¡Quién te dio permiso para tomar mi teléfono?!
— ¡Quién te dio permiso para tomar mi teléfono?! — Ana vio por primera vez el verdadero rostro de su marido.
— ¡Si lo vuelves a tocar, te romperé los dedos! ¡Nunca, entiendes? ¡Nunca en tu vida te atrevas a tocar mi teléfono! — Mateo le arrebató el dispositivo de las manos con furia.
— Amor, lo siento… No quería… Solo quería ver nuestras fotos de ayer… — Ana se encogió asustada en el otro extremo del sofá.
— Si me lo pides, lo desbloqueo y te las muestro. Pero sin permiso… ¡Nunca más! — Mateo negó con la cabeza y se dirigió a la cocina.
— Dios, ¿qué está ocultando? — El corazón de Ana latía con fuerza. En seis meses de matrimonio, nunca había visto a su esposo tan enfadado.
— Pero si no he hecho nada malo… Solo quería ver las fotos, — se acurrucó en un rincón del sofá.
— ¿Una traición? No, no puede ser. Acabamos de casarnos. Entre nosotros todo va bien… — negó con la cabeza, tratando de encontrar una explicación lógica.
— Tal vez ha leído esos blogs sobre límites personales… Y ahora está marcando territorio, — Ana fijó su mirada pensativa en la vela.
— Amor, toma unas cerezas. Escogí las más dulces, — Mateo sonrió como si nada hubiera pasado y le puso un plato delante.
— ¿Qué planes tienes para mañana? Mis amigos nos han invitado a su casa. Siempre dices que no te presento a nadie… Es el momento. ¿Vienes? — Mateo tomó la mano de Ana.
— Sí, claro, — sonrió, decidiendo olvidar el desagradable episodio con el teléfono.
Hasta ese momento, su matrimonio le había parecido un cuento de hadas. Si tan solo hubiera sabido lo que le esperaba…
—
Al día siguiente
Llegaron a la casa de los amigos.
— Soy Pablo, y esta es mi esposa, Marina. ¡Entren, la cena está casi lista! — la pareja los recibió calurosamente.
Mateo entregó una botella de vino y, junto con Ana, entraron en el acogedor salón.
— Ana, ¿a qué te dedicas? Mateo no nos ha contado mucho sobre ti… — preguntó Marina.
— Trabajo en la industria cinematográfica. Organizo rodajes, — Ana tomó un sorbo de vino y cogió un trozo de queso.
— El cine es interesante. A diferencia de tu trabajo en la concesionaria… — Pablo miró a su amigo con una sonrisa pícara. — ¿Cuántos coches has vendido este mes?
— Trece. ¡Espero un buen bono! — Mateo levantó su copa con orgullo. — ¡Por nuestras maravillosas damas y por mi increíble esposa!
La velada transcurrió agradablemente, pero Ana no podía sacudirse la sensación de que ese apartamento le resultaba familiar.
—
Un mes después
Su relación florecía como los cerezos en primavera. Todo era perfecto. Hasta que…
Un día, en el trabajo, Ana recibió una lista de apartamentos para rodajes. Uno de ellos le resultó familiar.
— No puede ser… ¡Este es el apartamento donde estuvimos con Pablo y Marina! — miró las fotos con asombro.
Decidió elegir precisamente ese.
Cuando la propietaria, Irene Petrucci, abrió la puerta, Ana no pudo ocultar su sorpresa:
— Disculpe, pero ya he estado aquí. ¿Conoce a Pablo y Marina?
— No, no conozco a nadie con esos nombres… Este apartamento se alquila a corto plazo, — respondió la mujer encogiéndose de hombros.
— Pero… sus fotos estaban aquí…
— Tal vez algún inquilino las puso. El último que recuerdo era un hombre… ¿Mateo, quizás? Alto, apuesto.
Un escalofrío recorrió a Ana. Era la descripción perfecta de su marido…
Esa noche, Ana le propuso a Mateo volver a ver a Pablo y Marina. Él se negó.
— Se fueron a la playa hasta el otoño.
No le creyó.
Al día siguiente ocurrió algo aún más extraño.
En un centro comercial, un desconocido se acercó a ellos.
— ¿Santiago?! — exclamó el hombre sorprendido.
Mateo apresuró el paso.
— Tú… tú estás muerto… — murmuró el hombre.
— ¡Está equivocado! — Mateo agarró la mano de Ana y la llevó rápidamente hacia la salida.
Esa noche, Ana esperó a que su esposo se durmiera y desbloqueó su teléfono.
Lo que encontró la dejó en shock.
Mateo había contratado actores para interpretar a sus amigos. Y en sus viejos álbumes de fotos… había otro hombre. Santiago.
—
La verdad sale a la luz
A la mañana siguiente, Ana invitó a Mateo a un café.
Él se sentó, respirando con dificultad. Estaba herido.
— Ese hombre me reconoció. Se acabó… — susurró con voz ronca. — Estaba infiltrado. Una organización criminal… Les robé mil millones. El dinero está en este teléfono. Ahora es tuyo.
— Estoy embarazada… ¡No te dejaré! — Ana se aferró a su mano.
— Tienes que sobrevivir… — Mateo perdió el conocimiento.
Ana llamó inmediatamente a su padre, un exinvestigador.
— Papá, sé que no hemos hablado en cinco años… Pero tienes que salvarme a mí y a mi esposo.
—
Tres años después
En la orilla del océano, un hombre, una mujer y un niño pequeño construían un castillo de arena.
— ¡Mamá, papá, miren qué fortaleza!
El hombre abrazó a su esposa.
— La mayor fortaleza… es nuestra familia.
El sol brillaba igual para todos, tanto para los buenos como para los malos.