Déjame ir

A veces Ana se detenía. Se quedaba inmóvil en un punto, luego se daba la vuelta bruscamente y miraba en la oscuridad con sus ojos hinchados y llorosos. Pero no veía nada. No veía, no oía, pero sentía.

*****

Ana pensaba en su gata en todas partes: en el piso vacío, en la calle, en el abarrotado autobús, sentada frente al ordenador en la oficina o haciendo cola junto a la máquina de café.

No dejaba de pensar en ella ni cuando entraba al supermercado por provisiones ni cuando salía con bolsas pesadas en las manos.

A veces incluso le parecía…

…que la veía. ¡La veía!

La cola blanca y peluda de su gata, Nube, destellaba ante sus ojos y rápidamente desaparecía detrás de la esquina de un edificio o se agitaba amistosamente asomándose desde detrás del banco más cercano.

Oh, qué felicidad era ver. Ver a quien no podía vivir sin ella. Aquella que siempre estuvo cerca.

En esos momentos, en los apagados ojos de Ana aparecía una chispa de esperanza.

Pequeña, casi fantasmal, pero esperanza. ¿Y si todo lo que sucedió no fue real?

Oh, cuánto deseaba creer en ello.

Pero sólo era un instante.

Un instante entre el pasado y el futuro. El pasado, que no se puede recuperar, y el futuro…

…que nunca llegará.

Por más que intentara encontrar a su amada “rubia” en los interminables días grises, no lo conseguía y las lágrimas llenaban sus ojos.

Gotas grandes y calientes corrían por sus mejillas, llevándose la tristeza, el dolor y la última esperanza.

– ¡Ana, no puedes seguir así! – le decían sus amigas. – ¡Déjala ir!

Pero ella no podía dejar ir.

¿Cómo se puede dejar ir a alguien que amas? ¿Cómo? ¿Dejar ir significa olvidar? ¿Olvidar? ¿Estáis en vuestro sano juicio?

Lo intentó, lo quiso, pero no resultaba. Porque no podía olvidar.

¿Cómo olvidar si pensaba en ella cada día?

Lo único que deseaba olvidar y borrar de su memoria para siempre era…

…aquel día en que Nube ya no estuvo.

Sí, su gata era muy vieja y había estado enferma últimamente, pero no pensaba que ocurriría tan pronto. No estaba preparada para ello. ¿Acaso se puede estar preparado para algo así?

Los que se preparan están listos para dejar ir. Pero ella no quería dejar ir. No podía.

No le importaba lo que pensaban sus amigas ni lo que decían a sus espaldas sus compañeros de trabajo mientras se señalaban la sien con los dedos.

Todo se entiende en comparación. Y a ellos, amigos y colegas, no había con qué comparar.

Quizás con el tiempo, luego algo cambiará. Pero ahora… el dolor seguía siendo demasiado fuerte y…

…su imaginación atormentada pintaba imágenes muy vivas y coloridas.

Se despertaba por la mañana y veía a Nube tumbada a sus pies: su corazón comenzaba a latir más fuerte, más rápido, a punto de saltar de su pecho. Pero cuando Ana intentaba alcanzarla con la mano, la realidad llegaba y la sonrisa desaparecía de su rostro.

De esa realidad se puede perder la cabeza.

Y Ana la habría perdido de no ser por su imaginación, que rápidamente comenzaba a pintar otras imágenes en su mente.

Nube caminaba con gracia por la estantería de libros, saltaba al suelo, corría hacia la habitación de al lado…

Ahí estaba ella tumbada en el alféizar de la ventana, acicalándose su blanco pelaje y sonriendo al sol, que se asomaba sin ceremonias por la ventana para admirarla junto con Ana.

Qué hermosa era: una rubia natural. Ni una sola mancha oscura.

Solo unas pequeñas “pecas” adornaban su dulce cara, pero eso no estropeaba esa imagen perfecta. Al contrario, lo hacía aún más encantador.

Ana vivió 15 largos años con su gata.

Es mucho. Mucho tiempo. Casi una vida entera, solo a menor escala.

Durante ese tiempo ocurrieron tantas cosas en su vida, buenas y malas.

A veces le parecía que todo…

No tenía más fuerzas para levantarse.

Y no había nadie que le diera la mano. Pero de repente, Nube aparecía y la ayudaba a levantarse. Llegaba a lo más profundo del alma y movía algo allí con su ronroneo pausado.

Ayudaba.

Ana se levantaba y seguía viviendo. Porque había algo por lo que valía la pena vivir. ¿Y ahora? ¿Para qué iba a vivir ahora?

Se sentaba en un banco y lloraba. Lloraba en silencio, volteándose cada vez que pasaba gente. Para que no le hicieran preguntas innecesarias.

Junto a ella, Nube se acurrucaba y ronroneaba, tratando de calmar a su dueña.

Su antigua dueña, porque…

…ella, la gata, ya no estaba en este mundo.

Pero tampoco podía cruzar el arcoíris. Por eso Ana no la deja ir. No puede dejarla ir.

“Déjame ir”, maullaba ella.

“¡No puedo!” – lloraba Ana, dirigiéndose no a alguien en particular, sino a lo que la rodeaba en ese momento:

a los árboles, que permanecían inmóviles, a las nubes, que avanzaban lentamente por el cielo azul, al sol, que se retiraba tras el horizonte.

Así se quedaban las dos en el banco hasta altas horas de la noche. Solo que si Nube veía y oía a su dueña, Ana solo sentía su presencia. Pero incluso eso valía mucho.

Envuelta en el frescor vespertino, Ana sentía que sus pies en ligeras zapatillas estaban fríos, pero sus rodillas, por alguna razón, estaban calientes. Sobre ellas estaba Nube, entre dos mundos.

Entre aquel al que nunca podría volver y aquel al que no podía llegar.

No, Nube no culpaba a su dueña por ello. ¿Cómo podría culparla por algo?

¿Cómo se puede culpar a alguien que la amó más que a la vida, que le dio vida cuando otros la dejaron, a ella, un indefenso cachorro, morir en la calle?

Oh, si pudiera vivir otra vida, Nube estaría dispuesta a pasar por el dolor y el sufrimiento para que Ana la rescatara. Para estar con ella de nuevo.

Pero, ¿acaso eso ocurre?

La mujer se levantó y regresó a casa. Y la gata la seguía a cierta distancia.

A veces Ana se detenía. Se quedaba quieta, luego se daba la vuelta bruscamente y miraba con sus ojos hinchados y llorosos en la oscuridad. Pero no veía nada. No veía, no oía, pero sentía.

Entró en el piso, se dirigió al dormitorio y se tumbó en la cama, mientras su querida gata se acomodaba a sus pies. Y Ana sabía que estaba allí… Sabía y no quería dejarla ir.

Seguramente esto podría haber continuado mucho tiempo. Mucho tiempo. Pero el tiempo cura.

No, no sana por completo, pero se hace más llevadero. Es normal. Así debe ser.

Incluso perdiendo a seres queridos, debemos seguir adelante. Tal es el destino de quienes permanecen vivos.

Recordar…

Recordar y guardar con cariño aquellos recuerdos impregnados de amor y felicidad.

Gradualmente, el dolor de la pérdida se fue atenuando, Ana ya no pensaba en su gata cada minuto. Ni siquiera cada día. Solo de vez en cuando. Normalmente, cuando paseaba por las tardes en el parque de su casa.

Y Nube… Ella sentía cada vez menos “la atracción terrestre”.

Solo un poco más, y estará en el arcoíris. Desde allí podrá seguir cuidando de su dueña, alegrándose con cada éxito y lamentando sus fracasos.

Siempre estará cerca. Solo hay que dejar ir. Estas reglas no las inventamos nosotros y no nos corresponde romperlas. Solo hay que creer y…

…recordar.

El resto lo tomarán a su cargo los cielos. Ellos saben mejor cómo debe ser.

Ana dejó ir a Nube, y ella se fue, sin siquiera despedirse. Pero este acontecimiento puso en marcha un enorme mecanismo invisible llamado “el ciclo de las cosas en la naturaleza”.

Un día, Ana estaba sentada en un banco admirando la primera estrella en el cielo, y escuchó un maullido insistente a sus pies. Al bajar la mirada, vio un gatito.

Blanco. Con ojos azules como cuentas y manchitas doradas en la carita.

Miró y no podía creerlo. No, por supuesto, sabía con la cabeza que no era su Nube.

Pero este gatito se parecía tanto a ella, cuando era pequeña.

¿Es posible que los mismos gatos nazcan de nuevo?

“¿O es solo una coincidencia?”- pensaba Ana, tomando al gatito en sus brazos, y quedó aún más sorprendida al notar que era una hembra.

¿Ocurre esto o no, coincidencia o no, nadie lo sabe con certeza. ¿Pero realmente importa?

¿Acaso si este gatito blanco no tuviera “pecas”, Ana no le habría prestado atención? ¡Claro que sí!

En la vida, tarde o temprano todo se repite, y quien recuerda nunca pasará por alto…

…lo que el destino le reserva.

Y Ana no pasó de largo.

Se llevó a la gatita a casa y le dio el mismo amor que alguna vez dio a su gata.

Y llamó a esta maravillosa pequeña Blanca.

La casa de Ana volvió a llenarse de nuevo con los sonidos. Sonidos de alegría y felicidad.

Y a Nube no le importaba cómo la llamaran: en su vida pasada era Nube, en esta – Blanca. ¿Qué más da? ¡Lo importante es que su deseo se cumplió!

Ahora su amada dueña volverá a darle calor y cariño, como en otro tiempo, y ella podrá compartir con ella una parte de sí misma. Qué maravilloso es este mundo, y la vida también es maravillosa. Lo fundamental es recordar…

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