Mamá, siempre dijiste que era egoísta, así que regalé tu vajilla a la tía.

-Lo siento, mamá, pero tú siempre me decías que era egoísta- sonrió Alicia. -Por eso le he regalado tu vajilla a la tía Raquel.

Desde pequeña, Alicia se habituó a que los juguetes no duraban mucho en casa. Esto se debía a que su madre, Ana María, disfrutaba de visitar a amigos y solía regalar sus cosas a los niños de otros.

-Mamá, ¿por qué te llevaste mi muñeca? -preguntó Alicia con inquietud.

-Alicia, cariño, sé que adoras a esa muñeca, pero una niña del edificio de enfrente está enferma y muy triste. Pensé que nuestra muñeca podría alegrarla un poco. Siempre podemos comprar otra, pero las oportunidades para hacer una buena acción no se presentan tan a menudo -explicó su madre, acariciando el cabello de su hija.

Alicia miró pensativamente la muñeca, luego a su madre, y se le escapó una lágrima. No quería separarse de su juguete favorito.

Pero, desafortunadamente, la aprobación ajena era más importante para Ana María que las lágrimas de su hija.

-No llores, no te pongas tan egoísta -dijo su madre con irritación, enviándola a hacer los deberes.

A medida que Alicia crecía, además de los juguetes, su madre comenzó a regalar libros y ropa.

Al principio, la niña se rendía sumisamente, creyendo que su madre actuaba con buenas intenciones y que realmente estaba siendo egoísta.

Sin embargo, poco a poco, Alicia empezó a darse cuenta de que su madre no lo hacía por bondad, y en su corazón nacieron sentimientos de rencor e incomprensión.

-Voy a casa de la tía María; volveré tarde -anunció Ana María mientras bajaba el abrigo de su hija del perchero.

-¿Vas a salir con mi abrigo? -rió Alicia al ver su ropa en manos de su madre.

-No, ¿qué dices? No quepo en él, tú eres más delgada -respondió sonriendo incómodamente.

-Entonces, ¿por qué lo has cogido? -preguntó Alicia seriamente.

-Se lo prometí a la hija de María. El suyo se rompió y no quieren comprar otro porque pronto será primavera -dijo su madre con excusas.

-¿Y yo con qué me abrigaré? ¿Con el suyo roto? -replicó Alicia sorprendida.

-Ya te digo que pronto será primavera y no necesitarás el abrigo. Si hace frío, ponte el mío -resopló Ana María.

Alicia siguió mirando a su madre con desconcierto, sintiendo una creciente indignación en su corazón.

“¿Por qué siempre da mis cosas? ¿Por qué cree que eso está bien?” -se preguntaba la joven.

Por primera vez en su vida, se acercó decidida a su madre y le sacó el abrigo de las manos.

-Mamá, no entiendo por qué siempre das mis cosas a otros. ¡No es normal! -reclamó Alicia mordiéndose los labios.

-Eres muy egoísta, hija. Debes aprender a compartir -respondió Ana María con el ceño fruncido.

-¿Pero por qué siempre mis cosas? ¿Por qué siempre mis juguetes, libros o ropa? -se quejó Alicia. -No me importa compartir, pero, ¿por qué siempre lo mío? Regala tu abrigo.

La madre la miró con desconcierto, como si no entendiera la conversación. Luego apretó los labios ofendida y salió de casa en silencio. Alicia se sintió satisfecha por haber defendido su propiedad y colgó el abrigo en el perchero.

Pasó el día con orgullo por su acción, pero al día siguiente todo se repitió.

Sólo que esta vez, Ana María no pidió permiso ni dio explicaciones.

Tomó el abrigo del perchero y salió rápidamente de casa.

Cuando Alicia vio que su abrigo no estaba, lloró de impotencia. Ese día comprendió que sólo viviendo separada de su madre podría proteger sus cosas.

Cuando Ana María volvió a casa, vio el rostro decepcionado de su hija y sintió una vaga culpa.

Pero su orgullo y convicción de tener razón aplacaron ese sentimiento. El malestar interior de Alicia se transformó en decisión de cambiar la situación.

Puso todo su empeño en terminar el bachillerato con buenas notas y entrar en la universidad con beca.

Cuando se mudó a una residencia universitaria, sintió un alivio inesperado.

Incluso compartiendo la habitación con tres estudiantes más, Alicia estaba menos preocupada por sus pertenencias que en casa de su madre.

Pasaron los años, Alicia terminó la carrera y encontró trabajo. Rentó su propio apartamento y comenzó a construir su vida personal.

A pesar del pasado, Alicia llamaba regularmente a su madre y a veces la visitaba.

Un día, mientras Ana María estaba de visita, decidió, por costumbre, regalar los nuevos jeans de su hija a una pariente.

-Alicia, voy a darle estos pantalones a Marta, son de la misma talla -dijo su madre como si nada.

-Mamá, ¿otra vez? Son mis jeans, los compré yo misma y no los voy a regalar -replicó Alicia furiosa.

Ana María miró sorprendida a Alicia, no esperaba que su hija se defendiera.

-¿Te da tanta pena? Siempre has sido así, desde niña -dijo su madre molesta.

-Es fácil ser generosa con cosas ajenas. Empieza a regalar las tuyas -propuso Alicia.

Ana María frunció el ceño, pero no respondió. Se vistió en silencio y se fue.

Ese día, a Alicia se le ocurrió un plan para darle una lección a su madre y al mismo tiempo vengarse de su infancia.

Se acercaba el cumpleaños de la hermana de su padre fallecido, sabía que la invitarían.

La tía Raquel, a diferencia de su madre, apreciaba mucho a su sobrina.

Un día antes del cumpleaños de su tía, Alicia visitó a Ana María y bajo el pretexto de recoger sus cosas, sacó a escondidas una vajilla antigua.

Aunque antigua, la vajilla estaba en perfectas condiciones, un regalo digno.

La tía se alegró sinceramente del obsequio, pero su madre quedó furiosa al notar la falta.

-¿Dónde has puesto mi vajilla? La cuidé toda la vida, estaba como nueva -preguntó Ana María severamente.

-Mamá, siempre me dijiste que hay que compartir y hacer buenas acciones -sonrió Alicia. -Por eso regalé la vajilla a la tía Raquel, y ella la recibió con mucha alegría.

Ana María se quedó atónita ante esa respuesta, miró en silencio a su hija triunfante por unos minutos.

-Deberías haberme preguntado primero si quería regalarla -atinó a decir finalmente.

-¿Y tú alguna vez me preguntaste cuando te llevabas mis cosas de casa? -no se contuvo Alicia.

-¡Los huevos no enseñan a la gallina! Recuerda que yo te compré esas cosas, así que podía hacer con ellas lo que quisiera -gritó furiosa su madre.

-Pues, esa vajilla la compró papá, así que es mi herencia -respondió Alicia irónicamente.

Ana María no pudo soportar la desafiante actitud de su hija y la echó del apartamento.

Durante más de un año, la mujer no tuvo comunicación con Alicia y no respondió sus llamadas debido a su profundo resentimiento.

Sin embargo, al acercarse el Año Nuevo, reflexionó sobre su relación y fue quien dio el primer paso para retomar el contacto.

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Mamá, siempre dijiste que era egoísta, así que regalé tu vajilla a la tía.