Suegra criticaba a la nuera por estar siempre en el ordenador, hasta que un regalo lo cambió todo en un instante…

Hoy quiero escribir sobre lo que pasó con mi suegra, Carmen Martínez. Desde que me casé con su hijo, Javier, nunca dejó de reprocharme que pasaba demasiado tiempo frente al ordenador. Pero todo cambió en un instante… gracias a un simple regalo.

—¿Qué clase de esposa tienes? —solía decirme—. No cocina, no limpia, siempre pegada a esa pantalla, como un zombi. Y hablando con hombres en internet, además, usando esas palabras raras: «bugs», «criptos», «código»… ¡Qué barbaridad!

—Mamá, por favor —respondía Javier con calma—, Elena es programadora. Esos «hombres» son sus clientes. Les desarrolla aplicaciones y gana dinero. De hecho, gana más que yo.

—¡Aunque gane millones! —replicaba la suegra—. Una mujer debe ser una mujer, no una araña encerrada en su telaraña digital. Al menos espero que, para mi cumpleaños, se aparte un rato de ese teclado.

Carmen decidió celebrar su cumpleaños con sencillez, pero con estilo: una cena íntima en un restaurante de Madrid con sus amigas más cercanas y la familia. Las risas y los brindis no faltaron, y uno a uno, los invitados entregaron sus regalos: cajas de bombones, un mantón de manila, una olla de cocción lenta… Lo de siempre.

Cuando llegó nuestro turno, el silencio se adueñó de la sala.

—Mamá —comenzó Javier con una sonrisa—, queremos desearte salud, paz y muchos años más de vida. Pero no solo con palabras, sino con algo especial…

Sacó un sobre adornado con una cinta y se lo entregó a Carmen. Ella lo abrió, leyó el contenido y se quedó muda, atónita.

—¿Un… viaje a Benidorm? ¿Un mes entero? —susurró.

—Sí —asentí—, en un balneario de lujo, con todo incluido. Y no irás sola, claro… también llevamos a papá. Ya está todo organizado: el alojamiento, los tratamientos, incluso el transporte.

—¡Dios mío! —exclamó, llevándose las manos al rostro—. ¿Cuánto habrá costado esto?

—Lo pagó Elena —explicó Javier con tranquilidad—. Su trabajo en tecnología le permite estos gestos. Dice que la salud no es algo en lo que se deba escatimar.

Por primera vez en mucho tiempo, Carmen me miró sin recelo, sin esa mirada de reproche. Y, en ese instante, dejó de verme como una «friki del ordenador» para verme como una mujer con un corazón generoso.

—Sabes… —comenzó, con la voz quebrada—, nunca imaginé que fueras tan increíble. No solo trabajas bien, sino que has pensado en mí… Perdóname, Elena. Es que no lo entendía.

—No pasa nada —respondí suavemente—. Sé que mi trabajo puede resultar extraño al principio. Pero quiero a Javier, y os quiero a vosotros. Solo deseo vuestra felicidad.

Entonces, la expresión de mi suegra cambió por completo. Sus labios esbozaron una sonrisa, sus ojos brillaron, y, sin pensarlo, me abrazó con fuerza.

—¡Esto sí que es una nuera! —exclamó—. No solo lista, no solo profesional, ¡sino con un corazón de oro! A partir de ahora, yo misma os haré cocido, tortilla y rosquillas cada semana.

Desde entonces, la paz reinó en casa. Carmen ya no critica mis horas frente al portátil. Al contrario, no para de alardear ante las vecinas: «Mi Elena es programadora, ¡una mujer moderna y hecha y derecha!».

Y todo lo que hizo falta fue un poco de comprensión… y un regalo sincero.

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MagistrUm
Suegra criticaba a la nuera por estar siempre en el ordenador, hasta que un regalo lo cambió todo en un instante…