-Lo sentimos, este piso lo estamos alquilando – sonrió nerviosa la chica.
-¡Él no es para ti! – repitió por centésima vez Carmen. – ¡Un día te darás cuenta tú misma!
-Mamá, no te preocupes entonces, si crees que ese momento llegará seguro – respondió riéndose Clara.
Claro, a Clara le molestaba mucho que su madre se pusiera así por su relación con Pedro, pero no iba a dejarlo solo porque su madre lo quisiera.
Al contrario, Clara disfrutaba irritando a Carmen y mostrando que todo iba bien con Pedro.
-¿Adónde vas? – preguntó enfadada la mujer al ver a su hija empacando.
-Pedro y yo decidimos alquilar un piso – anunció Clara feliz.
-¿Con qué dinero? Él no solo es un vago, ¡también está sin un duro! – bufó Carmen.
-Mamá, Pedro y yo vamos a pagar a medias. ¡Si no lo recuerdas, ambos trabajamos!
-¿Dónde trabaja él, me refrescas la memoria? – miró desconfiada la mujer. – ¿En una fábrica?
-¿Por qué tendrías que trabajar en una fábrica para ganar dinero? Tienes una idea equivocada de la vida moderna. Pedro trabaja desde casa.
-¡Tu Pedrito miente sobre todo! – gritó indignada Carmen. – Solo tú te matas trabajando. ¡Se le nota a la legua que es un estafador!
-¡Mamá, ya basta de criticarlo! – dijo Clara enfadada. – Ya, adiós, te llamo.
La chica salió con sus cosas sin querer seguir la conversación con su madre, que la había cansado con sus sospechas.
Esa misma noche, Clara y Pedro alquilaron un apartamento de un dormitorio que él encontró a través de un conocido, y se fueron a vivir juntos.
Durante el día, Clara estudiaba en un colegio de educación y por las tardes trabajaba de limpiadora en dos tiendas.
Pedro trabajaba exclusivamente desde casa. Clara no se metía mucho en lo que él hacía.
Lo principal era que Pedro ganaba dinero, y juntos pagaban a medias el alquiler y la comida.
Parecía que todo iba bien en la relación de la pareja. Lo único que le incomodaba a Clara era que él no la presentaba a sus amigos.
Clara intentó hablar de esto un par de veces, pero Pedro siempre se lo tomaba a broma, aunque le propuso que invitara a sus amigas.
-¿Cómo vamos a celebrar tu cumpleaños? – le preguntó la chica tras tres meses.
-No quiero celebrar nada – dijo con cara de pocos amigos.
-¡Pedro, son veinticinco años! ¡Una fecha especial! – insistía Clara.
-No hay dinero para ir a un bar…
-Invitemos a tus amigos aquí. Yo me encargo de todo y será más barato. Venga, Pedro – suplicó Clara, y al final él accedió.
El día señalado, Clara pasó el día cocinando y estaba exhausta al final.
Cortó ensaladas, frió albóndigas y asó pollo. Pedro no la ayudó en absoluto.
A las siete de la tarde llegaron los amigos del cumpleañero. Había más de lo previsto.
Eran muy ruidosos, y Clara se cansó de ellos rápido. Alegando que estaba ocupada, salió al balcón.
Pero no pudo estar sola mucho tiempo. En pocos minutos, se le unió Marga, una amiga de su chico.
-Tienes suerte, Clara, te conseguiste un chico con piso – comentó con envidia la chica. – ¿Lo sabías de antemano?
-¿Qué piso? ¿Pedro tiene piso? – se sorprendió Clara.
-Claro que sí – rió Marga. – Viven aquí, ¿no?
-¿Cómo? – Clara parpadeó nerviosa. – Te equivocas, lo estamos alquilando.
-¡No pueden estar alquilándolo, porque este piso lo heredó Pedro de su abuela paterna! He estado aquí montones de veces y él ha vivido aquí al menos cinco años – replicó Marga.
Clara no quitaba la vista de Marga, tratando de asimilar la información que acababa de recibir.
-¿No lo sabías? – exclamó la amiga. – ¿No te lo dijo? Supongo que quiso ver si eras interesada o no.
Marga estalló en risas. Parecía que lo hacía a propósito para burlarse de Clara.
-¡Pedro! – Clara se acercó al chico que bebía cerveza con sus amigos. – ¡Tenemos que hablar!
-Después. Los chicos están contando un chiste buenísimo – Pedro la espantó como si fuera una mosca.
-¡No, hablaremos ahora! – insistió Clara.
-Entonces dilo delante de todos – respondió Pedro fingiendo una sonrisa, dando un sorbo a su lata de cerveza.
-¿Por qué no me dijiste que tenías un piso? – Clara se puso de brazos en jarra.
-No tengo nada – sonrió fingidamente Pedro.
-¿Y este piso? ¿De quién es?
-¿Sí, de quién? – saltó Marga desde detrás de Clara. – ¡Es tuyo! ¡Todos aquí lo saben!
-¡Sí, claro! – gritaron los amigos a coro.
-Entonces, ¿me mentiste? Espera, ¿a quién pagábamos el alquiler? ¿A ti? – dijo asombrada Clara.
Pedro sonrió tontamente y se rió nervioso. Sabía que Clara lo había pillado mintiendo.
En efecto, durante los tres meses que la pareja había vivido allí, el dinero del alquiler iba al bolsillo de Pedro.
Él había alquilado el piso. Clara nunca envió dinero al dueño del apartamento ni lo conoció.
Ahora salió a la luz la verdad; los mil euros que Clara le daba a Pedro se iban directamente a su bolsillo.
-¡Qué canalla eres, Pedro! – dijo Clara con lágrimas en los ojos, y empezó a recoger sus cosas.
No quería seguir viviendo con un mentiroso. Sus mentiras y ansias de lucro arruinaron todo lo bueno de su relación. Esa misma noche, Clara regresó con su madre.
-Mamá, tenías razón – dijo con tristeza y le contó a su madre cómo Pedro la había engañado durante meses.
Después de eso, Clara y su ex novio no volvieron a cruzarse. Sin embargo, escuchó rumores de que Pedro y Marga estaban viviendo juntos.