– Tu esposa nos arruina todas las celebraciones – dijo la madre a su hijo.
– Inés propone que nos juntemos todos mañana en un restaurante o café – anunció alegremente Óscar a su madre por videollamada.
– Es una buena idea, pero deja que Inesita elija el lugar con antelación para que no tengamos que cambiar de sitio durante la cena – pidió tranquilamente María Teresa a su hijo.
– Ya lo decidimos, no te preocupes. En nuestro barrio ha abierto un nuevo local, mañana lo probaremos – continuó Óscar, despreocupado.
– Nuevo… Está bien, envía la dirección y dime a qué hora debemos llegar con tu padre – aceptó resignada la mujer.
– Claro, ya mismo te lo envío – respondió él, y cortó la comunicación.
Poco después, María Teresa recibió un mensaje con la dirección y la hora. Tenía dos nueras y un yerno, con todos mantenía buenas relaciones, excepto con Inés.
La suegra evitaba entrometerse en la vida de su nuera y procuraba distanciarse lo máximo posible.
El problema era que ella no sabía comportarse en la mesa y carecía completamente de tacto.
Hace unos meses, ya se habían reunido en un restaurante familiarmente, pero en vez de disfrutar de la comida, tuvieron que escuchar las quejas de Inés.
No le gustaba el plato, ni le agradaba cómo el camarero la miraba, y el menú le parecía pobre.
Por sus objeciones, tuvieron que cambiar de restaurante varias veces en la misma noche.
Incluso entonces encontró motivos para quejarse. Pidió una ensalada sin cebolla.
– Su ensalada, como pidió, sin cebolla – dijo el camarero al servir el plato frente a Inés.
– ¿Y qué es esto sobre la ensalada? – preguntó con desagrado, señalando una ramita de eneldo.
– Es una ramita para decorar – respondió el joven, extrañado.
– ¿Pedí que me pusieran eneldo en la ensalada? – protestó nuevamente la nuera, frunciendo los labios.
– Si desea, lo puedo quitar, en la ensalada no hay eneldo – sugirió el camarero, tratando de ofrecer una solución lógica.
– Quíteme toda la ensalada, ya me quitaron el apetito… Tráigame un batido de leche – ordenó Inés con altivez, girando la cabeza hacia la ventana.
Todas sus peticiones fueron cumplidas sin queja por parte del personal, pero el ambiente de la noche estaba arruinado.
La nuera permanecía con cara de disgusto mientras los demás comían y conversaban, convirtiendo cada salida en público en una tortura.
Tampoco las reuniones familiares eran distintas. La quisquillosidad y volatilidad de Inés nefasteaban cualquier banquete.
Incluso en el funeral de una tía de Óscar, Inés se las arregló para causar problemas.
– ¿Quién hizo estos buñuelos? ¡Están gomosos! – exclamó durante la ceremonia.
– Cariño, no hace falta que lo digas en voz alta, simplemente no los comas – intentó calmar a su nuera María Teresa al ver las miradas incómodas de los familiares.
– ¿Y entonces qué hay para comer aquí? Yo preparo mejor comida para mi perro, y el vino y el zumo también son de lo peor. Qué asco – dijo Inés con desdén.
– No estamos aquí para comer, sino para honrar a una persona, así que por favor respétalo y deja de quejarte – le pidió en voz baja la suegra.
– ¡Eso es precisamente! Me invitan a un homenaje, pero no hay nada digno para homenajear – murmuró Inés tristemente.
Aunque parecía que la incómoda situación había terminado y había sido olvidada, no lo fue.
Más tarde, María Teresa recibió llamadas de algunos parientes que expresaron su disgusto al contar cómo la esposa de Óscar se quejaba de la comida.
La mujer sintió vergüenza y decidió que nunca más llevaría a su nuera a esos eventos.
Se acercaba el cumpleaños de María Teresa, y Inés y su esposo planeaban asistir a la reunión familiar.
Sabiendo esto, María Teresa dijo a todos que estaba indispuesta y pospuso la celebración sin fecha fija.
Sabía que Óscar tenía que viajar por trabajo a finales de mes durante unos días. Esperó pacientemente esa oportunidad.
La suegra planeó cuidadosamente cómo celebrar su cumpleaños sin la presencia de Inés.
Tan pronto como Óscar llamó a su madre desde otra ciudad, María Teresa empezó a enviar invitaciones a los demás hijos.
La nuera no fue notificada sobre la celebración familiar.
El cumpleaños de María Teresa se celebró con alegría, y esta vez no hubo invitados descontentos.
Nadie hizo comentarios sobre la comida o las bebidas. Por primera vez en dos años, pudo disfrutar plenamente con sus hijos.
Pero este instante de felicidad tuvo consecuencias al día siguiente.
Algún invitado subió fotos de la fiesta a las redes sociales, y llegaron a los ojos de Inés.
– ¿Aló, María Teresa? ¿Celebraste tu cumpleaños? – preguntó la nuera con tono herido.
– Sí, ya lo pospuse bastante tiempo – admitió la suegra sin rodeos.
– ¿Por qué no me invitaron?
– Óscar está fuera por trabajo, y a ti sola seguro que te habría resultado aburrido…
– Nunca me aburro con ustedes, no debiste suponer eso. ¿Por qué no esperaron a que Óscar volviera? – preguntó Inés con sospecha.
– ¿Por qué? ¡Porque su esposa arruina todas las celebraciones con su cara amargada! – respondió María Teresa, lamentando instantáneamente sus palabras.
– ¿Qué? ¿Soy yo la que arruina? Pensé que eras una buena mujer, pero eres una serpiente – replicó la nuera, sollozando, y colgó el teléfono.
Unas horas después, Óscar llamó a su madre para reclamarle.
– ¿Por qué tratas así a mi esposa? ¿Qué te hemos hecho? – reprendió el hijo.
– No me han hecho nada, pero Inés arruina las celebraciones, y tú no logras ponerla en su lugar – reveló María Teresa.
– ¿Cómo es que las arruina? – preguntó sorprendido su hijo.
– Con sus caprichos y quejas, no solo es imposible ir a un restaurante con ella, también compartir la mesa en casa es difícil. Siempre critica todo – expresó finalmente la madre.
– Solo es directa y honesta, a diferencia de ustedes, ella incluso te considera como una madre.
– Sinceridad y mala educación son cosas diferentes. Si quiere ser como una hija para mí, que se comporte como tal, no como una chica malcriada.
– Está bien, hablaré con ella y le enseñaré cómo comportarse. Pero a cambio, promete siempre invitar a Inés a las celebraciones – propuso Óscar, cambiando su actitud.
– De acuerdo, pero solo bajo tu responsabilidad. Lo comprobaremos en la próxima reunión – aceptó la madre con el corazón encogido.
Aunque Inés no cambió mucho, intentó controlarse y no armar escenas, pero le resultó difícil.
A María Teresa no le quedó más remedio que resignarse y tratar de ignorar las excentricidades de su nuera.
No quería pelearse más con Óscar, así que optó por el mal menor.