Una hija de más

– ¡Yo no les pedí que lo tuvieran! – se enfurecía Cristina – ¿Por qué tengo que sufrir molestias por culpa de su hijo?

Primero me quitaron mi habitación, luego me convirtieron en niñera gratuita, ¿y ahora resulta que debo dar a mi único amigo a otras personas? ¡Ese que vive conmigo desde hace nueve años!

¡Pues no! ¡Me voy a casa de la abuela a vivir con Rex! ¡Ustedes críen a su Vasquito!

Cristina, de dieciséis años, llevaba peleándose constantemente con sus padres el último año.

En realidad, tenía sus razones para ello: madre y padre, tras el nacimiento de su hijo, se olvidaron de la existencia de su hija mayor.

Desde los nueve años, Cristina se manejaba sola. Cuando era más pequeña, no entendía la verdadera razón de tal trato hacia ella y la indiferencia de su madre y padre la entristecían mucho.

Cristina lloraba en secreto y se quejaba con su abuela:

– ¡Siempre están con Vasquito! Les pido jugar conmigo, mamá dice que no tiene tiempo y papá ni siquiera me mira. Abuela, ¿será que no me quieren?

– Ay, mi cielo, – decía tranquilizándola su abuela Tamara, apartando la mirada – claro que te quieren. Es solo que ahora lo tienen difícil.

Vasquito es pequeño, necesita atención y cuidados constantes. Entiendes que aún no sostiene la cabeza y no camina.

Cuando crezca un poco, será más fácil. Mientras tanto, toma la iniciativa, ayuda a tu mamá con tu hermano, sal a pasear con él, juega. Tal vez entonces tus padres tengan un poco más de tiempo.

Tamara sabía muy bien que, incluso participando activamente Cristina en la crianza de su hermano, la situación no cambiaría mucho.

La verdad era que para Olesia y Venceslao, su hija mayor no era querida. Se casaron, como suele decirse ahora, “por obligación” – Venceslao apenas conocía a Olesia hacía unos meses.

Cuando él comenzó a salir con la chica, no sospechaba que ella le mentía – Olesia añadió intencionadamente dos años a su edad para parecer mayor.

El embarazo de una escolar de dieciséis años traería enormes problemas a Venceslao, por lo que no se le ocurrió nada mejor que llevarla al altar.

Nadie esperaba a Cristina y sus padres no estaban especialmente preparados para su llegada. Olesia quería divertirse, y la falta de esa posibilidad la ponía furiosa con la niña.

Venceslao tampoco sentía especial amor por su hija, por la misma razón. Además, siempre había soñado con un niño.

Vasquito se convirtió en la luz de sus ojos, lo querían y lo planificaron. Para su nacimiento, se prepararon meticulosamente y con anticipación.

– Mamá, ¿podemos comprarme una muñeca? – le pidió Cristina a su madre, – aquella de cola como de sirena.

Olesia, mirando las diminutas capotas y zapatitos, respondió indiferente:

– No tengo dinero de sobra. ¡Cristina, basta de avergonzarme! Realmente, contigo ni quiero ir al mercado, siempre empiezas a pedir cosas.

Bien sabes que pronto tendrás un hermanito, y necesitamos comprarle ropa, cuna, carrito.

¿Por qué eres tan egoísta? ¡Siempre piensas solo en ti misma!

La niña, escuchando regularmente las recriminaciones de su madre, comenzó a sentirse culpable. ¿Y ella qué? Bueno, no tiene casi juguetes, el hermanito los necesita más.

***
Vasco nunca conoció la negativa. El niño recibió todo el amor de sus padres, y Olesia y Suso le compraban algo nuevo cada día.

Incluso le prepararon una habitación propia antes de nacer – trasladaron a Cristina al salón y en su dormitorio remodelaron todo.

Cuando la niña protestó, su padre le explicó severamente:

– Eres suficientemente grande, puedes dormir en el sofá. ¡El niño necesita su espacio personal! La habitación de tu madre y mía es pequeña, si ponemos la cuna no quedará espacio.

– ¡No te quejes! – la apoyó su madre – Yo en tu lugar estaría feliz. Yo, por ejemplo, no tengo hermanos ni hermanas, soy hija única.

Pronto tendrás con quien jugar. Venga, Cristina, no protestes, recoge tus libros y juguetes.

Por cierto, la mitad la tendrás que tirar – no hay sitio para guardar todos esos trastos.

***
Cuando Vasquito nació, Cristina perdió todas sus alegrías de infancia. Olesia y Suso decidieron que su hija ya era suficientemente adulta para cuidar de su hermano.

Cuando el bebé lloraba por las noches, el padre o la madre asomaban la cabeza por la puerta del cuarto y despertaban a Cristina:

– ¿Es que no oyes que el niño está llorando? Anda, dale el biberón, revisa su pañal. Por si acaso hay que cambiarlo.

Por la noche Cristina atendía al bebé, y durante el día, al volver del colegio, cuidaba de su hermano.

Olesia, en su segundo permiso de maternidad, descansaba, tenía tiempo para ella misma y para su cuidado personal.

Tamara, cuando visitaba a su hijo y nuera, siempre protestaba:

– Olesia, ¿qué es esto? ¿Cómo pueden pasarle el cuidado de un bebé de dos meses a una niña de diez años? ¿Cuánto puede cuidarlo?

– No lo veo tan grave, – respondía despreocupada Olesia a su suegra – que se acostumbre.

Tarde o temprano será madre y tendrá que pasar por esto. ¡Qué experiencia!

Estoy segura de que Cristina hasta me dará las gracias dentro de unos diez años. Yo, por cierto, también me canso. ¿Cree que es fácil para mí sola con dos niños?

No cuento con Suso, siempre está en el trabajo, apenas me ayuda. Por la noche juega con Vasito un rato y ya está, se va al sofá a ver la tele.

– ¡Olesia, no puede ser! Estás privando a la niña de su infancia. No entiendes que Cristina está en una edad delicada, debería estar jugando con amigas en lugar de cuidar a un bebé.

Yo tenía a Suso y además a tres más. ¡Y todos seguidos! Me las arreglé sola y nunca pedí ayuda a nadie.

– Eran otros tiempos, Tamara – contestaba Olesia a su suegra – Repito, no veo nada malo en esa ayuda.

Vasco es su hermano, tiene que ayudar a criarlo. ¡Es la mayor!

***
A los trece años, Cristina empezó a odiar a su hermano. Vasco se estaba volviendo un niño avispado y especialmente travieso.

El chico se dio cuenta rápidamente de que podía culpar a su hermana mayor de cualquier travesura – a Cristina le caían todos los reproches:

– No entiendo qué haces aquí cuando no estamos – todas las noches regañaba Olesia a su hija – ¡encontré trozos de vidrio en el cubo de basura! ¿Has roto una taza?

– No fui yo – respondía Cristina – Vaco la tiró del mesa intencionadamente porque no le dejé comer dulces.

– ¿Y quién te crees para mandar? – decía rápidamente Venceslao defendiendo a su hijo – ¿Eras tú quien compró esos dulces? ¡La reina de la casa! ¡Que los coma!

– Mamá me dijo que no le diera dulces a Vasco. Primero tendría que comer su sopa antes de pasar al postre con dulces.

Vasco se negó a tomar la sopa y exigió directamente el postre. No le di la bandeja y lanzó la taza al suelo.

– ¡Inútil! – se enfadó Olesia – ¿Y si el niño se hubiera cortado? ¡Eres ya mayor y no puedes vigilar al niño!

Hoy estás castigada, ¡nada de salir! Te quedas en casa a enseñarle las letras a Vasquito.

¡La maestra me dijo que era el más atrasado del grupo! ¡Todos los niños ya saben formar sílabas y el nuestro ni sabe contar hasta cinco! ¡Y eso es por tu culpa!

La situación alcanzó un punto crucial cuando Cristina cumplió dieciséis años. Los padres, sin consultarla, decidieron dar a su perro Rex, un perro anciano que Cristina había encontrado hace años y había criado.

– ¡Que no esté aquí mañana! Vasquito ha comenzado a estornudar sin razón y sospecho que es una alergia al pelo del perro.

Cristina protestó:

– No voy a dar a Rex, ¡no me obligarán! Es lo único que me ama sinceramente. ¡No lo entregaré!

– ¿Quién te ha preguntado? – comentó filosóficamente Suso – ya soportamos tu carroña mucho tiempo.

Antes lo hubiera echado si hubiera tenido una razón. ¡Listillo, nunca ensucia la casa! Esperaba solo el momento oportuno.

Cristina se mantuvo firme:

– Rex se queda conmigo, ¡no lo entregaré! ¡Lo quiero! ¿No comprenden que lo amo?

– ¿Y a tu hermano no lo quieres? – se entrometió Olesia – ¿Estás dispuesta a correr el riesgo con su salud por un chucho? ¿Lo he entendido bien?

Christina estalló:

– ¡Sí, exactamente así! Estoy harta de ustedes con su Vasco! ¡Ni se imaginan lo cansada que estoy de ustedes! ¿Por qué debo renunciar a mi único amigo por él?

¡Él destrozó mi vida, su Vasquito! ¡Ni siquiera tuve infancia! Mientras mis amigas jugaban en el parque, yo paseaba con el carrito, y tú, mamá, estabas dormida.

Cuando mis compañeros iban a tutores y se preparaban para los exámenes, yo corría entre el colegio, la guardería y la casa. Porque tú, mamá, regresaste al trabajo.

¡Basta, me harté! ¡Me voy a vivir con la abuela!

***
Tamara recibió a su nieta y no tuvo problema con Rex, la pensionista no tenía inconvenientes.

Cristina se sintió como en casa en el piso de su abuela – nadie la molestaba o la obligaba a pasar tiempo con su desapreciado hermano. En casa de su abuela, podía hacer lo que quisiera.

Olesia permitió a su hija mayor vivir separada tan solo un mes – a las cuatro semanas llamó a Cristina exigiéndole:

– ¡Regresa inmediatamente! ¿Has descansado? ¡Es suficiente! No podemos solos.

– ¿Por qué? – se burló Cristina – ¿Quién dijo que volvería?

Estoy viviendo estupendamente en casa de la abuela, no tengo intenciones de regresar.

– No estoy preguntando sobre tus planes, – declaró Olesia a Cristina – te ordeno recoger tus cosas y venir a casa.

¡No hay quién recoja a Vasquito del colegio! Tengo que renunciar a la siesta para llevar al niño a casa después de las clases.

– ¿Y yo qué tengo que ver? – protestó Cristina – es tu hijo, tú misma míralo.

Tengo, si no lo sabes, mamá, suficientes cosas que hacer por mí misma. Si te has olvidado, voy al instituto, estoy estudiando.

Aquí, en casa de la abuela, puedo hacer mis tareas en paz. He mejorado todas mis materias importantes. Así que disculpa, me quedo aquí.

– Espera… – chilló Olesia – Cuando su padre llegue, ¡lo enviaré a buscarte! ¡A patadas te traerá de vuelta! ¿Ahora te crees grande? ¿Independiente?

Tamara, que estuvo presente durante la conversación, pidió con un gesto a su nieta que le pasara el teléfono:

– Olesia, no te emociones tanto, – se defendió la abuela por Cristina – ¡la tienen agobiada, no la dejan respirar!

Vasquito ya es mayor, ya va por los siete. ¿No puede quedarse solo un rato?

Si te da miedo dejarlo solo, ¡contrata una niñera! Y dejen tranquilamente a Cristina, aquí se queda. ¡Que la niña estudie tranquila!

¡Y díganle mis palabras a Venceslao!

***
Dejaron a Cristina tranquila. Por su abuela, supo que sus padres encontraron solución al problema de Vasco – no escatimaron dinero y contrataron una niñera para su querido Vasquito.

Cristina no se sintió culpable por lo que hizo. Al fin y al cabo, Vasco era su hermano, no su hijo. Ella no tenía por qué asumir la responsabilidad por él.

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