—¡Yo no les pedí que lo tuvieran! —protestó Nuria, furiosa—. ¿Por qué debo aguantar incomodidades por su hijo?
Primero me quitaron mi habitación, luego me convirtieron en niñera gratis y ahora resulta que debo deshacerme de mi único amigo, que lleva nueve años a mi lado?
¡Ni loca! Me voy a casa de la abuela y viviré allí con Thor. ¡Ustedes críen a su querido Javi!
Con dieciséis años, Nuria llevaba meses enfrentándose a sus padres.
La razón era clara: desde el nacimiento de su hermano, Lucía y Víctor habían olvidado por completo a su hija mayor.
Desde los nueve, Nuria creció sola. De pequeña, no entendía por qué sus padres la ignoraban, y su indiferencia la destrozaba.
Lloraba a escondidas y se quejaba a su abuela:
—¡Solo están con Javi! Si les pido jugar, mamá dice que no tiene tiempo y papá ni me mira. Abuela… ¿ya no me quieren?
—Tonterías, cariño —respondía Tamara Estefanía, evitando su mirada—. Claro que te quieren. Es solo que ahora están agobiados.
Javi es pequeño, necesita atención constante. Tú entiendes que aún no sostiene la cabeza ni camina.
Cuando crezca, todo mejorará. Ayuda a tu madre con él: llévalo de paseo, juega. Así quizá ellos tengan más tiempo.
Tamara sabía que, incluso con ayuda, poco cambiaría. La verdad era simple: Nuria, hija de un embarazo inesperado, nunca fue deseada.
Lucía, de dieciséis años al conocer a Víctor, mintió sobre su edad para parecer mayor. Al quedarse embarazada, él optó por casarse, evitando el escándalo.
Nuria llegó sin planes ni ilusión. Lucía resentía haber perdido su libertad, y Víctor anhelaba un varón.
Javi, en cambio, fue planeado. Prepararon su habitación quitándole espacio a Nuria, quien dormiría en el sofá.
—Mamá, ¿me compras esa muñeca sirena? —pidió Nuria una vez en una tienda.
Lucía, hojeando catálogos de ropa infantil, espetó:
—No hay dinero para caprichos. ¡Deja de pedir! Sabes que todo es para Javi.
¿Eres tan egoísta? ¡Solo piensas en ti!
Las críticas constantes hicieron que Nuria se sintiera culpable. «Tiene razón —pensaba—. Mi hermano lo necesita más».
***
Javi lo tuvo todo. Sus padres le compraban juguetes diarios, y hasta le asignaron la habitación de Nuria.
Al quejarse, su padre le espetó:
—Eres mayor, duerme en el salón. El bebé necesita su espacio.
—No dramatices —apoyó Lucía—. Deberías alegrarte. Yo crecí sin hermanos.
Pronto tendrás compañía. Y guarda tus trastos: tira la mitad, no caben.
***
Tras el nacimiento, Nuria perdió su infancia. Lucía y Víctor la obligaron a cuidar a Javi día y noche.
Si el bebé gritaba, despertaban a Nuria:
—¿No oyes? Dale el biberón o cambia el pañal.
Mientras Lucía disfrutaba su baja maternal, Tamara protestaba durante las visitas:
—¡Obligar a una niña de diez años a cuidar un bebé es inadmisible!
—No exagere —replicaba Lucía—. Le servirá de experiencia.
Además, estoy agotada. ¿Cree que es fácil criar dos hijos sola? Víctor solo ayuda media hora al día.
—¡Le estás robando la niñez! —insistía Tamara—. Debería jugar, no hacer de madre.
—Los tiempos cambian —refunfuñaba Lucía—. Es su deber como hermana mayor.
***
A los trece, Nuria odiaba a Javi. El niño, astuto y malcriado, culpaba a Nuria de sus travesuras.
—¿Qué hacías mientras estábamos fuera? —regañaba Lucía al encontrar un plato roto—. ¿Lo tiraste tú?
—Fue Javi —explicaba Nuria—. Se enfadó porque no le di dulces.
—¿Tú mandas aquí? —rugía Víctor—. ¡Él come lo que quiera!
—Mamá dijo que primero la sopla…
—¡Inútil! —interrumpía Lucía—. ¿Y si se lastima? ¡Castigada sin salir! Enséñale a contar.
La gota que colmó el vaso llegó al cumplir dieciséis. Sus padres decidieron deshacerse de Thor, el perro que Nuria rescató años atrás.
—¡Que desaparezca mañana! Javi estornuda: es alérgico al pelo.
—¡No me lo quitarán! —gritó Nuria—. Es lo único que me quiere.
—¿Prefieres un animal a tu hermano? —se burló Lucía.
—¡Sí! —estalló Nuria—. Estoy harta de sacrificarme por él.
Mientras mis amigas jugaban, yo empujaba su carrito. Mientras estudiaban, yo corría del instituto a la guardería.
¡Basta! Me voy con la abuela.
***
Tamara la acogió sin dudar. En su piso, nadie molestaba a Nuria.
Un mes después, Lucía llamó:
—Vuelve ya. No damos abasto.
—¿Y eso? —respondió Nuria—. Me quedo aquí.
—¡Víctor irá a buscarte! —amenazó Lucía.
Tamara tomó el teléfono:
—Contrátate una niñera —exigió—. Nuria no es vuestra sirvienta.
Javi tiene siete años; que espere solo o contrátenle ayuda. Ella se queda conmigo.
***
Nuria no regresó. Supo que sus padres contrataron a una cuidadora para Javi.
No se arrepintió. Al fin y al cabo, Javi era su hermano, no su hijo. La responsabilidad nunca debió ser suya.