Grabadora secreta: una nuera con intención de escuchar

La nuera escondió una grabadora en casa de su suegra para escuchar su conversación

Javier y Lucía llevaban dos años casados. Se amaban profundamente, pero la tensión por la relación de ella con su suegra envenenaba el ambiente.

Lucía, dulce y complaciente, siempre buscaba agradar a sus nuevos familiares. Pese a sus esfuerzos, la frialdad de Margarita López la hería como agujas invisibles. La suegra jamás criticaba abiertamente, pero sus miradas gélidas, ironías veladas y comentarios entre dientes hacen sentir a Lucía como intrusa.

Cada visita terminaba con angustia.
—Javier, tu madre me desprecia en secreto —murmuraba ella, mordiendo el labio.
Él cerraba el libro que leía y suspiraba:
—Exageras. Mamá es reservada desde que enviudó criándonos sola.
—¿Reserva o desdén? La otra vez hablaba mal de mí con tu tía Carmen.
—¡Interpretaciones! ¿Vamos al cine mañana? —desviaba él, incómodo.

La duda carcomía a Lucía. Decidió actuar. En la próxima visita, escondió entre los trapos de cocina una grabadora usada en la Universidad de Sevilla.

Al día siguiente, recuperó el dispositivo con manos temblorosas. Esa noche, frente a Javier, pulsó «play». Tras ruidos cotidianos, estalló la voz áspera de Margarita:
—¡Mi hijo se casó con una inútil! Ni siquiera sabe freír un huevo correctamente —escupía al teléfono—. Y su familia… ¡Vaya pandilla de paletos! Hasta el perro de los García tiene más modales.

Lucía apagó el audio, mirando a Javier entre lágrimas.
—¿Sigues pensando que exagero?
Él palideció, conflictuado.
—Madre es impulsiva, quizá estaba alterada…
—¿Alterada? ¡Insultó a mi familia! Si no me defiendes, reconsideraremos esto —gritó ella, saliendo de la habitación.

Horas después, Javier llamó a Margarita.
—Debes disculparte.
—¿Yo? ¡Esa víbora me grabó ilegalmente! Denunciaré y haré que la expulsen de la universidad —aulló ella.
—¡Basta! —rugió él—. Te has pasado tres pueblos.

Margarita no abrió cuando fue a su piso en Málaga. Decidió boicotearlos: difundir rumores, prohibir la entrada a Lucía, envenenar a Javier contra ella. Pero él, harto de manipulaciones, redujo las visitas. Las tardes de domingo en casa materna, antes llenas de paella y críticas disfrazadas, quedaron en silencio.

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