, que ni el tiempo podrá borrar.

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