El niño vecino es igual a mi esposo de pequeño. Luego supe por qué…

El niño del vecino — era la viva imagen de mi marido de pequeño. Y luego descubrí por qué…

Cuando Álvaro y yo por fin nos mudamos a nuestro piso, parecía que la vida empezaba de verdad. Habíamos tardado en decidirnos a pedir una hipoteca, pero al final nos lanzamos: queríamos estabilidad, queríamos un segundo hijo, y para eso hacía falta algo más grande que un piso de alquiler con una sola habitación. Ahora nos tocaba apretarnos el cinturón, pero al menos teníamos nuestro propio hogar, nuestro nido. Y sobre todo, la fe de que todo saldría bien.

Yo, Carmen, estaba absorta en las tareas del día a día. La pequeña Lucía lloraba por los dientes que le salían, me exigía atención constante, y en los descansos intentaba poner orden en el piso — colgaba cortinas, guardaba la vajilla y los libros en su sitio. Con los vecinos no había tenido tiempo de hablar, pero por las ventanas y las voces de niños se notaba que en el edificio vivían varias familias jóvenes.

Una tarde, asomada a la ventana, vi a Álvaro volver del trabajo, hablando animadamente con una mujer que no conocía. Ambos sonreían. Me invadió una sensación extraña. No soy celosa, pero aquello me dejó un mal sabor de boca. Cuando entró en casa, intentando disimular, le pregunté:

—¿Quién era esa?

—Ah —dijo él, quitándole importancia—, solo una vecina. Hablamos un poco de trabajo, nada más.

Cambió de tema, y yo intenté olvidarlo. Pero la duda se quedó ahí.

Unos días después, volví a ver a aquella mujer sentada en un banco del parque infantil, vigilando a un niño de unos seis años. Al principio no le di importancia, pero luego no pude apartar la vista del niño. Había algo en él… familiar. Sus rasgos, sus miradas, hasta su manera de moverse.

Lucía empezó a llorar, y me distraje. Pero la idea no me abandonó. En casa, rebuscando en una caja de fotos, encontré unas imágenes de Álvaro de pequeño. En una de ellas, con la misma edad que aquel niño, era idéntico.

Se me cortó la respiración. No podía ser. Era como ver a mi marido de niño.

El corazón me latía con fuerza. No quería creerlo, pero tampoco podía ignorarlo. Me quemaba por dentro la rabia, el despecho, el miedo. Le planteé la pregunta directa a Álvaro. Él vaciló. Y entonces estallé. No le dejé hablar, no escuché sus explicaciones. Le grité que era un traidor, que había destruido nuestra familia, que me había humillado…

Él salió de casa sin decir nada.

Una hora después regresó. No solo. Con él estaba aquella mujer. Me quedé helada —ahora, además, traía a su amante, como en un culebrín barato. Me preparé para el drama.

Pero Álvaro dijo con calma:

—Esta es Laura. Una vieja amiga. Escúchala, por favor.

Yo no quería oírla. Pero ella comenzó a hablar. Y con cada palabra, algo dentro de mí se removía.

Resultó que su marido, Javier, era estéril. Siete años atrás, desesperados por ser padres, se decidieron por la fecundación in vitro. Pero no quisieron recurrir a un donante desconocido, así que pidieron ayuda a Álvaro, como un amigo sano y de confianza.

Él se resistió, pero al final accedió. Laura quedó embarazada en el primer intento. El niño nació sano. Lo llamaron Daniel.

—Mi marido y yo te estaremos eternamente agradecidos —dijo Laura—. Pero decidimos que Álvaro no formaría parte de su vida. Es nuestro hijo. Siempre supo quién era su padre. Y ahora… el destino nos ha puesto de vecinos.

Sacó informes médicos, documentos de la clínica, incluso el consentimiento firmado por Javier, que llegó poco después y confirmó todo. Eran una familia unida, y Daniel era su hijo en todos los sentidos, no un “experimento biológico”.

No supe qué decir. Tenía la cabeza embotada. La ira se esfumó, dejando paso a un vacío extraño.

Pasó el tiempo. Nos hicimos amigos. Daniel y Lucía juegan juntos casi como hermanos. Ahora, cuando lo miro, veo el parecido con Álvaro. Pero ya no duele. Solo es un reflejo del pasado.

A veces la vida te lanza sorpresas que te dejan sin aliento. Lo importante es no sacar conclusiones precipitadas. Y saber escuchar. Incluso cuando lo único que quieres es gritar.

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MagistrUm
El niño vecino es igual a mi esposo de pequeño. Luego supe por qué…