A veces la vida nos pone en una encrucijada que puede cambiar todo en la familia. Estoy en esa situación. Llevo semanas dándole vueltas: ¿debo decirle a mi hijo lo que veo con mis propios ojos o callarme, temiendo no solo romper sus ilusiones, sino también nuestro vínculo?
Mi hijo, Antonio, es trabajador, honesto, con principios. Se parte el lomo de mañana a noche y llega a casa agotado. Pero su mujer, Lucía… No sé ni cómo decirlo sin ser grosera. Desde hace un mes, un tipo con un todoterreno plateado la trae a casa cada día. No es algo ocasional, es todas las tardes, como un ritual.
Al principio pensé: “Quizá es un compañero que la acerca”. Pero no me cuadra. Una vez, dos… pero ¿todos los días? Se quedan hablando en el coche, tardan en salir, y luego ella sube tranquila como si nada. Hasta se despiden con un abrazo.
No pude más y le pregunté directamente. Le dije que los vecinos hablaban, que estaba dejando en mal lugar a la familia. Ella, sin inmutarse, me soltó que no era asunto mío, que era un compañero del trabajo. ¿Trabajo? ¿En un coche aparcado de noche? ¡Voy a creérmelo!
Cuando Antonio llegó, pensé que, como hombre, como marido, al menos lo pensaría. Pero se puso a gritarme, diciendo que había ofendido a Lucía, que hasta había perdido el apetito del “estrés”. Intenté insinuarle que todo el barrio murmuraba, pero él me espetó que “no pasaba nada”, que confiaba en ella y que yo debía respetar su elección. ¡Hasta quiso que me disculpara!
No lo hice. Pero desde entonces no paro de darle vueltas. ¿De verdad no ve lo obvio? ¿O hace como que no lo nota para no romper el matrimonio? ¿O seré yo la exagerada?
Hablé con mis amigas del barrio. Todas están de acuerdo conmigo: no hay “compañeros de trabajo” que lleven a una casada todos los días, y menos quedándose en el coche. Tienen razón, esto no es solo un favor.
Una me dijo: “Dile la verdad a tu hijo, que abra los ojos”. Pero ahí está el problema. Si se lo digo, puede tomarlo como una traición. Perdonará a su “santa mujer” y a mí me borrará de su vida. Quedaré como “la entrometida”.
Pero ya no puedo callar. Él se deja la piel por ella, y ella, por lo visto, se aprovecha de su confianza. Así que aquí estoy, entre la verdad y el miedo a perder a mi hijo. Y no sé qué da más miedo: decir lo que sé… o callar para siempre.