¿Llegaste? ¿Y quién te invitó? Mejor hubieras ayudado con dinero, – masculló la tía.

– ¿Viniste? ¿Y quién te invitó? Hubieras ayudado con dinero, – espetó tía María con frialdad.

Yesenia frunció el ceño ante el insistente sonido del teléfono que la despertó.

Miró sorprendida la pantalla del móvil: era su prima, con quien no hablaba desde hacía más de dos años.

– ¿Estás dormida? Qué suerte, yo no puedo cerrar los ojos. Ya he llorado todo…

– Es de noche, claro que duermo, – Yesenia observó el despertador que marcaba la una y media de la madrugada.

– Si duermes tan tranquila, significa que no sabes nada todavía, – continuó la chica hablando enigmáticamente.

– Juana, ve al grano, por favor, – bostezó Yesenia al auricular. – Tengo que levantarme temprano.

– Ya tendrás tiempo para dormir. Tenemos una pena en la familia, – reprochó la prima, como si Yesenia tuviera algo que ver con ello.

– ¿Qué ha pasado? – preguntó Yesenia asustada, pensando que podría ser algo malo con su madre.

– El tío Tomás falleció hoy, – sollozó Juana. – De repente. Para la tía María fue una gran sorpresa. No hay dinero. Necesitamos reunir ayuda. Mañana mi hermano y yo vamos al pueblo. ¿Vienes con nosotros?

– No, no puedo. Iré solo al funeral.

– Entonces, transfíereme el dinero, se lo daremos a la tía mañana, – insistió Juana sobre la ayuda económica. – Siete mil euros.

Yesenia inmediatamente transfirió la cantidad necesaria a su prima a través del móvil y volvió a dormir.

No estaba particularmente afectada por la triste noticia, ya que no había mantenido contacto con la familia de su padre desde su fallecimiento.

Ellos habían roto los lazos con Yesenia y su madre, declarando que ya no eran parte de la familia.

Yesenia consideró que era descortés mantenerse al margen y decidió ayudar.

Tras la transferencia de dinero, nadie la contactó. Juana pronto se olvidó de ella.

Yesenia intentó varias veces comunicarse para saber la fecha del funeral, pero su prima no contestaba.

Con dificultad, se enteró de la fecha a través de conocidos y se dirigió a despedir a su tío en su último adiós.

La tía María la recibió con cara de pocos amigos, como si su llegada fuera más molesta que la muerte de su esposo.

– ¿Viniste… Quién te invitó? Hubiera sido mejor que ayudaras con dinero, – comentó la mujer con desdén.

– Les transferí siete mil euros, – replicó Yesenia.

– Curioso, no me ha llegado nada, – resopló la tía María con desconfianza.

– Se lo pasé a Juana…

– Ay, mientes, – la mujer cruzó los brazos. – Solo me dieron catorce mil entre Juana y Arturo. Siete mil de cada uno. Tú no estabas en esa lista.

– No lo entiendo, – Yesenia buscó con la mirada a su prima.

Pero, desafortunadamente, no estaba. Encontró a Juana por fin, en la calle, cerca de la verja.

– Juana, ¿no le diste a la tía María el dinero que te transferí? ¿Dónde está? – exigió Yesenia.

– Sí se lo di, – respondió a regañadientes la chica.

– Ella dice que el dinero era solo de ti y Arturo…

– Se confunde, – contestó Juana con indiferencia.

– ¿Le diste catorce mil?

– Sí.

– ¡Eso es para dos personas, no para tres!

– ¡Por favor! Alguien también tiene que pagar la gasolina, – Juana puso los ojos en blanco y frunció el ceño.

– ¿Siete mil? Son solo doscientos kilómetros. Además, ¿por qué tendría que pagarles el viaje? – preguntó Yesenia insistente.

– ¿Quieres que te devuelva el dinero o qué? – se burló la chica.

– ¡Sí, quiero!

– No ahora, lo transferiré más tarde, – Juana se dio la vuelta y se alejó con la cabeza altiva.

Después de todo eso, Yesenia inmediatamente quiso marcharse de esa casa extraña, ya que la actitud de la tía y el comportamiento de su prima la hicieron arrepentirse de haber aceptado ayudar.

Sigilosamente, Yesenia llamó a un taxi y se fue. Una semana después, su madre la llamó llorando.

– Hija, ¿es verdad que primero diste dinero para el funeral de Tomás y luego lo quitaste? – preguntó la mujer casi llorando.

– Se lo di, pero no lo quité.

– La tía María anda diciendo por el pueblo que recogiste el dinero. Que te molestaste porque no te recibió con abrazos – dijo triste la madre. – Me da vergüenza caminar por el pueblo, todos me miran mal.

– ¡Mamá, no fue así! – Yesenia se indignó por los chismes que su familia había esparcido.

Inmediatamente, le contó a su madre lo que realmente había ocurrido en casa de la tía María.

– Juana aún no me ha devuelto el dinero, – concluyó Yesenia.

– Ella lo cogió de la tía María y dijo que tú lo pediste de vuelta. ¡Qué sinvergüenza! ¡Se les atragante! – exclamó con rabia la madre.

Al enterarse, Yesenia primero pensó en llamar a Juana, pero luego decidió no irritarse y simplemente dejó de hablar con ella.

Sin embargo, unos meses después, su prima inesperadamente se puso en contacto.

– Han decido ponerle una lápida al tío Tomás. Te toca poner nueve mil euros, – informó Juana con tono profesional.

– No, no daré un céntimo más.

– Vaya, qué manera de tratar a la familia, – gimió Juana al teléfono. – No me esperaba esto, sinceramente.

– Yo tampoco esperaba que me engañaran como a una tonta y luego además Chismorrearan.

– ¿De qué estás hablando?

– ¿Cogiste mi dinero de la tía María?

– ¡No!

– ¡Mientes!

– Bueno, sí lo cogí, ¿y qué? – dijo Juana desafiante. – De todos modos, rara vez aportas a la familia.

– Tal vez porque solo se acuerdan de mí en situaciones trágicas.

– ¿Y entonces para qué sirve la familia? En fin, ¿darás el dinero o no?

– No. Te llevaste el dinero de la tía María y no me lo devolviste, pero fingiste que fui yo la que lo tomó. Después de todo esto, ¿piensas que quiero seguir relacionándome contigo? Además, después de la muerte de papá, todos dijeron que mi madre y yo ya no éramos familia, así que no estoy obligada a ayudarles, – expresó Yesenia y, sin querer seguir escuchando a su prima, la bloqueó.

Rate article
MagistrUm
¿Llegaste? ¿Y quién te invitó? Mejor hubieras ayudado con dinero, – masculló la tía.