Reencuentro al Atardecer

Encuentro de antiguos alumnos

Lola era la chica más discreta de la clase. Al menos, eso era lo que ella pensaba. De baja estatura, delgada, y además con cabello pelirrojo… Lola se acomplejaba por su apariencia, y miraba con envidia a sus compañeras de clase, rubias y de ojos azules.

– Hija, florecerás como un capullo de rosa, – la consolaba su madre, – yo también me convertí en una señorita tarde. No fue hasta que cumplí dieciséis. Así que no te apresures, y también conquistarás los corazones de los chicos. Ahora solo tienes trece años.

– Mamá, no tengo ninguna prisa, – respondía Lola bajando la mirada, aunque sus ojos verdes la delataban. Con tristeza, se miraba en el espejo y suspiraba.

Desde hace tiempo, le gustaba un chico de la clase paralela – Víctor. Era atlético, alto y divertido. Su valentía en los juegos y actividades era más parecida a la temeridad. Observando a los chicos jugar al baloncesto en educación física, Lola seguía a Víctor. Él entusiasmaba a todos los jugadores con su energía y pasión, y su equipo siempre ganaba.

Aunque Víctor no fuera tan guapo, a Lola le habría gustado igual, pero su apariencia llamativa no le daba ninguna oportunidad de tener amistad con un líder como él.

Además, alrededor de Víctor siempre había amigos y amigas, era difícil acercarse. Nunca estaba solo. Siempre rodeado de chicos y chicas. Pero incluso los encuentros ocasionales en el pasillo durante los recreos eran una alegría para Lola. Sin embargo, su inseguridad volvía a traicionarla. Al cruzarse con Víctor, apenas le echaba un vistazo y enseguida apartaba la mirada…

Lola no le contó a nadie sobre su enamoramiento infantil, pero le parecía que todo el mundo veía y conocía su secreto, y se sonrojaba solo al pensar que sus compañeros de clase se reirían de ella, o peor aún, que el mismo Víctor se burlaría…

Por eso, la chica decidió, cueste lo que cueste, olvidar al guapetón, intentar no prestarle atención ni pensar en él para nada. Al principio no tuvo mucho éxito, pero con fuerza de voluntad lo logró. Lola se tranquilizó y le resultó más fácil. Incluso comenzó a sentirse orgullosa de sí misma.

– Lo importante es no encontrarse con él de cerca, – se decía Lola a sí misma. Y cuando veía el objeto de su adoración en la escuela, inmediatamente se desviaba en otra dirección o trataba de pasar rápidamente escondiéndose detrás de otros chicos.

Pasaron dos años. Lola estudiaba bien, creció, dejó de avergonzarse tanto de sí misma porque los pronósticos de su madre se cumplieron: de una niña se convirtió en una delicada y esbelta joven, literalmente en un verano.

Después del octavo curso, Lola pasó a estudiar en un instituto técnico. Se enteraba del destino de Víctor y otros chicos a través de encuentros ocasionales con su antigua tutora. Doña Carmen vivía en la misma calle que Lola.

Lola no asistía a los encuentros escolares. Por alguna razón su clase no era muy unida, y Lola no tenía amigos escolares. Solo una vez, cuando los chicos se reunieron para un aniversario de Doña Carmen, Lola también decidió ir, para felicitar a su maestra favorita.

¡Habían pasado treinta años desde que su clase se graduó! La reunión fue conmovedora, porque muchos no se habían visto desde la escuela. Vinieron chicos de la clase paralela también.

Lola se sobresaltó al ver a Víctor. Un hombre alto y elegante, con canas y una barba cuidada. Poco se parecía al chico travieso de antaño. Solo sus ojos seguían siendo los mismos – los de Víctor, alegres y chispeantes.

En el salón de actos había alboroto. Tras las felicitaciones dirigidas a Doña Carmen, los chicos formaban grupos, conversando entre ellos, muchos se abrazaban.

Cuál fue la sorpresa de Lola cuando Víctor se le acercó y, sonriendo ampliamente, la saludó:

– Y aquí está mi amor secreto de la escuela… Lola.

Víctor hizo una ligera reverencia y besó la mano de Lola. Como si no hubieran pasado décadas, Lola se ruborizó.

– ¿Amor? ¿Yo? – exclamó ella, – ¿por qué me entero tan tarde de esto?

Ambos se rieron. Por supuesto, todos los chicos ya tenían sus propias familias, nacieron hijos. Tanto Víctor como Lola.

Víctor y Lola se apartaron un poco de la multitud. Él le contaba sobre su trabajo, su familia y su hijo.

– Yo también tengo un hijo, – respondió Lola, tal como había soñado. Suspiró y, mirando a Víctor, le preguntó de improviso:

– Pero dime: ¿por qué? ¿Por qué te gustaba yo? Yo era la más callada y tímida… Y además, no era guapa…

– Eso es precisamente. No querías estar conmigo como todas. Y siempre pasabas por delante con la cabeza en alto… No podía ni pensar en acercarme a ti. Orgullosa. Pero me gustabas mucho. Aunque ahora solo es un dulce recuerdo de juventud.

– Y tú me gustabas igual, no puedo ni contarte todo… – soltó de repente Lola, – pero era imposible atravesar la multitud de tu séquito… Y no habría podido acercarme primero. Pero todo eso realmente solo es un enamoramiento de infancia.

– Quién sabe… – dijo Víctor pensativo, – tal vez sin querer nos perdimos algo en nuestra vida.

– Puede ser, – rió Lola, – quizás nos encontremos en otra vida. En algún próximo nacimiento…

– Buscaré tus ojos verdes, – susurró Víctor sonriendo tristemente. Se notaba que estaba encantado con Lola. Y ella realmente era una belleza. Un capullo tardío, como decía su madre.

De repente, alguien llamó a Lola.

– ¡Mamá! Papá y yo hemos venido a buscarte, como pediste…

Un joven se abría paso entre la multitud hacia Lola y Víctor.

– Conoce a mi hijo… – dijo Lola sonriendo.

– Vicentito, – respondió el hijo de Lola alargando la mano.

– Víctor Garcí­a, – extendió su mano Víctor. Miró a Lola con sorpresa, ternura y desconcierto en su mirada.

Lola le saludó con la mano y se dirigió hacia la salida. Ya en la puerta de la escuela, Víctor la alcanzó.

– Escucha, Lola… – la miró con los ojos húmedos, – gracias…

– ¿Por qué? – preguntó sorprendida Lola.

– Por el hijo. Otro Vicente crece. Gracias por este recuerdo…

Lola asintió. Se acercó al coche y se sentó en el asiento trasero.

El marido de Lola preguntó:

– ¿Cómo fue todo?

– Bien, – respondió Lola, – muchos chicos vinieron. Fue agradable verlos. Y un poco triste, claro. El tiempo nos cambia… Me alegro por Doña Carmen. Una maestra heroica. Que Dios le dé salud para muchas generaciones más de estudiantes…

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