«¡No soy tu cuidadora! Cómo mi esposo intentó que cuidara de su madre»

Ese día de marzo, a Lena le temblaban las manos desde por la mañana. No de frío, sino de rabia. Mientras vestía a su hijo frente al espejo, intentaba contener la irritación. Era el 8 de marzo, el Día de la Mujer, que podría haber sido tranquilo, pero de nuevo tenía que visitar a su suegra. Eso significaba sonrisas falsas, comentarios sarcásticos, reproches y esa culpa que la anciana sabía sembrar tan bien.

—Lena, otra vez con esa cara —refunfuñó Nico abrochándose la chaqueta—. No me digas que no quieres ir.

—¿En serio no lo entiendes? —contestó ella entre dientes—. Otra vez se pondrá a criticar, a decir que educo mal a Lucas y ni siquiera preguntará cómo estoy. Como si no supiera que trabajo desde el amanecer hasta la noche y que todo en casa recae sobre mí.

—Pero tú no sales de casa —dijo él con sorna.

—¿Crees que trabajar desde casa es estar tumbada en el sofá? ¿O que la comida y la ropa caen del cielo?

Nico se ofendió. No le gustaba que Lena le recordara lo del dinero, aunque era cierto: lo que ganaba ella como diseñadora freelancer triplicaba su sueldo de vigilante de almacén.

—¿Podrías ir tú solo esta vez? —intentó ella de nuevo.

—Hoy es 8 de marzo, Lena. Un día especial. No puedes ignorar a mi madre.

Dos horas después, estaban en el pequeño piso de Esperanza Ruiz en Alcalá de Henares. En un rincón, Julia, la sobrina huérfana de Nico, hojeaba una revista. La suegra la había acogido hacía cinco años tras la muerte de sus padres. Lena y Julia nunca habían congeniado, y era evidente que la suegra prefería a la chica antes que a su propio nieto.

—Las primas y yo hemos hablado —anunció Esperanza durante la cena—. Voy a dejarle el piso a Julia. Vosotros tenéis casa, pero ella tiene que empezar su vida.

Los papeles se firmaron días después, con la condición de que Julia solo se mudaría tras la muerte de la abuela. Pero el destino tenía otros planes: tres semanas después, Esperanza sufrió un derrame cerebral. Sobrevivió, pero quedó imposibilitada de valerse por sí misma.

—Tenemos que mudarnos con mi madre —declaró Nico sin discusión—. No puede estar sola.

Lena tragó saliva, conteniendo la rabia. Se mudaron, pero los cuidados —comida, baño, limpieza— cayeron solo sobre ella. Nico trabajaba, Julia estudiaba y salía con su novio, mientras Lena mantenía la casa, trabajaba y además hacía de cuidadora.

—Nico, ¿por qué no ayuda Julia? Al fin y al cabo, el piso es suyo —estalló Lena una noche.

—Es estudiante, tiene su vida. No va a traer aquí a su novio. Además, tú estás en casa.

—En casa, trabajando. Y cargando con todo sola.

—¿Estás harta, eh? —dijo él con desdén—. Es mi madre. ¿O es que vas a abandonarla?

—Es tu madre, mi suegra. No es mi obligación. Tú no cuidarías de la mía. Contrata a una cuidadora.

—¿Y tú la pagarás?

—Con su pensión. O con tu sueldo.

—¿Entonces para qué te necesito? —contestó él frío—. Ve a ver cómo está.

Esa noche, Lena se quedó mirando al techo, las ideas dándole vueltas. Él solo la usaba: como esposa, como empleada, como cuidadora. Julia, la heredera, ni aparecía. Y ella se desgastaba día tras día.

A la mañana siguiente, mientras Nico trabajaba, Lena hizo las maletas. Tomó a Lucas de la mano y regresó a su piso. Apagó el móvil y solo envió un mensaje: “Estoy harta de serlo todo. Buena suerte.”

Por la noche, Nico llegó furioso.

—¡O vuelves o pediré el divorcio! —gritó con los ojos encendidos.

—Como quieras —respondió Lena con calma—. Pero ahora lo pido yo. No voy a sacrificarme por un piso que no es mío y por alguien que nunca me ha dado las gracias.

—¡Ya verás como lo lamentas!

—Ya lo lamento. Por haber aguantado tanto. Ahora soy libre. Solo te agradezco a Lucas.

Un mes después, el divorcio se firmó de mutuo acuerdo. Nico no pidió perdón. Lena no volvió a llamar.

Seis meses más tarde, supo que Esperanza había muerto. Y Julia, la nieta favorita por quien se había hecho todo, echó a su tío a la calle como a un mueble viejo.

La vida puso todo en su lugar. Y Lena no se arrepentía ni un segundo de haberse ido a tiempo.

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