Tengo 47 años y he perdido la alegría de vivir…

Tengo 47 años, pero ya no siento alegría en mi vida…

Las mujeres, en realidad, no trabajamos un turno, sino dos. Primero en la oficina, luego en casa. Lo cargamos todo sobre nuestros hombros, sonriendo, intentando mantenernos animadas y activas, ocupándonos de los niños, de la casa, de los padres, de las preocupaciones sin fin. Pero llega un momento en el que algo se rompe. Aún no eres una abuela, técnicamente, pero no te quedan fuerzas para nada. Por dentro, todo parece quemado. Como dicen: estoy quemada.

A veces pienso: ¿quizá la jubilación existe por algo? Pero, ¿por qué llega tan tarde? ¿Y cómo se vive con esa pensión si apenas sobrevivimos con el sueldo? Mientras tanto, el descanso de esta carrera lo necesito ya.

He leído artículos y comentarios sobre mujeres que «renacen» al jubilarse: empiezan a estudiar idiomas, viajar, hacer deporte, encuentran nuevos amigos, aficiones, incluso amor. ¿De dónde sacan la energía? No lo entiendo.

Tengo 47. Una familia maravillosa. Y dos hijos. Pero ya no deseo nada. En serio. Nada. No me alegra el amanecer, no hago planes, no sueño. Lo único que pienso por las mañanas es cómo llegar hasta la noche. Quizá sea por haber sido madre tarde. A mi primer hijo lo tuve a los 35, al segundo a los 39. Ahora uno tiene nueve, el otro ya casi es adolescente. Y yo me siento vieja.

Me levanto corriendo: desayunar, preparar las mochilas, revisar los deberes, luego el trabajo. Trabajo en ventas: llamadas, reuniones, presentaciones, contratos, demasiada gente. Y aunque termine mi jornada, no descanso: estoy disponible las 24 horas, por si aparece un cliente importante. Pueden llamarme a las nueve, a las diez, y salto al teléfono, por si acaso.

Después, las tareas domésticas: revisar los deberes, poner la lavadora, hacer la cena, preparar la ropa del día siguiente, responder en el grupo del colegio, donde cada día hay diez mensajes nuevos. Alguien olvidó algo, piden dinero para una excursión, hay que llevar papel, organizar una salida. Todo pasa por mí.

No recuerdo cuándo fue mi último descanso de verdad. Tengo vacaciones: dos semanas al año. Pero se van en papeleos, resolver problemas, ayudar a otros. Vuelvo al trabajo más cansada que antes.

Tengo marido. Y lo intenta, de verdad. No es de los que se tumban con el mando. Ayuda en casa y con los niños. Pero, a gran escala, no es suficiente. Porque al final soy yo la que lo lleva todo en la cabeza. La que no olvida nada. La que tiene una libreta mental con cien tareas para mañana.

Y en mi mente solo hay ansiedad. Estoy agotada. Y faltan euros. No somos pobres, pero tampoco ricos. Una familia normal. No soñamos con esquiar en Suiza. Pero incluso ir todos al lago parece un lujo. Todo es caro. Todo cuesta esfuerzo.

No hay tiempo para mí. También están mis padres mayores. No pueden cuidar a los nietos: su salud no da para más. Les ayudo cuando puedo. Por dentro, la culpa. Todos me necesitan, pero yo ya no estoy. Mis padres, por cierto, a veces parecen más vitales que yo. Y finjo, sonrío, no les muestro lo que pesa. Pero por dentro, solo hay vacío.

¿Por qué soy así? Otras mujeres parecen felices, disfrutan, viajan, se cuidan, ríen, suben fotos de vacaciones. Y yo, quemada. No sé descansar. No sé vivir. Todo pasa de largo.

Dirás: «Relájate. Descansa». ¿Cuándo? Hasta el finde está lleno de pendientes. ¿Cuándo terminará esto? No lo sé. Quizá el problema soy yo. Quizá las demás encontraron la fórmula. Y yo… estoy demasiado cansada.

¿Os pasa a vosotras? ¿O solo soy yo?

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MagistrUm
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