Ana nunca habría imaginado que su vida se convertiría en una historia de misterio. Pero una frase casual de su amiga lo cambió todo.
— ¿Estás segura de que no es un error, Verónica? — susurró, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir más rápido.
— No hay duda, — Verónica se inclinó más cerca. — Vi a tu suegra salir de una joyería. Y no era precisamente una tienda de bisutería.
Ana se quedó paralizada. Su suegra, Elena Rodríguez, siempre había sido el ejemplo de la sencillez y la austeridad. Siempre repetía que las joyas caras eran un desperdicio de dinero. Y ahora…
— Pero, ¿de dónde sacó el dinero para comprar joyas tan costosas? — Ana apenas podía contener su agitación.
Verónica se encogió de hombros con una sonrisa juguetona:
— ¿Y si tiene un admirador secreto?
Ana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Eso era absurdo. Su suegra vivía solo para su marido y su hijo, su familia siempre había sido impecable. Pero… algo no encajaba.
El aniversario de boda de sus suegros era la ocasión perfecta para observar más de cerca. Ana se puso el mismo collar que su suegra le había regalado, llamándolo “un accesorio sencillo y barato”. Pero ahora, bajo la luz de la lámpara de araña, las piedras brillaban con tal intensidad que no podía apartar la vista.
Se acercó a su suegra:
— Gracias por este regalo, es realmente hermoso.
— Lo más importante es que te guste, querida, — sonrió dulcemente Elena Rodríguez.
Su voz era serena, pero en sus ojos… por un momento, apareció un destello de sombra. Ana sintió una corazonada. Estaba en el camino correcto.
Al día siguiente, ocurrió algo inesperado: su suegro apareció en su oficina.
— Ana, tenemos que hablar, — su voz era baja pero tensa.
Víctor Rodríguez parecía agotado. Se pasó una mano por su cabello encanecido y dijo:
— Encontré unas llaves en el bolso de Elena. Son de un apartamento del que no sé nada.
Ana apretó las manos con fuerza. Esto ya no era una simple coincidencia. Tenía que descubrir la verdad.
Esa noche se encontró con Víctor Rodríguez en una cafetería. Él sacó su teléfono y le mostró una dirección.
— La seguí, — su voz temblaba. — Realmente va allí. Y la espera un joven.
Ana sintió que el mundo a su alrededor se detenía.
— ¿Un joven? ¿Quiere decir que…?
Víctor negó con la cabeza:
— Se parece mucho a Marcos.
El pasillo del hospital estaba inundado de una luz blanca y cegadora. Elena Rodríguez yacía en una cama tras un ataque al corazón, y a su lado estaba sentado el mismo joven. Levantó la cabeza y Ana sintió que se le cortaba la respiración.
Frente a ella había una copia exacta de su esposo, solo que varios años más joven.
— ¿Quién eres? — susurró apenas.
— Alejandro, — respondió él. — El hijo de Elena Rodríguez.
Ana no podía creerlo. ¿Un hijo? ¿Otro? ¿Pero cómo?
Marcos, que estaba junto a ella, no pudo contenerse más:
— ¡Mamá, dime que esto no es cierto!
Elena Rodríguez abrió los ojos y una lágrima rodó por su mejilla.
— Perdonadme… No podía decíroslo…
La verdad era amarga. Alejandro era el hijo de Gregorio, el hermano mayor de Víctor Rodríguez. Gregorio había desaparecido hacía muchos años y Elena Rodríguez había criado a su hijo en secreto. No quería destruir su familia, pero cuando Alejandro enfermó y necesitó un tratamiento costoso, comenzó a vender sus joyas.
Marcos permaneció en silencio, con los puños apretados.
— ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué lo descubro solo ahora? — su voz temblaba de dolor.
Elena Rodríguez rompió a llorar:
— Tenía miedo de perderos. Pero, al final, lo perdí todo…
Un silencio pesado envolvió la habitación. Finalmente, Víctor Rodríguez respiró hondo:
— Ahora tenemos una elección. Podemos separarnos. O… podemos mantenernos unidos y ayudar a Alejandro.
Ana tomó la mano de Marcos. Él la miró, luego a Alejandro. Sus ojos reflejaban dolor y dudas. Pero finalmente, dio un paso adelante y le tendió la mano a su hermano.
— Somos familia. Y la familia debe mantenerse unida.
Alejandro lo miró sorprendido. Luego, sonrió.
Esa noche, Ana no pudo dormir por mucho tiempo. Sabía que sus vidas nunca volverían a ser las mismas. Pero también sentía esperanza. Esperanza de que esta experiencia los haría más fuertes.
Se giró hacia Marcos y susurró:
— Hiciste lo correcto.
Él la abrazó, y en sus ojos ya no había rabia ni rencor. Solo paz.
Y quizás ese era el comienzo de algo nuevo.