Ya no veo salida, el alma me duele…
Mi vida es una lucha sin fin.
Hola.
Escribo estas líneas con el corazón apesadumbrado. Solo tengo 27 años y ya temo al futuro.
Estoy cansado.
Año tras año, todo se repite: pobreza, soledad, decepciones.
Las fiestas llegan y se van, pero ni siquiera las siento. En lugar de alegría, solo hay vacío.
Intento creer que, entre tanta mentira, traición y crueldad, aún quedan personas buenas. Gente que puede entender, ayudar, apoyar.
Pero cuanto más pasa el tiempo, menos esperanza me queda.
He olvidado cómo sonreír.
Cada día me quedan menos fuerzas.
Aquellos que prometieron ayuda simplemente desaparecieron.
Muchas veces escuché palabras bonitas.
– ¡Siempre estaré aquí, amigo!
– ¡Somos familia, puedes contar conmigo!
– ¡Todo va a mejorar, no te rindas!
Pero cuando llegó el momento de actuar, descubrí que detrás de esas palabras no había nada.
Me quedé solo.
Lucho contra la pobreza, contra la enfermedad, contra las esperanzas vacías.
Una operación para la que no tengo dinero.
Hace poco, los médicos me dijeron que necesito una operación urgente.
Los problemas con el riñón se están volviendo graves.
Pero la cantidad que necesito reunir es imposible para mí.
Llevo mucho tiempo sin trabajo. Ya no pienso en el futuro, solo en cómo sobrevivir otro día.
Mentiras, traiciones y esperanzas perdidas.
Lo que más duele no es la enfermedad, sino la gente.
La gente en la que creí.
Aquellos que juraron amistad y amor, pero en el momento difícil simplemente se dieron la vuelta.
Qué fácil es para la gente engañar… Qué fácil es decir palabras bonitas, pero no hacer nada.
Cuántas veces he escuchado promesas:
– ¡No te abandonaremos!
– ¡Te ayudaremos!
Y luego esas personas desaparecían.
He entendido una verdad simple: en este mundo frío, lo que importa son los hechos. No las palabras.
La única persona que no me ha traicionado.
No estoy completamente solo.
Hay una persona que siempre está a mi lado.
Mi abuela.
Ella es la única que se mantiene firme a mi lado, que lucha conmigo cada día.
Pero su pensión no alcanza para nada.
Pagamos la luz, los medicamentos, y nos quedamos sin un céntimo.
Y aún necesitamos vivir.
Comprar comida, leña, pagar a los médicos.
Pido ayuda.
Miro a los ojos de los transeúntes, pero simplemente apartan la mirada.
Algunos se enfadan, otros sonríen con desprecio.
Algunos incluso se aprovechan de mi desgracia, como aquellos que me prometieron trabajo en un resort en verano y luego no me pagaron.
¿Por qué Dios nos pone a prueba de manera tan cruel?
Cada día me pregunto: ¿por qué?
¿Por qué las personas que nunca han hecho daño tienen que sufrir?
Mi abuela y yo rezamos cada noche.
Le pedimos a Dios que nos ayude.
Pero, ¿nos escucha?
¿Por qué nos envía tantas pruebas?
¿Acaso me lo merezco?
Solo tengo 27 años. ¿No tengo derecho a vivir, a ser feliz, a respirar sin miedo al mañana?
Mi abuela es una mujer mayor. ¿No merece una vejez tranquila?
¿Por qué todo es al revés?
¿Por qué ella carga conmigo, cuando debería ser al contrario?
Aún quiero creer en la gente.
A pesar de todo, no me rindo.
No quiero creer que en este mundo solo quedan avaricia, crueldad y traición.
Sé que hay personas honestas.
Gente que puede ayudar.
Gente que entiende que la bondad no son solo palabras vacías.
Y quizás, algún día, me encuentre con alguien así.
Porque, incluso después de todo lo que he vivido, aún creo.