Celebración de Cumpleaños: El Regreso desde el Restaurante.

María regresaba con su esposo del restaurante donde habían celebrado su cumpleaños. La noche había sido estupenda, llena de gente, familiares y compañeros de trabajo. Muchas de las personas las conocía por primera vez, pero si Antonio las había invitado, es porque era necesario.

María no era de las que discutía las decisiones de su marido, no le gustaban los escándalos ni las confrontaciones. Le resultaba más fácil estar de acuerdo con Antonio que tratar de demostrar su punto de vista.

-María, ¿tienes las llaves a mano? ¿Puedes sacarlas?
María abrió su bolso, tratando de encontrar las llaves. De repente, sintió un dolor agudo y movió la mano con tal fuerza que el bolso cayó al suelo.

-¿Qué pasa?
-Me he pinchado con algo.
-En tu bolso hay tanto caos que no es sorprendente.

Sin discutir, María recogió el bolso y sacó las llaves cuidadosamente. Entraron en el apartamento y olvidó el incidente del pinchazo. Estaba tan cansada que solo quería una ducha y dormir. Al despertarse por la mañana, sentía un dolor intenso en la mano; su dedo estaba enrojecido e hinchado. Recordó lo sucedido la noche anterior, tomó el bolso y revisó su contenido. Allí, en el fondo, encontró una gran aguja oxidada.

-¿Qué es esto?
No entendía cómo había llegado ahí. Tomó la extraña aguja y la tiró a la basura. Luego buscó el botiquín para desinfectar la herida. Después de vendarse el dedo, fue a trabajar. Sin embargo, al mediodía notó que tenía fiebre.

Llamó a su esposo:
-Antonio, no sé qué hacer. Creo que cogí alguna infección anoche. Tengo fiebre, me duele la cabeza y me siento destrozada. Imagínate, encontré una gran aguja oxidada en mi bolso, fue con eso que me pinché.
-Quizás deberías ir al médico, podría ser tétanos o una infección.
-Antonio, no te imagines lo peor. He desinfectado la herida, estaré bien.

Sin embargo, cada hora que pasaba se sentía peor. Apenas aguantó hasta el final de la jornada laboral, llamó a un taxi para ir a casa, sabiendo que no podría llegar en transporte público. Llegó y se dejó caer en el sofá, cayendo en un profundo sueño.

Soñó con la abuela Ana, que había muerto cuando María era muy pequeña. Aunque no la recordaba bien, sabía que era ella. La abuela, encorvada y anciana, podría haber asustado a cualquiera, pero a María le parecía que quería ayudarla.

La abuela la guió por un campo, le mostró qué hierbas debía recoger y le explicó que debía hacer una infusión para limpiarse del mal que la estaba consumiendo. Le avisó que alguien le deseaba mal, y que para enfrentarse a ello debía sobrevivir. No le quedaba mucho tiempo.

María se despertó empapada en sudor, pensó que había dormido mucho, pero habían pasado solo unos minutos. Escuchó la puerta, era Antonio. Se levantó del sofá y fue a su encuentro. Al verla, Antonio quedó atónito:
-¿Qué te ha pasado? Mírate en el espejo.

María se acercó al espejo. Ayer veía a una joven sonriente y hermosa, pero ahora reflejaba a alguien que apenas reconocía. El pelo desmarañado, ojeras profundas, rostro cansado y mirada vacía.
-¿Qué es esta locura?

Recordó el sueño y le dijo a su marido:
-Soñé con la abuela. Me dijo qué hacer…
-María, vístete, vamos al hospital.
-No voy a ir, la abuela dijo que los médicos no ayudarán.
Lo que siguió fue una discusión enorme. Antonio la llamó loca, decía que en su delirio había soñado con una abuela cualquiera.
Fue la primera vez que pelearon tanto. Antonio intentó llevarla por la fuerza al hospital, pero ella se resistió. Cayó al suelo, golpeándose.

Antonio, furioso, tomó sus cosas y se fue. María apenas pudo escribir a su jefe, informándole que había contraído un virus y no podría ir a trabajar por unos días.

Antonio volvió al filo de la medianoche pidiéndole perdón. Todo lo que María dijo fue:
-Llévame al pueblo donde vivía mi abuela.

A la mañana siguiente, María apenas parecía viva. Antonio seguía rogándole:
-María, no seas tonta, vamos al hospital. No quiero perderte.

Fueron al pueblo. María solo recordaba el nombre. No había vuelto desde que sus padres vendieron la casa de la abuela tras su muerte. Pasó todo el camino durmiendo. Al acercarse al pueblo, se despertó y le indicó a su marido:
-Es por ahí.

Salió con dificultad del coche y cayó sobre la hierba. Pero sabía que estaba en el lugar al que su abuela Ana la había guiado. Encontró las hierbas que su abuela le mostró en el sueño y regresaron a casa. Antonio preparó la infusión siguiendo sus indicaciones. María empezó a tomarla poco a poco, y con cada sorbo se sentía mejor.

Con dificultades, logró llegar al baño, y al levantarse vio que su orina era negra. En lugar de asustarse, repitió con alivio las palabras de su abuela:
-La oscuridad se va…

Esa misma noche, soñó de nuevo con su abuela. Esta vez, la abuela sonreía. Luego comenzó a hablar:
-Te lanzaron un maleficio usando una aguja oxidada. Mi infusión te devolverá las fuerzas, pero no será por mucho tiempo. Debes encontrar a quien lo hizo y devolverle el mal. No sé quién fue. No veo. Pero tu marido está de alguna forma involucrado. Si no hubieras tirado la aguja, podría decir más. Pero…

Haremos esto: ve a comprar un paquete de agujas, y sobre la más grande recita este conjuro: “Espíritus de la noche, una vez vivientes. Escuchadme, fantasmas nocturnos, que predijeron la verdad. Rodeadme, señaladme, ayudadme a encontrar a mi enemigo…”. Pon esta aguja en el bolso de tu marido. Quien te hizo el mal se pinchará con ella. Entonces conoceremos su nombre y le devolveremos su maldad.
Tras decir esto, la abuela se desvaneció como niebla.

María se despertó. Aunque se sentía horrible, sabía que se recuperaría. Sabía que su abuela la ayudaría.
Antonio había decidido quedarse en casa con ella, cuidarla. Imaginad su sorpresa cuando María dijo que necesitaba ir al mercado por su cuenta:

-María, no seas tonta, apenas puedes mantenerte en pie. Vamos juntos.
-Antonio, ¿puedes prepararme sopa? Después de este virus, tengo un apetito terrible.
María hizo exactamente lo que su abuela en el sueño le había indicado. Por la noche, la aguja estaba en el bolso de Antonio. Él le preguntó antes de dormir:
-¿Estás segura de que puedes manejarlo? ¿O debería quedarme contigo un poco más?
-Estaré bien.

María se sentía mejor, pero sabía que el mal aún estaba dentro de ella, vagando por su cuerpo como por su casa, envenenándola. Sin embargo, la infusión que había estado tomando durante tres días actuaba como un antídoto. Sentía que a lo que estaba dentro no le gustaba nada esa bebida.
Esperó con ansias a que Antonio volviera del trabajo, y lo saludó en la puerta. Su primera pregunta fue:

-¿Cómo te fue hoy?
-Todo bien, ¿por qué preguntas?
María pensaba que la persona que le hizo daño aún no había aparecido, hasta que Antonio añadió:
-Imagínate, hoy Irene de la oficina de al lado me quiso ayudar a sacar las llaves de mi bolso, ya que tenía las manos ocupadas con carpetas. Metió la mano en el bolso y se pinchó con una aguja. ¿Cómo llegaron agujas a mi bolso? Me miró con una rabia que pensé que me mataría con la mirada.
-¿Y qué haces con esa tal Irene?
-María, deja eso. Solo te amo a ti. Ni Irene ni Marina, ninguna me interesa más que tú.
-¿Ella estuvo en tu cumpleaños en el restaurante?
-Sí, es una buena colega, pero nada más.

Para María, todo encajó como un rompecabezas. Ahora entendía cómo llegó la aguja oxidada a su bolso.
Antonio se fue a la cocina, donde la cena lo esperaba.
Tan pronto como María se durmió, volvió a soñar con su abuela. Le explicó qué hacer para devolverle a Irene todo el mal que había querido causarle. La abuela lo tenía claro. Irene había intentado deshacerse de María con magia para ocupar su lugar al lado de Antonio. Si no lo conseguía de otra manera, usaría la magia nuevamente. Esa mujer no se detendría ante nada.

María siguió las indicaciones de su abuela. Pronto, Antonio le dijo que Irene estaba de baja, que estaba muy mal y que los médicos no entendían la causa.
María le pidió a su esposo que la llevara de nuevo al pueblo donde había vivido su abuela, al cementerio, donde no había estado desde el entierro. Compró un ramo de flores y se llevó unos guantes para quitar la hierba vieja de la tumba. Con dificultad, encontró la sepultura de la abuela Ana. Al acercarse, vio la foto en la lápida, era ella quien aparecía en sus sueños, quien la había salvado. María limpió la tumba de su abuela, colocó las flores en una botella con agua, se sentó en un banco y dijo:

-Abuela, perdóname por no haber venido antes. Pensé que con la visita anual de mis padres era suficiente. Estaba equivocada. Ahora yo también vendré. Si no fuera por ti, probablemente ya no estaría aquí.

En ese momento, María sintió como si unas manos la abrazaran por los hombros. Se giró, pero no había nadie, solo una suave brisa…

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