Rescata a mi hija del orfanato

Rebeca se encontraba confundida y miraba desconfiada a la mujer que tenía delante.

La cuidadora le acababa de explicar que había llegado su madre.

Que había estado buscándola durante mucho tiempo y que en realidad nunca la había abandonado, como Rebeca pensaba. Resulta que un día se perdió en otra ciudad, la recogieron y la llevaron a un orfanato. ¡Y su madre la había estado buscando todo este tiempo!

Rebeca observaba cautelosa el rostro de esa desconocida sonriente, como queriendo reconocerla sin poder hacerlo. ¿Eran sus ojos? ¿Sus manos? ¿Era realmente su madre, a quien no recordaba en absoluto?

Inclinó la cabeza y, de repente, algo cambió en el rostro de la mujer que la miraba. Aún intentaba sonreír, pero las lágrimas comenzaron a recorrer lentamente sus mejillas, sin poder contenerlas.

El pequeño corazón de Rebeca titubeó. Claro que sí, era su madre, ahora la reconocía: por el brillo de los ojos, por la inclinación de la cabeza. Dios sabe por qué, pero ahora sabía que era ella.

Dio dos pasos inciertos y extendió sus brazos, corriendo hacia ella con un grito: – ¡Mamá, mamita, por fin me encontraste!

Ya por la noche, en casa, estaban sentadas abrazadas en un gran y suave sofá. Julia acariciaba el cabello y los delgados hombros de Rebeca mientras la besaba en sus ojos llorosos.

Por centésima vez intentaba responder a la pregunta más importante: – Mamá, ¿por qué tardaste tanto en venir? ¡Te esperé tanto!

– ¡Mi sol! Perdóname, te busqué todos los días. Pero desapareciste, ¡fue horrible! Alguien decía que una gitana huía con una niña en brazos. Hasta fuimos con los gitanos, pero no estabas en ninguna parte. Recorrí todas las ciudades cercanas. Y luego me dijeron que en un orfanato había una niña que habían dejado. ¡Y pensé enseguida que eras tú, por eso vine!

– ¡Tanto tiempo, mamá! ¡Menos mal que me encontraste! – Rebeca abrazaba fuertemente a Julia con sus cálidas manitas.

Pero entre el bollo dulce con leche, el calor del hogar y los abrazos de su madre, se adormecía completamente. Sus manitas seguían aferrándose a su mamá, pero ya se debilitaban y aflojaban. Julia la tomó en brazos y la llevó a su camita.

– No me llevarán de nuevo, ¿verdad mamá? – murmuró Rebeca adormilada.

– Nadie te quitará de mí nunca más, ¡te lo prometo! – Julia la abrazó fuerte y le besó el cabello sedoso antes de acostarla en la cama.

– No te vayas – pidió Rebeca, y Julia se recostó a su lado en la cama infantil.

Rebeca enseguida comenzaba a respirar dulcemente, aunque con una mano seguía agarrada al albornoz de Julia, como comprobando de vez en cuando si su madre seguía allí.

“Así he cumplido el último deseo de mi querida hermana. He encontrado a Rebeca y ahora está conmigo. Diana pidió que no le contara nada sobre ella. Ahora soy la mamá de Rebeca”, pensaba Julia, acostada sin dormir.

Ajustó la suave mantita sobre la pequeña, y Rebeca sonreía en sueños.

Que todo lo malo quede atrás, aunque es tan difícil aceptar la pérdida de la hermana y la madre.

Su madre y la de Diana era buena, pero de alguna manera indefensa. Las tuvo sin un padre. Y desde que Julia tenía memoria, su madre siempre lloraba, ¡qué difícil era criar a dos niñas ella sola! Como si alguien tuviera la culpa.

Diana era quince minutos mayor que Julia y siempre decidía todo por las dos.

Y cuando su madre trajo al tercer conviviente, Diana dijo que debían huir de casa antes de que empeorara.

Pero a Julia le daba pena su madre, ¿cómo podrían dejarla sola? Quería lo mejor para ellas, se esforzaba por tener un hombre en casa.

– Julia, conseguiré dinero y escaparemos, – le insistía Diana, – ¡La cosa no va a acabar bien! Ya tenemos diecisiete, ingresaremos en la escuela técnica y viviremos en el dormitorio, ¿entendido? ¡Porque el novio de mamá ya no me deja en paz!

¡Qué ingenua era Julia entonces!

Diana le decía cosas feas sobre su padrastro, pero a ella le parecía que Diana lo había inventado. Mamá estaba feliz, y el padrastro sonreía, compraba dulces y frutas. Incluso le guiñó un ojo a Julia, – ¿A que mejor vivir con papá? Apóyate en mí, irás bien, ¿entendido, ojitos azules?

– Aléjate de la pequeña, ¿entendido? – se interpuso enseguida Diana. Y a Julia le pareció extraño que Diana le hablara tan bruscamente.

Diana había cambiado mucho, últimamente. Un chico del mismo bloque la cortejaba.

A Antonio le gustaba Diana desde quinto curso. Eran buenos amigos. Julia incluso bromeaba diciendo que Antonio se la llevaría para casarse y que ella no sabría sobrevivir sin Diana.

Pero últimamente, Diana y Antonio se habían distanciado y Antonio estaba siempre serio, como si estuviera bajo las nubes. Hasta se acercó a Julia, pero ella no sabía qué decirle.

Pronto Diana consiguió una gran suma de dinero. Julia estaba asustada, ¿de dónde lo obtuvo?

– ¡De donde lo saqué ya no hay más! – le dijo la hermana enojada, – ¿Te vienes o no? ¡Siempre eres como una cría aunque solo seas quince minutos menor! ¿Te vienes conmigo?

Diana puso una cara tan seria que Julia se asustó y… aceptó. Y, claro, planeaban ingresar en la escuela técnica.

Pero las cosas no salieron como esperaban. Diana alquiló una habitación y se negó a estudiar. Luego resultó que Diana… ¡estaba embarazada!

– Tal vez deberías decírselo a Antonio, Diana, – intentó animar Julia, pero su hermana solo se enfurecía como si fuera otra persona, – ¿Qué tiene que ver Antonio? ¡Déjame en paz!

Luego Diana lloraba pidiéndole perdón, y Julia la consolaba diciendo que la ayudaría con el bebé. Que iría a trabajar y luego todo se solucionaría. Pero esas palabras solo irritaban más a Diana.

La niña nació antes, prematura. Julia fue a recibir a la hermana y la pequeña del hospital. Consiguió trabajo como dependienta, compró ropa para su sobrina e intentaba ayudar a Diana en todo.

Pero lo que tiene que pasar, pasa. Mamá se enteró por alguien de cómo “estudiaban” sus hijas. Además, el padrastro provocó un escándalo diciendo que le habían robado dinero y que seguro habían sido sus hijas. Palabra tras palabra, el padrastro dejó caer que Diana estaba embarazada de él, ¡imagínense!

La mamá lo empujó, no esperaba ese tipo de confesiones. Lo empujó, y él se golpeó la cabeza con el rincón de una mesa. Mamá las llamó histérica, – ¡Chicas, he cometido un error, ¿qué hago?

Condenaron a su madre, pero era frágil, no sobrevivió, nunca volvió.

Diana perdió el interés por todo. Una noche, al llegar del trabajo, Julia encontró la casa vacía.

Y una nota en la mesa, “No me busques a mí, ni a Rebeca. La llevé a otra ciudad, a un orfanato. Tú tienes tu propia vida, y yo la mía. ¡Adiós, hermana!”

Julia lloró toda la noche. ¿Cómo es posible? ¡Sin madre y ahora abandonada por mi hermana mayor!

Lloró hasta no poder más. Por la mañana se lavó la cara y decidió firmemente que encontraría a Rebeca. No parecía tener a nadie más en este mundo.

Sin embargo, la búsqueda fue infructuosa a pesar de sus esfuerzos.

Dos años después, recibió una llamada. La voz de Diana, aunque áspera, extraña y desesperada, le pedía: – Julia, cumple mi último deseo, recoge a Rebeca del orfanato. Está en el pueblo de ***. Y olvídate de mí, – y colgó. Así de sencillo…

***********

Rebeca gimoteó en sueños, y Julia ajustó la mantita, – Shhhh, duerme, duerme… hijita.

Hijita.

Sí, hijita.

Pronto Pablo volverá de su viaje de trabajo. Ambos han hablado mucho al respecto. Adoptarán a Rebeca y no le contarán nada por el momento. Y no es necesario que sepa todo eso, ¿verdad?

El destino pondrá todo en su lugar algún día.

¿Quién sabe si Diana regresará?

La vida es tan impredecible. La madre de Rebeca ha aparecido.

Por ahora, simplemente vivirán. Pablo y ella quieren tener más hijos y que todo esté bien, ¡y ya!

La felicidad familiar simple es lo que Julia siempre anheló.

Y los sueños se cumplen, cuando se desean con fuerza…

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