Querido hijo, ves que estoy envejeciendo… ¡Te pido paciencia!

¡Querido hijo! Notarás que estoy envejeciendo… Te pido, por favor, que seas paciente conmigo.

Mi querido niño, ves cómo el tiempo vuela y los años me transforman. Te ruego que tengas paciencia conmigo.

Trata de entenderme cuando necesite de ti, y ten presente que esos momentos serán cada vez más frecuentes.

Por favor, no te molestes si empiezo a repetir lo mismo, o si te cuento una historia por segunda, tercera o quinta vez. Recuerda cómo en tu infancia te enseñé con paciencia a pronunciar tus primeras palabras, cómo repetía el abecedario una y otra vez hasta que memorizaste las letras. Recuerda cuántas veces te expliqué lo mismo hasta que lo comprendiste. Nunca me cansé, porque eras mi hijo, mi sangre.

Ahora, igualmente, escúchame, aunque creas que ya lo has oído todo.

No te enfades si camino lento, si ya no puedo seguirte como antes, si mis piernas no me obedecen. Recuerda cómo te sostenía de la mano cuando eras pequeño y te enseñaba a andar. Cómo daban tus pasitos inseguros mientras yo te sujetaba para que no cayeras. Recuerda cómo corrías mientras yo te seguía riendo, y te atrapaba en el último momento para que no te hirieras.

Ha llegado el momento en que ya no soy tan veloz ni fuerte. Pero por dentro sigo siendo el mismo, tu padre.

No me juzgues si no consigo mantener la casa tan limpia como antes. Si olvido dónde dejé las cosas, si ya no me desenvuelvo con la misma destreza en los quehaceres. Piensa en cuántas noches estuve en vela, cuidando de ti cuando estabas enfermo. Cómo te sostenía en brazos cuando tenías fiebre alta, buscando los mejores médicos para que sanaras pronto.

Me cansaba, pero nunca me quejaba. Porque eras mi hijo.

Ten paciencia conmigo si no logro adaptarme a las nuevas tecnologías, si no entiendo cómo funciona el nuevo teléfono o el ordenador. Si te pregunto lo mismo varias veces. Dame tiempo, explícamelo otra vez, aguanta tu frustración. Recuerda cómo te enseñé a atarte los cordones, cómo te mostré a usar la cuchara, cómo te expliqué cómo funciona el mundo. Lo hice con calma, paciencia y amor.

No me condenes por seguir preocupándome por ti, aunque ya seas un hombre adulto. Todavía espero tus llamadas, pienso en ti, pido que todo te vaya bien. Y si te pregunto qué has comido, cómo ha ido tu día o si has dormido bien, no me ignores. Solo entiende que para mí siempre serás mi niño.

Algún día sabrás lo que es esperar mientras tu hijo llega tarde a casa, escuchar el sonido de sus pasos detrás de la puerta y alegrarte porque ha llegado a salvo.

Sé que un día llegará en que estaré demasiado débil, cuando no pueda cuidarme como antes. No sé cómo seré entonces, quizás indefenso, olvidadizo o incluso caprichoso. Pero te pido que no te alejes de mí en ese momento.

Recuerda cómo te cambiaba los pañales cuando eras un bebé. Cómo te acunaba cuando llorabas. Cómo te protegía cuando tenías miedo.

Si empiezo a hacer las cosas de manera diferente, si mis hábitos cambian, si mis palabras se tornan confusas, no te enojes ni te entristezcas, no pierdas la paciencia. Solo quédate a mi lado.

Cuando llegue mi momento de dejar este mundo, no te aflijas. Simplemente recuerda que fui feliz porque te tuve a ti, mi hijo, mi orgullo y mi amor.

Permite que en tu memoria queden nuestros mejores días. Que me recuerdes fuerte, amoroso, cuidadoso.

Te agradezco por cada instante que compartimos.

Y mientras estemos juntos, mientras podamos mirarnos a los ojos, quiero que sepas que te amo, hijo mío. Siempre.

Rate article
MagistrUm
Querido hijo, ves que estoy envejeciendo… ¡Te pido paciencia!