—¡Mamá, ¿estás en tus cabales? ¡Tienes más de cuarenta y cinco años y decides tener un bebé! ¡Esto es una locura!
Después de mi decimosexto cumpleaños, la vida de nuestra familia cambió drásticamente: mis padres decidieron separarse. A simple vista, su relación parecía estable, pero debajo de la superficie había problemas que yo no había percibido. El divorcio fue tranquilo, sin peleas escandalosas ni disputas por bienes. Mi padre nos dejó a mamá y a mí el piso de dos habitaciones y se mudó a un estudio que heredó de mi abuela.
Mamá, buscando comenzar de nuevo, vendió rápidamente el piso y nos mudamos a otra ciudad. No quería cruzarse ni por casualidad con mi padre, deseaba dejar el pasado atrás. Con optimismo, se adaptó a la nueva vida: encontró un buen trabajo con un sueldo decente, alquiló un piso acogedor y poco a poco nos acostumbramos al cambio.
Pasados unos meses, noté que mamá estaba diferente. Siempre había sido una mujer atractiva, pero ahora se arreglaba con más esmero: visitas frecuentes al salón de belleza, ropa nueva, una mirada radiante. Su comportamiento delataba que estaba enamorada.
Un día, al ver estos cambios, me animé a preguntarle directamente:
—Mamá, ¿te has enamorado?
Ella se ruborizó, pero no lo negó:
—Sí. Se llama Antonio Martín. Es un poco mayor que yo. Tenemos una relación seria. ¿Qué opinas?
Me encogí de hombros:
—Si eres feliz, yo me alegro por ti.
Mamá me abrazó, con los ojos brillantes:
—Gracias por entender. Quiero que lo conozcas.
Poco después, nos presentamos. Antonio Martín me cayó bien: educado, atento, respetuoso hacia mamá. Se veían felices juntos. Con el tiempo, mamá pasaba cada vez más noches en su casa, hasta que al fin se mudó con él.
Yo me preparaba para la universidad y disfrutaba de la independencia en el piso. Sin embargo, una conversación cambió por completo mi visión de la familia.
Una tarde, mamá llegó con una sonrisa misteriosa:
—Tengo noticias…
Supuse:
—¿Antonio te ha pedido matrimonio?
Asintió:
—Sí, pero hay más. Vamos a tener un bebé.
Me quedé helada:
—Mamá, ¡tienes más de cuarenta y cinco! Es muy arriesgado. ¿Estás segura?
Su rostro se ensombreció:
—Lo hemos hablado mucho y tomamos esta decisión juntos. Entiendo tus dudas, pero es nuestra vida.
En un arrebato, solté:
—¿Y si algo sale mal? ¿Tendré que hacerme cargo del bebé y convivir con tu Antonio?
Mamá palideció, su voz se volvió fría:
—No esperaba esto de ti. Si no me apoyas, mejor vete a Antonio. Venderé el piso y te enviaré tu parte.
Al día siguiente intenté hablar, pero fue inútil:
—No hay nada que discutir.
Una semana después, volví a mi ciudad natal y me instalé con mi padre. Él me recibió con calma, compartía mis dudas sobre la decisión de mamá, pero respetaba su elección.
Mamá cumplió su palabra: al mes, recibí mi parte de la venta del piso. En la nota solo decía: *”Nunca pensé que me desearas mal.”*
Han pasado dos años. Mamá bloqueó mi número y mis intentos de contactarla fracasaron. No sé cómo fue el embarazo ni si el bebé nació. Mi padre no pregunta al respecto. Sé que esta distancia no es normal, pero no sé cómo arreglar las cosas. Temo aparecer sin aviso y ser rechazada otra vez.
Moraleja: A veces, en medio del dolor, las palabras se convierten en muros. Pero el amor verdadero no entiende de silencios; merece siempre una segunda oportunidad.