En el hospital, descubre que su suegra se ha mudado con ellos.

En el hospital, la nuera descubrió que su suegra se había mudado a su casa.

Los jóvenes padres fueron apartados al instante de su propio hijo por la recién estrenada abuela.

Al llegar a casa, Lucía notó que la bañera deslizante que había comprado y un paquete de pañales habían sido exiliados al balcón.

—¡Qué bien que tendréis un varón! ¡Siempre quise ponerle Tiburón a un hijo! Al menos podéis usar ese nombre para mi nieto —trinó la suegra por teléfono con alegría excesiva.

—Carmen Rodríguez, ya elegimos su nombre. Será Sergio. Sergio Martín suena perfecto —intentó explicar Lucía, desconcertada por la propuesta.

—¡Otra vez ignoras mis ideas! ¿Sergio? ¡Hay un montón! Yo le regalo un nombre fuerte y hermoso, ¿y tú pones mala cara? Egoísta —bufó la suegra antes de colgar.

«A sus hijos los llamó Javier y Álvaro, pero para el nieto solo se le ocurre Tiburón», reflexionó Lucía, exasperada.

Al contarle a su marido la conversación, Javier soltó una risa:

—¿Recuerdas tu sueño profético? ¿Qué pez viste ahí?

***

Lucía y Javier llevaban más de una década casados, pero sin hijos.

Primero priorizaron sus carreras y comprar un piso en Madrid, luego viajaron por Andalucía.

Al rozar los treinta, descubrieron que concebir no era fácil.

Vinieron años de médicos, pruebas y tratamientos. Todo parecía en orden, pero el embarazo nunca llegaba.

Celebrando su duodécimo aniversario, admitieron con tristeza su probable futuro sin hijos. Javier, secándose una lágrima furtiva, dijo:

—No está escrito que seamos padres. Pero te amo y envejeceré a tu lado igualmente.

Un mes después, Lucía tuvo un sueño vívido: entraba al baño y encontraba una carpa gigante en la bañera llena.

—¡Javier, mira! ¿Cómo llegó esto aquí? ¡Si nunca pescas! —gritó… y despertó.

Esa mañana, mientras desayunaban tortilla, compartió el sueño. Él sonrió:

—¿Me apunto a pescar, ya que hasta en sueños te persiguen?

En el trabajo, al comentar el sueño durante el café, una compañera guiñó un ojo:

—Lucía, ¡vas a pescar algo grande! Para toda la vida.

—¿Cómo?

—Es señal de embarazo. ¡Ya verás!

Lucía suspiró. Llevaba un retraso de cinco días.

Al día siguiente, la prueba mostró dos líneas nítidas.

El embarazo transcurrió con náuseas leves los primeros meses.

Luego, la principal molestia fue la suegra.

***

Carmen, mujer enérgica y ansiosa por ser abuela, inundó a Lucía de consejos tras saber del embarazo:

—Necesitas cincuenta pañales de tela. ¿Plancha tienes? ¡A lavar y planchar a máxima temperatura!

—Pensaba usar bodis y pañales desechables —replicó Lucía.

—¡Ni hablar! Los de plástico asfixian. ¡Solo tela! Yo te enseñaré, no vayas a arruinar la salud de mi nieto.

—Bien, pero elegiré los estampados —cedió Lucía—. Nada de colores chillones.

—Descuida —dijo Carmen con determinación.

Una semana después, la suegra apareció con un fardo de pañales floreados, con toros y abanicos gigantes.

—Para que no te expongas a gérmenes en tiendas. ¡Mira qué algodón más bueno!

Lucía contuvo un suspiro.

En el hospital, tras un parto agotador, supo que Carmen se mudaría «unas semanitas a ayudar».

Demasiado débil para objetar, pensó: «Un apoyo extra no vendrá mal».

—¡Así no se carga a un bebé! Dame a mi Tiburón —ordenó Carmen al recogerlos en la clínica.

En casa, la abuela dominó cada rutina.

—¡El agua debe estar hirviendo! ¡Poned film en la bañera, no esas tonterías! —vociferaba, ajustando el grifo.

Tras bañar al niño con jabón lagarto, lo enfardó en dos mantas pese al calor.

—¡Lleva gorrito aunque sude! —exigió.

Esa noche, los padres se turnaron para cambiar pañales empapados cada media hora.

Al amanecer, una pila de tela inundaba el lavadero.

Sergio desarrolló sarpullido.

—¡Es tu leche! —acusó Carmen—. Mejor darle biberón.

—¡No! —se plantó Lucía.

La suegra irrumpía al primer llanto:

—La madre no sabe calmarlo. ¡Dame a mi Tiburón!

Tras semanas de conflicto, la báscula mostró que el niño perdía peso.

—Me lo arrebata para darle chupetes —comprendió Lucía.

Al día siguiente, cuando Carmen entró exigiendo:

—Ve a cocinar, yo lo cargo —Lucía se negó, abrazando a Sergio.

—¡Con lo seca que estás! —espetó la suegra.

—Cuando termine, lo tendrás —respondió firme.

Al recuperar el control, el niño engordó.

—Basta de ayuda —decidió Lucía, pidiendo a Javier que pidiera a su madre marcharse.

Carmen se ofendió:

—¿Mi Tiburón sin mí?

—Te visitaremos —prometió él.

Cada fin de semana, Carmen arrebataba al niño en la entrada:

—¡Descansad vosotros! —despedía, besando al nieto en la boca.

Al irse, Lucía murmuró:

—Entiendo que no criaste a tus hijos.

—Crecimos con mis abuelos —confesó Javier.

—Pues Sergio es nuestro. Que asuma su rol de abuela, no de madre.

Rate article
MagistrUm
En el hospital, descubre que su suegra se ha mudado con ellos.