El chico del barrio es idéntico a mi esposo de niño. Luego descubrí por qué…

El niño del vecindario era idéntico a mi marido de pequeño. Y luego descubrí por qué…

Cuando Javier y yo por fin nos mudamos a nuestro piso, parecía que la vida empezaba de verdad. Nos costó decidirnos a pedir la hipoteca, pero al final nos arriesgamos: queríamos estabilidad, deseábamos tener un segundo hijo, y para eso necesitábamos algo más grande que un alquiler de soltero. A partir de entonces, tocaba apretarse el cinturón, pero al menos teníamos nuestro hogar, nuestro nido. Y también la fe de que todo saldría bien.

Yo, Lucía, estaba absorbida por la rutina. La pequeña Carmen, con los dientes saliéndole, se quejaba constantemente y exigía toda mi atención. En los pocos ratos libres, intentaba poner orden en el piso: colgaba cortinas, acomodaba la vajilla y los libros en su sitio. No había tenido tiempo de conocer bien a los vecinos, pero por las ventanas y las voces de niños, notaba que había muchas familias jóvenes como la nuestra.

Una tarde, mientras miraba por la ventana, vi a Javier volviendo del trabajo, hablando animadamente con una mujer desconocida. Ambos sonreían. Me sentí inquieta. No soy celosa, pero algo me pinchó por dentro. Cuando él entró en casa, intentando sonar tranquila, le pregunté:

— ¿Quién era esa?

— Ah —dijo él, quitándole importancia—, solo una vecina. Hablamos un poco de trabajo, nada más.

Cambió de tema, y yo intenté olvidarlo. Pero el malestar se quedó.

Unos días después, volví a ver a esa mujer sentada en un banco del parque infantil, mientras un niño de seis o siete años jugaba cerca. Al principio no le di importancia, pero luego no pude apartar la mirada de ese niño. Había algo… familiar en él. Sus rasgos, sus gestos, incluso su mirada.

Carmen empezó a llorar, y me distraje. Pero la idea no se iba. En casa, revisando una caja de fotos viejas, encontré imágenes de Javier de pequeño. En una de ellas, tendría más o menos la misma edad que ese niño.

Se me cortó la respiración. El niño era idéntico a mi marido de niño.

El corazón se me encogió. No podía creerlo, pero tampoco ignorarlo. Por dentro ardía de rabia, dolor y miedo. Le planteé la pregunta directamente a Javier. Él vaciló. Y entonces exploté. No le dejé explicar, no escuché ni una palabra. Le grité que era un traidor, que había destruido nuestra familia, que me había humillado…

Javier salió de casa en silencio.

Una hora después, regresó. No solo. Con él estaba aquella mujer. Me quedé paralizada—ahora, además, traía a su amante, como en un culebrón barato. Estaba preparada para la pelea.

Pero Javier, con calma, dijo:

— Esta es Marta. Una vieja amiga. Por favor, escucha.

No quería escuchar. Pero ella empezó a hablar. Y con cada palabra, algo en mí se daba la vuelta.

Resultó que su marido, Alejandro, era estéril. Siete años atrás, desesperados por ser padres, decidieron recurrir a la fecundación in vitro. Pero no querían un donante desconocido, así que le pidieron ayuda a Javier, como a un amigo sano y de confianza.

Él lo dudó mucho, pero al final aceptó. Marta quedó embarazada al primer intento. El niño nació sano. Le pusieron de nombre Daniel.

— Mi marido y yo te estaremos eternamente agradecidos —dijo ella—. Pero decidimos que Javier no formaría parte de la vida del niño. Es nuestro hijo. Siempre supo quién era su padre. Y ahora… simplemente, por casualidad, somos vuestros vecinos.

Sacó informes médicos, documentos de la clínica donde se hizo el tratamiento, incluso el consentimiento firmado por su marido. Luego Alejandro mismo, que llegó un poco después, confirmó cada palabra. Eran una familia sólida, y Daniel era su hijo en todos los sentidos, no un “proyecto biológico”.

No supe qué decir. La cabeza me zumbaba. Me sentía perdida entre emociones: el enfado se esfumó, dejando un vacío extraño.

Pasó el tiempo. Nos hicimos amigos. Daniel juega a menudo con Carmen, casi como hermanos. Cuando lo miro, veo que sí, se parece mucho a Javier. Pero ya no duele. Solo es como un reflejo lejano del pasado.

A veces la vida nos lanza giros que nos dejan sin aliento. Lo importante es no sacar conclusiones precipitadas. Y aprender a escuchar. Incluso cuando lo único que apetece es gritar.

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El chico del barrio es idéntico a mi esposo de niño. Luego descubrí por qué…