Sin rodeos: No quiero a alguien a quien deba arrastrar.

¡Claramente y sin rodeos: No necesito a un hombre al que tenga que arrastrar conmigo!

Me llamo María González y vivo en Toledo, donde la Comunidades Autónomas de Castilla-La Mancha se extiende a lo largo del río Tajo. Con Juan estamos juntos casi tres años, y el último año compartimos techo. Conozco a su familia y él la mía. Desde la primavera ambos comenzamos a trabajar, lo que nos inspiró a hacer planes audaces: hablamos de matrimonio, de tener un hijo, de un futuro que parecía cercano y real. Pero todo se vino abajo un día negro a principios de junio, cuando la vida de Juan se hizo añicos. Su madre falleció— de forma inesperada e implacable. Volvía del trabajo, cayó en medio de la calle por un ataque al corazón y murió de camino al hospital. El golpe fue devastador, el dolor insoportable para todos ellos.

No me aparté de su lado ni un momento. Juan es el hombre al que amo, con quien decidí unir mi destino. Me mantuve a su lado, compartiendo sus noches de insomnio, secando las lágrimas que recorrían sus mejillas, soportando en silencio cómo ahogaba su pena en alcohol, vaciando copa tras copa. Sujetaba su mano mientras caía en el abismo de la desesperación, en un pozo oscuro donde no había luz. Incluso cuando me echaba, gritándome para que no presenciara su debilidad, yo permanecía. No podía dejarlo solo en ese infierno. Él era mi todo, y estaba dispuesta a cargar con su dolor.

Pero pasan los meses y Juan sigue igual—roto, perdido. Se ha encerrado entre cuatro paredes, apartado del mundo. No se ve con amigos y pasa días enteros sin dirigirme ni una palabra. Lo que sea que le propongo—salir, distraerse, seguir adelante—, lo rechaza, me mira con ojos vacíos y guarda silencio. Pasa días sentado en casa, fijando la mirada en un punto inexistente. Incluso se tomó una baja no remunerada, arriesgándose a perder su trabajo para siempre. No sé cómo sacarlo de este fango. Entiendo lo grande que es la pérdida de una madre, pero es como si hubiera muerto con ella. Cuando intento decirle que la vida sigue, que hay que luchar por los que aún vivimos, me lanza a la cara: “Eres insensible, cínica”. Quizás tenga razón, pero no puedo evitar pensar en otro aspecto.

¿Qué pasa si este no es el fin de nuestras pruebas? La vida no perdona—nos aguardan nuevas desgracias, nuevos golpes. Si con cada tragedia él se quiebra, como una rama seca, ¿cómo lo vamos a afrontar? Si siempre tengo que ser yo quien lo lleve todo a cuestas, simplemente no lo resistiré. ¡Y no quiero esa vida! Necesito un hombre a mi lado—fuerte, confiable, con quien pueda compartir las cargas a partes iguales, no alguien a quien deba arrastrar como un peso muerto. Estoy cansada de ser su apoyo, su salvavidas, mientras se hunde en su mar de lágrimas sin siquiera intentar salir a flote.

Tengo miedo de admitir esto incluso a las personas más cercanas. ¿Y si me juzgan, me llaman fría, sin corazón? Me imagino cómo mis amigas me mirarían con reproche: “Su madre murió, ¡y tú piensas en ti misma!”. Pero no soy de piedra—yo también sufro, también lloro por las noches, al verlo, al mirar a este extraño en el que se ha convertido mi Juan. ¿Dónde está ese chico que reía conmigo, que hacía planes, soñaba con nuestro futuro? Ya no está, y no sé si alguna vez volverá. Tengo miedo—miedo de perder nuestro amor, miedo de quedarme con él así, miedo de irme y luego arrepentirme.

No quiero dejarlo en su desgracia, pero tampoco puedo ser su niñera más tiempo. Cada día lo veo decaer, y siento que yo misma me apago. El trabajo, la casa, su silencio—todo pesa sobre mí como una losa de hormigón. Soñaba con una familia, con ser feliz, y obtuve esto—una tristeza infinita y soledad compartida. ¿Cómo puedo salvar nuestro amor? ¿Cómo sacarlo de este pantano? ¿O tal vez es hora de salvarme a mí misma? No sé qué hacer. Mi corazón se rompe entre la compasión por él y el deseo de vivir mi vida. Por favor, ayúdenme con un consejo—¿cómo puedo devolverlo a la vida o encontrar fuerzas para irme, si ya no es aquel al que amaba? Estoy al borde del abismo, y necesito una luz para salir adelante.

Rate article
MagistrUm
Sin rodeos: No quiero a alguien a quien deba arrastrar.