Puse en su lugar a la insolente hermana de mi esposo

— Mamá dijo que el restaurante está confirmado —Carmen hablaba como si no notara la tensión en la voz de Lucía—. Y lo del dinero… ¿Tú y Javier ya habéis transferido todo?

Lucía guardó silencio unos segundos, buscando palabras, pero Carmen continuó:

—La suma no es grande, la verdad. Hasta pensé en añadir de mi bolsillo, pero con mis gastos… Es para mamá, ya entiendes.

—Espera —la interrumpió Lucía, conteniéndose—. No habíamos acordado eso. Javier no me dijo nada.

—Ay, él siempre olvida todo —rió Carmen, como si fuera algo normal—. Le dije que os tocaba unos mil euros. ¿No es razonable para la ocasión?

Las palabras sonaban como un hecho consumado. Lucía apretó el móvil, sintiendo arder la irritación.

—¿Mil euros? —repitió lentamente.

—¡Sí, hasta conseguí descuento! Incluye pasteles y servicio. Mamá estará encantada. Ya pagué el adelanto. Javier dijo que lo transferiríais.

Carmen colgó sin esperar respuesta.

Lucía permaneció inmóvil, con un nudo en la garganta. «Siempre la misma historia», pensó.

***

Esa noche, la cocina vibraba de tensión. Javier abrió la nevera, sacó una cerveza y, sin mirarla, murmuró:

—Carmen me contó que te opones a pagar el restaurante.

Lucía contuvo la respiración.

—¿Eso dijo? —se levantó, conteniéndose—. ¿Me he negado? ¡Ni siquiera lo sabía hasta que ella me llamó!

Javier frunció el ceño.

—Vamos, lo hace por mamá. No cumple ochenta todos los años.

—¿Y te parece normal que decida por nosotros? ¡Mil euros, Javier! —Lucía bajó la voz—. ¿De verdad?

Él encogió los hombros.

—Es nuestra madre. Carmen se ha partido la cara organizándolo.

—Claro, es fácil esforzarse con el dinero ajeno —Lucía resopló—. ¿Por qué accediste sin consultarme?

—Déjalo ya —masculló él, llenando un vaso—. Quería ayudar.

—¿A quién? ¿A mamá o a sí misma? —su tono se quebró—. No aguanto más. Pide, exige, desaparece… Y tú justificas todo.

Javier observó su bebida.

—¿Qué quieres que haga? Habla con ella.

—Ya lo hice —cortó Lucía—. Dijo que es «nuestra obligación».

—Tiene una vida complicada.

—¡Complicada? —estalló ella—. Nos usa, Javier. Y tú colaboras.

La discusión se estancó. Él murmuró algo y se marchó, dejándola sola.

***

La mañana siguiente comenzó con otra llamada.

—Lucía, ¿tienes un momento? —Carmen sonaba efusiva—. Necesito tu tarjeta para un proyecto. Es temporal, dos días.

Lucía contó hasta tres.

—¿Mi tarjeta? En serio.

—¡Sí! Soy cuidadosa. Te lo devuelvo todo.

—No.

Silencio al otro lado.

—¿Desconfías de mí? ¡Somos familia!

—Basta, Carmen —Lucía colgó, temblorosa. Esa vez no cedería.

***

Al caer la tarde, Javier llegó hosco.

—Carmen me contó lo de la tarjeta. ¿Por qué no ayudaste?

Lucía exhaló hondo.

—¿Regalar acceso a mis ahorros? ¿Eso es ayudar?

—Solo era un favor —espetó él.

—Un favor que siempre termina costándonos caro —replicó ella, firme—. No más, Javier.

Él evitó su mirada y se encerró en el dormitorio.

***

La reunión familiar fue en casa de la abuela. Carmen, radiante, hablaba de su «tienda online».

—¡Invertimos todo nosotras! Es un proyecto increíble —decía, rodeada de tíos y primos.

Lucía esperó. Luego, con calma glacial, intervino:

—Carmen, ¿les has contado que tu «inversión» requiere la tarjeta de otros?

Todos callaron.

—¿Qué…? —balbuceó Carmen.

—Pediste mi tarjeta. Y Javier te dio dinero para arreglar el coche. ¿Lo devolviste?

Carmen enrojeció.

—Son detalles. ¿Para qué sacarlos aquí?

—No son detalles cuando vives a costa ajena —Lucía mantuvo la voz clara—. Basta de mentiras.

—¡Eres una envidiosa! —Carmen golpeó la mesa, levantándose—. Yo lucho por la familia, tú solo cuentas monedas.

—¿Envidiar qué? ¿Tu costumbre de manipular? —Lucía esbozó una sonrisa fría—. Adiós, Carmen.

La habitación estalló en murmullos. Javier se levantó, pálido.

—¿Por qué hiciste esto? Es mi hermana.

—Y tú mi marido —respondió ella, sosteniendo su mirada—. Elige.

Él salió tras Carmen sin responder. Esa noche, no volvió. Un mensaje llegó al amanecer: «Necesito tiempo».

Lucía abrazó un cojín en el sofá. Sabía que había hecho lo correcto. Pero el sabor de la verdad se le antojaba amargo.

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