Lágrimas no salvan: mi marido me traicionó con una chica de la edad de nuestra hija
Saludos a todos los que lean estas líneas. Nunca pensé que me encontraría en una situación donde el dolor me abrumaría tanto que me costaría respirar. Necesito desahogarme. Tal vez entre ustedes haya alguien que entienda, o quizá mi historia sirva de lección a alguien.
Me llamo Elena y tengo 45 años. Con Vladis hemos compartido casi un cuarto de siglo juntos, veinticuatro años que, según creía, estaban llenos de amor, respeto y apoyo mutuo. Juntos superamos muchas cosas: las dificultades al principio de nuestra vida familiar, noches sin dormir con los niños, la hipoteca, la enfermedad de nuestros padres. Todo lo afrontamos unidos. Creía firmemente que él era mi apoyo, mi destino.
Durante todo este tiempo, Vlad jamás me dio motivos para dudar de él o de mí misma. No era perfecto, pero lo amaba tal como era. Nunca revisé su móvil ni hice preguntas de más, pues confiaba en que nuestro matrimonio se construía sobre la confianza. ¡Qué cruel error cometí!
Hace aproximadamente un mes decidimos ir a visitar a los padres de Vladis al pueblo durante un par de días para distraernos. A último minuto, él canceló alegando imprevistos en el trabajo. No insistí, recogí a los niños y nos fuimos. Pero el domingo a mi hija le entró el aburrimiento y pidió regresar antes. Salimos por la mañana. Jamás pensé que esa decisión cambiaría mi vida.
Al llegar a casa, al principio no entendía qué estaba pasando. La puerta del dormitorio estaba entornada y desde dentro se oían sonidos extraños. Empujé la puerta y… Dios mío. En nuestra cama, ese lugar donde nacieron nuestros hijos y donde nos dormíamos tomados de la mano, él no estaba solo. Una chica, no mayor de dieciocho años estaba con él. No sé cómo no perdí el conocimiento. Ella se levantó, se puso algo y salió corriendo sin decir una palabra. Vladis se quedó congelado, sin siquiera intentar justificarse.
Mi hijo, de veinte años, casi se abalanza sobre su padre con los puños; apenas pudimos detenerlo. Mi hija de veintidós, estudiante universitaria, gritó que él ya no era su padre. Lo echaron de la casa. Luego supe que se alojó en algún hotel. Yo… yo me quedé sentada en la cocina sin poder creer que esto me estuviera ocurriendo.
Ese mismo día pedí el divorcio. No podía ni quería compartir el aire con él, mucho menos la casa. ¿Cómo pudo traer a otra mujer, a una niña, a nuestro hogar? ¿A nuestra cama? Sentía repugnancia. Sucia. Traicionada. No solo yo, también los niños. Destruyó nuestra familia de un golpe.
Luego descubrí que esa chica es más joven que nuestra hija. ¿Pueden imaginarlo? Vladis tiene cuarenta y cuatro. ¿Qué le pasó? ¿Crisis de la mediana edad? ¿Pérdida de juicio? ¿O es algo que siempre vivió en él y fui ciega?
Repaso una y otra vez los últimos años. ¿Acaso no era feliz? Viajábamos, pasábamos los fines de semana juntos, veíamos películas, nos preparábamos cenas. Siempre decía que me amaba. Y yo lo creía. Ahora entiendo que las palabras no valen nada si uno es capaz de tal traición.
Cada noche me duermo con un nudo en el pecho. A veces una tremenda sacudida me invade al recordar esa escena en el dormitorio. Ni las lágrimas, ni las palabras con mis hijos, ni las amigas ayudan. Es una herida que no cicatriza.
Mis hijos se han negado a hablar con él. Se han convertido en mi único apoyo. Pero veo que también ellos sufren. No pueden entender cómo su propio padre pudo hacerles esto, no solo a mí, sino también a ellos. Les ha despojado de su familia. ¿Y todo para qué? ¿Por un efímero capricho con una jovencita que quizá en unos meses olvidará su nombre?
No sé cómo seguir adelante. Todo lo que creía inquebrantable se ha derrumbado. Me siento perdida y vacía. Nunca pensé que estaría entre esas mujeres cuyos maridos se van con jovencitas. Siempre pensé que lo nuestro era especial. Pero, por desgracia, en esta vida, por amargo que suene, no se puede dar nada por eterno.
A veces me miro al espejo y me pregunto: ¿dónde me equivoqué? ¿Por qué me golpeó la vida así? Pues me esforzaba por ser una buena esposa, madre, ama de casa. Me entregué por completo a la familia, al hogar, a él. Y esto es lo que recibí a cambio.
No sé si alguna vez lo perdonaré. Probablemente no. Pero sé una cosa con certeza: sobreviviré. Por mí, por mis hijos y para demostrar que romper a una mujer es fácil, pero romper su espíritu es imposible. Y es cierto que las lágrimas no ayudan. Pero limpian el alma. Y algún día aprenderé a sonreír de nuevo.
Que este sea el comienzo de una nueva vida. Una vida sin mentiras, sin traición. Una vida donde yo sea la protagonista.