**Diario de un hombre:**
Mi abuela no cree que pueda ser una buena madre. Vivo atrapado entre el deber y el derecho a mi propia felicidad. Escapar de este círculo cada vez es más difícil, porque no solo está en juego mi vida, sino el destino de mi hijo, mi único niño. Tengo 29 años y soy madre. Una madre que ha pasado por el infierno.
Mi exmarido es alguien a quien intento olvidar. No solo no se preocupó por nuestro hijo, sino que solo dejó heridas: morales y físicas. No pagó la pensión alimenticia, no llamó, no preguntó. Huy de él, literalmente salvando mi vida y la de mi niño.
Me quedé sola. Sin techo, sin apoyo. Solo estaba mi abuela, mi único refugio en este mundo. Me acogió, me abrazó, me consoló. Cuando entendí que no podía sobrevivir en mi pueblo, tomé una decisión desesperada: irme a trabajar a Noruega. La separación de mi hijo fue insoportable, pero no había otra opción.
Mi abuela me dijo entonces:
—Siempre te ayudaré. Yo cuidaré a tu hijo, vete. Haz lo que tengas que hacer.
Confíe en ella. Envié todo el dinero que pude. Volvía cada dos meses. Mi hijo se lanzaba a mis brazos, abrazándome con fuerza.
—Mamá, te echaba tanto de menos…
Cada vez, el corazón se me partía. Pero sabía que lo hacía por él. Por nosotros.
Pasaron tres años. Regresé. De pie, por mí misma. Encontré trabajo, ordené mi vida. Ahora vivo con un hombre al que amo y que me ama. Soñamos con casarnos, con tener hijos. Me dijo unas palabras que me hicieron llorar:
—Tu hijo es tuyo. Pero haré todo por ser su padre. El que mereces.
Y entonces lo entendí: quiero recuperar a mi hijo. Debe vivir conmigo, a mi lado.
Pero mi abuela intervino.
—¿Cómo te atreves a quitármelo? —dijo—. ¿Para irte con un desconocido? Mejor ven con nosotras, vive aquí. ¿Qué familia ni qué amor? Necesito estar segura de que eres una buena madre.
Como si tuviera que superar una prueba. Como si yo no fuera su madre, sino una sospechosa, y ella, el juez.
No puedo enfadarme con ella: crió a mi hijo cuando yo luchaba por salvarnos. Pero tampoco puedo quedarme atrapado en este bucle. Estoy harto de deber algo. No le pido dinero. No huyo de mi responsabilidad. Solo quiero recuperar mi derecho a estar junto a mi niño.
Mi pareja tiene razón:
—Por ley, eres su madre. Ni un juez ni los servicios sociales pueden impedírtelo. Ella no es su tutora.
Pero tengo miedo. No por mí, sino por ella. Mi abuela ya no es joven, y este golpe podría ser demasiado duro. Sé que quiere a mi hijo con toda su alma. Y sé que él la adora.
Pero tampoco puedo rechazar mi nueva vida. No puedo traicionar al hombre que quiere ser un padre para mi hijo. Estoy en una encrucijada, entre la culpa y el deseo de felicidad. Nadie me da la respuesta correcta.
Y cada día me pregunto lo mismo: ¿dónde está el límite entre la gratitud y el derecho a decidir mi futuro?
¿Qué hago? ¿Llevarme a mi hijo y cargar con la culpa? ¿O posponer mi felicidad por la paz de mi abuela? ¿Cuál es la elección correcta? ¿Existe siquiera?…
**Lección del día:** A veces, el amor más difícil no es el que te ata, sino el que te obliga a elegir.