«Tengo 47 años. Ya no soporto vivir en esta familia: quiero el divorcio, pero temo dar el primer paso»

Mi nombre es Andrés. Tengo 47 años. He compartido mi vida con mi esposa por casi 20 años. Un tiempo que, en teoría, debería ser suficiente para unirnos, aprender a escucharnos, comprendernos y apoyarnos. Sin embargo, parece que era solo una ilusión. Ya no quiero fingir que todo está bien. No puedo soportarlo más. Estoy agotado. Tan cansado que me duele el pecho, tengo sueños inquietos y siento un nudo en la garganta al abrir la puerta de casa.

Nos conocimos de jóvenes. Nos casamos cuando yo tenía veintisiete y ella veinticuatro. Al principio, todo fue como en cualquier otra pareja: la hipoteca, las primeras discusiones, los primeros planes, la convivencia compartida. Tres años después nació nuestro hijo. Nos mantuvimos juntos por él. Ahora tiene diecinueve años, estudia en la universidad y no sospecha el costo emocional que este “feliz” matrimonio nos cobra a su madre y a mí.

Al principio, todo parecía normal. Ella decía que no quería hijos porque mi salario era muy bajo. En ese entonces trabajaba en un taller ensamblando muebles. A duras penas nos alcanzaba. Vivíamos con modestia, pero no lo veía como una tragedia. Hasta que me di cuenta de que mi esposa se avergonzaba de mí. Veía en la televisión programas que enseñaban a las mujeres a ser fuertes, independientes y exigentes. Y eso fue suficiente para que comenzara a convertirse en la jueza de nuestro hogar.

Me criticaba por todo: cómo hablaba, cómo me paraba, cómo montaba en bicicleta. Especialmente frente a otros. Antes apenas nos relacionábamos con los vecinos, y teníamos pocos familiares, así que no notaba cuán tóxicas podían ser sus palabras. Pero las cosas cambiaron cuando nuevas familias se mudaron a nuestra calle y comenzamos a socializar, a visitar vecinos. Allí, entre extraños, escuché cómo otras parejas se trataban con respeto y calidez, sin gritos.

Pero mi esposa… delante de la gente, se permite alzar la voz, acusarme, humillarme. Dice que soy un “marido inútil”, que ella carga con todo, que incluso fue la única que aportó para la educación de nuestro hijo. Aunque, de no ser por mis pagos de la hipoteca, si no hubiera comprado esta casa, ahora no tendríamos nada. En cinco años liquidé toda la deuda. Mi salario era de 5,000 euros al mes, siempre llevé todo a casa. Ella, en cambio, ganaba 800 euros. Y no sé en qué se gastaba ese dinero. Nunca pregunté porque confiaba en ella.

Pero la confianza no muere por traición, sino por la decepción constante. Ya no siento ni cercanía ni calidez con ella. Compartimos cama, pero entre nosotros hay kilómetros de silencio. No quiero tocarla, hablarle, ni siquiera regresar a casa después del trabajo. Me irrita hasta los huesos. Su voz, su tono, incluso su mirada son como papel de lija para mis nervios.

Cada discusión es un campo de batalla. Siempre soy el culpable de todo. Ella siempre tiene razón. Su frase: “Me has arruinado la vida” se ha convertido en un mantra. Se repite una y otra vez, como si realmente hubiera destruido su destino. Pero, entonces, ¿por qué sigue conmigo? ¿Por qué continuamos con esta farsa?

A veces miro a las mujeres alrededor, a mis colegas, a las vecinas. Saben sonreír, hablar con suavidad, reírse de manera amable. No gritan a los hombres en público. No busco a otra mujer, solo comparo. Comparo y pienso: ¿por qué mi esposa se volvió así? ¿O siempre fue así y yo no lo noté?

A veces pienso que ya no la amo. Otras veces siento que sí la amo, en lo más profundo de mi ser. Por lo que fue antes. Por nuestra juventud. Por nuestro hijo. Pero no puedo seguir viviendo en esta tensión constante, como si estuviera sobre un polvorín. No soy de hierro. No tengo fuerzas para soportar su descontento permanente.

Sueño con el divorcio. Pienso en ello todos los días. Pero tengo miedo. Miedo a la reacción de mi hijo, al juicio social, a encontrarme solo. Aunque, siendo sincero, ya estoy solo. A mi lado hay una persona que se ha vuelto ajena. No hay nada más aterrador que la soledad acompañada.

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«Tengo 47 años. Ya no soporto vivir en esta familia: quiero el divorcio, pero temo dar el primer paso»