Lo siento, Ángel, por no haber asistido a tu cumpleaños, pero atropellé a un niño en la calle, — dijo José mientras de un trago apuraba su copa de aguardiente. — Estaba trabajando en las nuevas construcciones, me subí al coche, y justo al salir, apareció este crío en el capó.
¿Te imaginas? Gracias a Dios, no iba deprisa.
Salgo corriendo y veo que el chaval está bien, le pregunto cómo está y me dice que todo en orden. Un pequeño pelirrojo, de unos seis años, no más.
— ¿Dónde están tus padres? — le pregunto.
— Mamá está en casa, — responde, — preparando la cena.
— Bueno, vamos, — le digo, — a ver a tu madre. Vamos a solucionar esto.
Me llevó a su portal, me señaló la puerta del piso y se escondió detrás de mí. Toco el timbre y una mujer abre. Hermosa, nunca había visto a alguien así, pero como decirlo, se veía apagada. Sus ojos no brillaban. ¿Entiendes?
— Disculpe, — digo, — pasó algo. No se asuste, por favor, pero he atropellado a su hijo. Él está bien, aquí está, — lo saco de detrás de mí. — Pero quizás quiera llamar a la policía.
— No hace falta llamar a la policía, — dice ella en voz baja. — Ya es la quinta vez que hace algo así.
— ¿Cómo?
— Marcos, ve a tu habitación, — le ordena con voz firme su madre. — Y usted pase a la cocina. ¿Quiere un té? ¿O mejor un café?
El té, por cierto, estaba riquísimo, con hierbas.
— Disculpe por esto, — empezó a decir Inés, así se presentó. — Marcos oyó hace unos días cómo me lamentaba con una amiga acerca de lo difícil que es sin un hombre cerca, y decidió encontrarme un papá de esta manera. Usted es al menos el quinto hombre al que se lanza delante del coche. A dos casi les da un infarto. Le digo que no necesito a nadie más que a él, pero es terco, igual que su abuelo. Ése también, cuando se le metía algo en la cabeza… Y, ¿no le rayó mucho el coche? ¿Quiere que le pague por los daños? ¿No? Bueno, como quiera.
Yo estaba allí, mirándola, comprendiendo que estaba enamorado. No lo creerías, Ángel, pero por primera vez delante de mí estaba la mujer de mi vida. Cansada, con una bata de casa, sin maquillar. Y yo sentía que si la perdía, me tiraría por la azotea.
— Entiendo que todo esto parece absurdo, pero, ¿me permite invitarles a usted y a Marcos al cine como compensación?
— No hace falta, — respondió. — Usted entiende que Marcos podría volver a imaginarse cosas.
— ¿No le soy simpático? — pregunté.
— No es eso. Simplemente… En otras circunstancias… Así parece que estoy forzando a mi hijo a lanzarse a los coches sólo para encontrar marido. Qué vergüenza.
— Sí, claro. Entonces, según eso, yo soy un sinvergüenza aprovechándome de una mujer en problemas, — bromeé. — Y estamos condenados a arder en el infierno. Pero ya que pasó, ¿por qué no arder juntos en la misma hoguera?
— No recuerdo qué más dije, pero al día siguiente pasé a recogerlos y los llevé a ver “Transformers”. Luego a un restaurante. Después…
En fin, Ángel, he venido por una razón. Nos casamos en junio. Necesitamos un fotógrafo. ¿Podrías encargarte? Mira qué fotogénicos son.
José sacó su teléfono y mostró la foto de una bella pelirroja riendo, con un niño a su lado.
Ahora lo tengo claro: Cupido no tiene alas. Tiene muchas pecas pelirrojas y le faltan dos dientes de leche. Y se llama Marcos. Aunque ese apellido… Bueno, pronto tendrá el de José, de eso estoy seguro…







