Esposa Ajena

**La Esposa Ajena**

Nada más conocer a Marta, Sergio supo que su vida ya no sería igual. Jamás se había sentido tan atraído por una mujer. El problema era que ella estaba casada. ¡Y eso no era todo!

Con el marido de Marta, Jorge, mantenía una buena amistad desde la universidad. No eran inseparables, pero compartían tertulias, quedadas y celebraciones con amigos en común.

Fue en una de esas fiestas donde Jorge los presentó. «Esta es Marta, mi esposa», dijo. Para Sergio fue una sorpresa: ignoraba que su compañero se había casado.

Resultó que la pareja no organizó una boda tradicional, limitándose a firmar en el Registro Civil. Decisión de él. «Para qué malgastar en festejos —argumentó—, mejor viajamos». Jorge siempre fue conocido por su tacañería, prefiriendo ahorrar antes que gastar.

«¿Y la despedida de soltero, el vestido blanco y las fotos para el álbum?», preguntó Sergio, intrigado.

«Odio los formalismos, ya lo sabes —refunfuñó Jorge—. Además, cualquier noche puede ser una despedida. ¿Verdad, Martita?».

Ella asintió, aunque una sombra de descontento cruzó su rostro.

«¿No te gustan los vestidos blancos?», insistió Sergio.

«Me encantan —confesó Marta con candor—. Pero mi marido opina que son tonterías y negocio del amor. Además, leyó que a más lujosa la boda, más rápido el divorcio».

«Vaya teoría —rió Sergio—. ¿Entonces casarse sin ceremonia garantiza un matrimonio eterno?».

«El tiempo lo dirá —sonrió ella, con mirada soñadora—. Como en las novelas».

En ese instante, Sergio se hundió en sus ojos. Y supo que estaba perdido.

Aquella noche charlaron sin parar, descubriendo afinidades. Jorge, ausente, resolvía asuntos laborales por teléfono. Marta, sin embargo, no parecía molesta.

«¿No teme dejarte sola? —preguntó Sergio—. Una mujer tan bella… ¿No siente celos?».

«¿De mí? —ella rio—. ¡Jamás! Jorge está casado con su trabajo».

«¿Y no te duele?».

«¿Que su carrera sea prioridad? Es normal».

«¿Bailamos?».

«¿Por qué no?».

Sergio sintió una chispa. No era amor instantáneo, sino una conexión única. Marta, sin ser una belleza clásica, irradiaba un magnetismo que lo hipnotizaba.

Dos semanas después, Jorge llamó:

«¡Necesito un favor! Teníamos entradas para el concierto, pero tengo un lío en la oficina. ¿Acompañas a Marta?».

«¿En serio? ¿No tiene amigas?».

«¡Propuso tu nombre! La traje de un pueblo remoto. Quiere vivir la cultura madrileña».

El concierto fue mágico. Al terminar, Marta lo convenció para visitar una exposición: «Jorge odia estos planes. Hasta que encuentre trabajo aquí, eres mi guía».

Tras tres citas (así las veía él), Sergio decidió evitar más encuentros. Una esposa ajena era terreno prohibido. Pero los cumpleaños del grupo los unían.

En uno, Marta se sentó a su lado:

«¿Me evitas? ¿Te ofendí? Creí que disfrutabas conmigo».

«Es… complicado. No quiero sobrepasar límites».

Ella rio: «¡Jorge aprueba que me acompañes! Prefiere pescar».

«¡Claro! —confirmó él, mirando a Sergio—. Aprovéchalo».

Así, compartieron meses de teatros y cenas. «¿Podemos ser solo amigos? —se repetía Sergio—. No interferiré». Pero contenerse era difícil.

Dos años después, Marta llamó llorando: la relación se resquebrajaba. Ella anhelaba hijos; él, no. Jorge bebía más, volviéndose celoso:

«Ayer gritó tanto que temblaron las paredes —confesó—. Me asusta».

«¿Te ha hecho daño?».

«No, pero su ira crece. No sé cuánto aguantaré».

Sergio escuchó, y un pensamiento lo aterró: «¿Y si se separan?». Entonces, Marta añadió:

«¿Por qué somos tan distintos? Sería más fácil si amara… a alguien como tú».

La frase lo paralizó. Nunca imaginó que ella no compartía sus sentimientos. Solo amistad.

Al despedirla, sintió alivio, como extraer una muela dañada: doloroso, pero necesario.

La conversación con Jorge fracasó:

«No te metas —gruñó—. Y dejad vuestras citas culturales».

Meses después, una exnovia del instituto reapareció en Madrid. Sergio se sumergió en una intensa relación, olvidando a Marta. Hasta que, en una fiesta, coincidieron.

Él no se separó de su acompañante, pero al intentar besarla, ella se apartó:

«No. Te vi mirarla. Hay algo entre vosotros».

Esa noche, el teléfono de Sergio vibró:

«Ven, por favor —susurró Marta—. Está borracho… Me encerré en el baño».

Al llegar, Jorge forcejeó:

«¡Llegó el héroe! —espetó, intentando golpearlo—. ¡Llévatela!».

Sergio esquivó el puño:

«Eres un necio. Marta nunca me quiso».

«¡Basta! —rugió Jorge—. ¡Vete con ella!».

En el taxi, Sergio preguntó:

«¿Tienes donde dormir?».

«¿Tu casa?».

«Mala idea».

Ella sollozó:

«Sí… Pero te equivocas en algo. Te amo. Contigo… soy feliz».

Rate article
MagistrUm
Esposa Ajena