¡Estoy cansado! Mi madre es una mujer ingenua, a la que los hombres utilizan y abandonan.
Escribo esto porque no tengo a nadie más con quien compartirlo…
Tengo 19 años. Nací y crecí en Madrid.
No sé quién es mi padre.
Mi madre nunca ha hablado de él, y cuando he preguntado, solo responde con frialdad:
– No existe. Olvídalo.
Crecí sin padre, sin familia, sin un sentido de confort y calidez.
Me acostumbré a estar solo.
Pero lo que más me costó fue aceptarlo: para mi madre, siempre fui un segundo plano.
Se olvidaba de mí por culpa de los hombres.
Cada vez que aparecía uno nuevo en su vida, yo me convertía en una sombra.
Ella pasaba horas frente al espejo, eligiendo vestidos, gastando el poco dinero que tenía en perfumes y maquillaje.
Yo me quedaba en mi habitación, sabiendo que ese día no le importaba.
Y luego, tras unas semanas o meses, comenzaban las crisis.
Ella lloraba, se quejaba, decía que la habían traicionado de nuevo, que la habían usado y dejado.
Y yo me sentaba a su lado, escuchando, asintiendo, intentando consolarla.
Pero sabía que en unas semanas todo se repetiría.
Ella no entendía nada.
No se daba cuenta de cómo su comportamiento estaba destruyendo mi fe en las relaciones, en la familia, en el amor.
Desde pequeño aprendí que un hombre en su vida siempre sería más importante que yo.
Me convertí en un extraño en mi propia casa.
Cuando tenía un nuevo “pretendiente”, el teléfono no dejaba de sonar.
Y yo sabía que ya no había lugar para mí en casa.
Dejé de confiar en ella, dejé de sentir algo por ella, salvo irritación.
Me volví frío.
Ya no podía escuchar sus quejas, ni consolarla después de cada nuevo fracaso.
Es una mujer adulta, pero se comporta como una niña caprichosa.
Y yo…
Me siento como un anciano.
Cansado de sus lágrimas, de sus ilusiones vacías, de sus errores interminables.
¿Y saben qué es lo más aterrador?
No quiero relaciones.
No puedo imaginarme confiando en alguien.
Crecí en un hogar donde el amor es una mentira, traición y dolor.
No puedo soportarlo.
A veces llega a casa borracha.
A veces trae a “el siguiente”.
Yo estoy en otra habitación y escucho sus risas.
Y por dentro, todo se retuerce de asco.
Me da náuseas.
No quiero escuchar eso.
No quiero vivir así.
Pero no tengo opción.
Mi madre no piensa que me hace daño.
Solo le importa ella misma.
Internet es mi única escapatoria.
¿Saben qué me salva?
Solo el internet.
Aquí puedo decir lo que nunca diría en voz alta.
Me siento libre solo cuando estoy frente a la pantalla.
Pero eso no es vida.
Y quizás algún día me iré de esta casa.
Para no escucharla.
Para no verla.
Para no repetir su destino.