-Lo pagaréis caro, ¡vaya si lo haréis! – gritaba furiosamente Elena, la esposa de mi hermano.
-¿Por qué, Laura? Si ya te he dado todo. ¿Qué reclamas ahora? – mi madre no entendía las amenazas de su nuera.
-¿Dónde está escrito que me has entregado el dinero? ¿Dónde están los testigos? ¿El recibo? Nos debes a Alejandro y a mí la mitad de ese piso – Elena no se movía de la puerta.
-Pues mira, Elena. ¡Vete de aquí en buenos términos! Fui testigo de la entrega del dinero. ¿Te parece bien? Y dale saludos a mi hermano. Debería ponerte en tu lugar. No vuelvas por aquí – no pude evitar involucrarme. Mi madre estaba indefensa.
-¡Os arrepentiréis, pero será tarde! ¡Iré con un brujo para maldeciros! – gritó Elena al irse.
…Después de que papá falleció, mi madre vendió la casa en el pueblo y se mudó conmigo a mi piso de tres habitaciones. En ese entonces ya era viuda y estaba criando a mi hijo Mateo que tenía cinco años. Con gusto acogí a mamá.
-Anna, ¿te parecería mal si le doy a Alejandro la mitad del dinero de la venta de la casa? Después de todo es mi hijo. Elena lo presiona mucho, dice que no es un buen marido, que no mantiene a la familia – mamá me miró suplicante.
-Dios mío, ¿qué problema hay? ¡Claro que sí, dáselo! Me parece justo – eso pensaba yo.
…Invitamos a Alejandro y a Elena a casa, les entregamos el dinero de mano a mano. Y ahora, dos años después, viene Elena reclamando más dinero, amenazando y lanzando maldiciones.
La eché de casa, cerré la puerta y me olvidé de ella. No volvimos a tener contacto ni con mi hermano ni con Elena durante años. Era como si una sombra se hubiera interpuesto entre nosotros. Desde entonces, empezaron a ocurrirnos desgracias como si de una tormenta interminable se tratara. Era como si la mala suerte nos persiguiera.
Mi madre se enfermó, yo empecé a padecer una enfermedad extraña y mi hijo Mateo sufrió de eccema. Siempre nos sucedían cosas malas. En el piso, con su olor impregnado a medicinas, todo se rompía, caía o se destruía. El reloj de pared se detenía a mitad de la noche. Tuve que retirarme antes de tiempo de mi puesto de policía. Aunque tenía pensado trabajar más tiempo, debía escribir mi renuncia para cuidar de mi madre postrada y tratar a mi hijo. El dinero parecía desaparecer de mis manos.
…Recuerdo que transformé mi apartamento en un lugar lleno de violetas: las tenía por todas partes, las cultivaba y las vendía en el mercado. Se podría decir que estas pequeñas flores nos salvaron de las deudas. Las violetas se vendían bien.
Una vez al año venían los parientes a visitarnos. Se quedaban una semana. Nos traían ropa usada pero limpia. Nos traían comida: carne, pasta, arroz, harina… Apreciábamos todo. Después se iban y volvía nuestra rutina.
…Sin dinero, con enfermedades, y con apatía.
Para no caer en la desesperación y pensamientos negativos, planté un jardín de flores frente al edificio. En primavera sembré semillas. Florecieron cosas simples: boca de dragón, alhelí, caléndula. Pero era mi única fuente de inspiración.
Un día pasó el vecino Miguel, miró el jardín:
-¡Buenos días, vecina! ¿Puedo ofrecerle dinero para las flores? Compre más para que todos sientan envidia.
Me encogí de hombros con inseguridad. Miguel me metió dinero en el bolsillo de la bata:
-Tome, querida jardinera. No sea tímida. Usted crea belleza para todos.
Entusiasmada, compré flores y arbustos exóticos. Mi jardín floreció y los vecinos alababan su belleza.
Miguel se detenía a menudo para admirar:
-Solo una buena persona puede tener flores tan hermosas.
El vecino a menudo me regalaba caramelos, chocolate o helado:
-Este es para usted, Anna, por sus incansables esfuerzos.
Me alegraba mucho la atención de alguien que no era de mi familia.
Con los años, poco a poco todo fue mejorando en nuestra casa.
Mi madre, al recuperarse, se animó. La piel de mi hijo mejoró. Me sentía como una mujer con esperanza de ser amada otra vez, sin preocuparme por mi edad.
Mateo, viendo a su abuela enferma, decidió convertirse en médico. Entró fácilmente en la facultad de medicina. A la vez, trabajaba en un hospital. Pronto empezó a asistir en operaciones. Con el tiempo, los vecinos le pedían consultas, inyecciones, goteros…
Mateo se especializó en reanimación.
Juntos, mi hijo y yo redecoramos el piso. Mateo compró un coche extranjero de segunda mano. Planea casarse con su colega Clara, una cardióloga. Todo está bien y tranquilo para nosotros.
Hace poco me llamó Elena con voz ronca diciendo:
-Hola, Anna. ¿Podrías venir a verme? Estoy en el hospital.
Voy a la dirección indicada. Entro en la sala compartida. Encuentro la cama de Elena.
-¿Qué te pasa, Elena? – me sorprendo al ver el aspecto abatido de la mujer. En sus ojos había vacío.
-Mira cómo acabé, Anna… Mi esposo y yo paseábamos por el bosque y encontramos un cráneo humano en la hierba, lo llevamos a casa. Lo limpiamos, lo barnizamos e hicimos de él un cenicero. A los seis meses, tu hermano murió en un accidente de tráfico. Dos meses después, nuestro hijo murió intoxicado en el garaje. Bebía con amigos. Ahora yo estoy aquí enferma de neumonía. ¿Por qué llevamos ese cráneo maldito a casa? Desde entonces empezaron mis desgracias – Elena lloró amargamente.
-No, Elena, todo comenzó desde que acudiste a brujos y hechiceras. El cráneo fue solo una consecuencia – no pude callarme y no decirle. Nos había hecho mucho daño a mi familia.
-Tienes razón, Anna. Lo admito. Eché maldiciones y nos arruiné la vida con mi odio. Perdóname. Olvidemos las peleas tontas. En mi juventud me sentía capaz de volar, ahora siento el peso de un bumerán en mi espalda – Elena se quedó en silencio, pensativa.
Le conté todo a Mateo. Su respuesta fue inmediata:
-Mamá, llevemos a la tía Elena a mi hospital. Allí recibirá mejor cuidado. No es una extraña.
-De acuerdo, hijo – había perdonado completamente a Elena. También sentí compasión por ella, ahora estaba sola enfrentando su desgracia. Había perdido a su hijo y a su esposo.
…Miguel me propuso unir nuestras vidas. Vivía un piso arriba.
-Anna, mudémonos juntos, sería bueno darnos compañía. Usted es viuda, yo también. Tendremos de qué hablar. ¿Está de acuerdo?
-Sí, Miguel – no podía creer en esta inesperada felicidad. Me vino del cielo, llenó mi alma de calor y luz.
Mi madre se alegró por mí:
-Mira, Anna, tu destino estuvo siempre cerca, observándote, acercándose. Te mereces esta felicidad.
Elena se está recuperando rápido, quiere venir a visitarnos. ¿Debería invitarla? Consultaré con Mateo y Miguel…
¡Los haré desaparecer! ¡Verán lo que es bueno!
