-Lo siento, te equivocas. Estamos alquilando este piso-, sonrió nerviosa la chica.
-¡Ese chico no es para ti! -repitió por enésima vez Carmen Fernández. -¡Un día te darás cuenta tú misma!
-Mamá, no te preocupes si piensas que ese momento tiene que llegar-, rió Laura en respuesta.
Por supuesto, le molestaba mucho que su madre criticara su relación con Pedro, pero no pensaba dejar al chico solo porque su madre así lo quisiera.
Al contrario, a Laura le gustaba provocar a Carmen y recordarle que todo iba bien con Pedro.
-¿A dónde vas? -, preguntó con severidad la mujer al ver que su hija recogía sus cosas.
-Pedro y yo hemos decidido alquilar un apartamento-, informó Laura con alegría.
-¿Con qué dinero? ¡Si ese chico no solo es un vago sino además un muerto de hambre! -, bufó Carmen.
-Mamá, Pedro y yo compartiremos el alquiler. ¡Por si lo olvidaste, ambos trabajamos!
-¿Dónde trabaja él? Recuérdamelo, ¿eh? -, sonrió desconfiada la mujer. -¿En qué fábrica?
-¿Y por qué exactamente tiene que trabajar en una fábrica para ganar dinero? Tienes una idea equivocada de la vida moderna. Pedro trabaja desde casa.
-¡Ese Pedrito te miente en todo! -, exclamó indignada Carmen. -Tú eres la única que trabaja. ¡Tiene toda la pinta de estafador!
-¡Mamá, ya basta de echarle tierra! -, dijo Laura enfadada. -Adiós, te llamaré.
La chica se dirigió hacia la puerta con sus cosas, sin querer seguir hablando con su madre, quien la fastidiaba con sus sospechas.
Aquella misma noche, Laura y Pedro alquilaron un pequeño apartamento que él había encontrado mediante sus conocidos y empezaron a vivir juntos.
Durante el día, Laura estudiaba en la escuela de magisterio, y por las noches trabajaba limpiando en dos tiendas.
Pedro trabajaba únicamente desde casa. A Laura no le interesaba mucho saber qué hacía exactamente.
Lo importante era que él ganaba dinero y juntos pagaban la mitad de los gastos de alquiler y comida.
En apariencia, la relación de la pareja era perfecta. Solo le molestaba a la chica que él no la presentara a sus amigos.
Laura intentó hablar varias veces sobre el tema, pero Pedro siempre lo tomaba a broma, aunque le sugería que invitara a sus amigas a casa.
-¿Cómo vamos a celebrar tu cumpleaños? -, preguntó la chica después de tres meses.
-No quiero celebrarlo-, dijo el chico con cara de fastidio.
-Pero Pedro, ¡son 25 años! Un cumpleaños importante. No puedes dejarlo pasar-, insistía la chica.
-No hay dinero para ir al restaurante…
-¡Invitemos a tus amigos aquí! Yo prepararé todo, será más barato. Anda, Pedro-, empezó a ruego Laura, y al final él cedió a sus súplicas.
El día señalado, Laura se pasó todas las horas en la cocina, tanto que por la noche ya no sentía las piernas.
Cortó ensaladas, frió albóndigas, asó pollo. Pedro no le ayudó en nada.
A las siete de la tarde llegaron los amigos del cumpleañero. Había más de los que se esperaba.
Eran muy ruidosos y Laura se cansó rápidamente de ellos. Alegando que necesitaba espacio, salió al balcón.
Sin embargo, no pudo disfrutar de la tranquilidad porque, al cabo de unos minutos, se le unió Alba, una amiga de su chico.
-Qué suerte tienes, Laura, conseguiste un chico con piso-, soltó la amiga con envidia. -¿Lo sabías de antemano?
-¿Qué piso? ¿Pedro tiene un piso? -, se sorprendió ella.
-Por supuesto que sí-, bufó Alba sorprendida. -Vivís en él.
-¿Cómo? -, Laura parpadeó incrédula. -Te equivocas, lo estamos alquilando.
-No puedes alquilarlo, porque este piso es de Pedro, lo heredó de su abuela paterna. He estado aquí mil veces, lleva viviendo en él unos cinco años-, replicó la chica.
Laura no quitaba la mirada de Alba tratando de ordenar la información que acababa de recibir.
-¿No lo sabías? -, exclamó la chica. -¿Él no te contó nada? Quizás quiso ver si estabas interesada solo en su dinero.
Alba se echó a reír de manera estridente. Parecía que lo hacía a propósito para ridiculizar a Laura.
-Pedro-, la chica se acercó al chico, que estaba tomando cerveza con sus amigos, -¡tenemos que hablar!
-Después hablamos. Los chicos están contando un chiste buenísimo-, Pedro desestimó el llamado de Laura, como si fuera una mosca molesta.
-No, hablaremos ahora-, insistió la chica.
-Entonces, habla aquí delante de todos-, murmuró molesto el chico mientras tomaba un trago de su lata.
-¿Por qué no mencionaste que tienes un piso? -, Laura puso las manos en las caderas con una mirada amenazante.
-No tengo nada-, sonrió Pedro de forma forzada.
-¿Y este piso? ¿De quién es?
-¿De quién si no? -, surgió Alba detrás de Laura. -¡Tuyo! Todos los amigos lo saben.
-Sí, claro-, se apresuraron a respaldar los amigos.
-Entonces, ¿me has estado mintiendo? Espera, ¿a quién le pagábamos el alquiler? -, se alarmó Laura. -¿A ti?
Pedro esbozó una sonrisa tonta y emitió una risa nerviosa. Supo que Laura lo había pillado en su engaño.
Efectivamente, durante los tres meses en que la pareja vivió en el piso, el dinero del alquiler fue directo al bolsillo del chico.
Pedro había simulado alquilar el apartamento. La chica nunca envió dinero al propietario ni lo había visto.
Ahora se descubrió la traicionera verdad: los mil euros que Laura entregaba a Pedro se los quedaba él.
-¡Qué sinvergüenza eres, Pedro! -, lloraba la chica mientras recogía sus cosas.
No quería seguir viviendo con un mentiroso. Su engaño y avaricia anulaban todo lo bueno que había habido en la relación. Esa misma noche, Laura regresó con su madre.
-Mamá, tenías razón-, dijo la chica con dolor al contarle a su madre cómo Pedro la había estado engañando durante meses.
Después de esto, Laura y su ex no se volvieron a ver. Sin embargo, rumores llegaron a Laura, informando que Pedro y Alba estaban juntos.