Lo supe siempre sobre el romance de mi marido… Y un día ideé el plan perfecto de venganza.
Dicen que la verdad siempre sale a la luz. Desde hace tiempo sabía que mi esposo tenía otra mujer. Él pensaba que lo ocultaba bien: retrasos en el trabajo, teléfono apagado, “viajes de negocios” inesperados. Pero una mujer lo siente. Y yo lo sentía. Me mantuve en silencio. No porque fuera débil, sino porque estaba acumulando fuerzas. Necesitaba tiempo. Tiempo para dar el golpe justo, frío y definitivo.
No quería escándalos, humillaciones ni lástima. Quería una venganza que él recordara toda su vida. Y lo conseguí.
Primero, presenté la solicitud de divorcio, sin que él lo supiera. Lo hice todo en silencio, de manera hábil y legal. Las notificaciones que llegaban por correo simplemente las destruía. Las tres. Él no vio ni una sola. Y cuando el juzgado dictó sentencia, él ni siquiera lo sospechaba. Oficialmente ya no éramos marido y mujer. Rápido, silencioso, como yo deseaba.
La segunda parte del plan fue más complicada, pero la ejecuté. Lo convencí para que pidiera un préstamo, supuestamente para la entrada de nuestro nuevo piso. Dudó un poco, pero fui más persuasiva que nunca. Recibió el dinero y lo guardó en una caja en nuestro armario, para que “fuera más fácil entregar todo el monto de una vez”.
Al día siguiente, me fui con nuestro hijo a casa de mi madre, pero antes de eso, tomé todo el dinero de la caja sin que se diera cuenta. Él no entendió qué había pasado. Esa misma tarde me llamó preocupado, contándome que el dinero había desaparecido. Que estaba seguro de que fue su amante. Que lamentaba todo y pedía perdón.
Interpreté a la perfección el papel de esposa engañada: llantos, reproches, gritos. Y luego lo eché de casa. Se fue, sin siquiera imaginar que ya estábamos divorciados. Para ese entonces, ya había alquilado un piso acogedor en Madrid, donde mi hijo y yo comenzamos una nueva vida. El dinero de la caja cubrió el alquiler de varios meses.
Al día siguiente, regresó con un ramo de rosas, ojos llorosos, implorando perdón. Pero en lugar de abrazos, recibió de mí los papeles del divorcio. Montó un escándalo, diciendo que me arrepentiría, que no sería capaz de nada sin él, que lamentaría mi decisión en una semana.
Cerré la puerta tras él, sin decir nada.
Más tarde supe que intentó volver con aquella mujer, pero ella lo rechazó en cuanto se enteró de sus deudas. Deudas que él asumió, supuestamente por nosotros. Mejor dicho, por él mismo.
Ahora vive con su madre, hasta el cuello de deudas, soñando con recuperarme. Pero eso nunca pasará. Me liberé. Quemé todo. Lo destruí tal y como él una vez me destruyó a mí.
Ahora tengo una nueva vida. Sin mentiras. Sin traición. Estoy con mi hijo en un hogar acogedor, haciendo planes, respirando profundamente y sin lamentarme ni un segundo por mi acción. La venganza no siempre es mala. A veces es una liberación. Y sí, mi plan funcionó a la perfección.
He ganado.