«No quiero volver a casarme: 33 años de matrimonio fueron suficientes». Historia de una mujer que empezó a vivir de nuevo después de los 55.

«No quiero volver a casarme —33 años de matrimonio fueron suficientes». La historia de una mujer que comenzó a vivir de nuevo tras los 55

Me llamo Carmen Rodríguez. Nací y viví toda mi vida en Jaén, Andalucía. Ahora tengo 61 años, pero créanme, jamás me había sentido tan libre y plenamente viva. Hace siete años pensé que todo había terminado: solo me esperaban la huerta, las pastillas y la vejez. Me equivocaba. Y ahora quiero contarles mi historia —quizá les revele algo a algunos de ustedes.

Me casé a los 22. Él parecía formal: no bebía, no fumaba, trabajador. Todo correcto. Tuve tres hijos: dos varones y una niña. Al pequeño, Juanito, a los 37. Entre él y sus hermanos había un abismo de años. Volví a aprender a ser madre —no joven, cansada, pero aún amorosa. Siempre estuve ahí: sin vicios, paciente, serena. Viví para ellos. Trabajé, me esforcé, pero me privé de todo. Todo para la familia, el hogar. No viajé, no descansé. Aunque soñaba. Soñaba tanto que en las noches paseaba por París en mis sueños, una ciudad que nunca vi.

Antes del matrimonio, mi vida era colorida. Viajaba con amigas por el país, era una chica llena de vida. Después… comenzó la «existencia por obligación». Él no era malo. No. Cumplía, aportaba dinero, evitaba conflictos. Pero era vacío. Apático. Siempre absorto en la caza. Tres podencos de raza, escopetas, tiendas de campaña, cuchillos… Todo para el monte. ¿Y yo? Ni siquiera pude tener un gato. Los odiaba. Como casi todo lo que yo amaba.

Cuando cumplí 55, los hijos se independizaron. Aún sin nietos. Y por primera vez en décadas, me vi sola con ese hombre indiferente. Lo miré y entendí: no quería seguir así. No ser un mueble en su casa. No morir sin haber probado la libertad.

En septiembre, al jubilarme, le propuse el divorcio. Sin dramas. Le cedí la mitad del piso de tres habitaciones, el garaje, el coche, la parcela y la caseta de caza con todo su arsenal. A cambio, pedí solo un apartamento de dos dormitorios en el barrio contiguo. Asintió en silencio. Ya todo le daba igual. Entre nosotros no quedaba nada. Ni palabras, ni miradas, ni alma.

En noviembre me mudé. Con una maleta. Sin muebles. Sin vajilla. Abrí la puerta de mi nuevo hogar, me senté en el suelo y… lloré. No de tristeza. De felicidad. Por primera vez en años, respiraba libre.

Poco a poco, transformé el espacio. Cambié ventanas, puertas, tuberías. Hice reformas. Compré muebles sencillos pero acogedores. Adopté dos gatos esfinge: Lola y Mancha. Después de décadas, elegí algo solo para mí.

Han pasado seis años. Desde entonces, he visitado la Costa del Sol, Valencia, Sevilla, Bilbao y Barcelona. Voy al teatro, a exposiciones, al Museo del Prado. Nado, horneo magdalenas, tejo bufandas para mis nietos. Sí, ahora soy abuela —los míos vienen a verme. Reímos, charlamos, nos abrazamos. Tenemos una familia auténtica. Cálida, sin miedos.

A veces mi exmarido llama. Pregunta cómo estoy. Dice que me echa de menos. Pero ya lo perdoné. ¿Volver? Jamás. Estuve casada 33 años. Suficiente. Ahora estoy sola, mas no solitaria. Tengo mi sillón favorito, el café matinal junto a la ventana, mis libros, mis gatas, mis amigas y una tranquilidad que ya no me asusta.

Cumpliré 61 este otoño. Y no quiero otro matrimonio. Al fin vivo sin concesiones. ¿Saben qué les digo? La vida comienza cuando te atreves a elegirte a ti misma.

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«No quiero volver a casarme: 33 años de matrimonio fueron suficientes». Historia de una mujer que empezó a vivir de nuevo después de los 55.