Oh, Juan Pedro, aquí estoy otra vez, sentada sola con una taza de té de manzanilla, releyendo mis viejos pensamientos sobre el matrimonio. Hubo un tiempo en el que aún podía enamorarme como una joven – sin preocupaciones, con un toque de aventura. Y fue precisamente entonces cuando te escribí esta propuesta.
La escribí bien, ¿verdad? Lógica, práctica, con una visión de futuro. Todo lo que tenías que hacer era visitarme dos veces por semana y en los días festivos – obligatoriamente, porque nadie debería estar solo en las celebraciones. Y además, salidas al teatro, clubes de jazz, viajes maravillosos. ¡Qué planes, qué vida!: Praga, Viena, Milán, el mar…
¿Y qué me respondiste, Juan Pedro?
“Ana Esteban,” dijiste, “eso no es un matrimonio, es el horario de trabajo de un portero.”
¡Así me trataste! Yo te ofrecía romanticismo y momentos compartidos, y tú a cambio me dabas borsch, televisión y gachas de avena cada mañana. ¡Típica lógica masculina!
Pero no importa. Algún día te arrepentirás, Juan Pedro. Porque cuando pienso que podría haber sido tuya… ¡me siento tan aliviada! Ya no necesito tu borsch ni tu avena. Ahora soy una jubilada independiente, desayuno avena con leche de almendras todas las mañanas y me he apuntado a clases de yoga. Voy sola al teatro y de compras con mi vecina, Margarita Pavía.
Y tú, Juan Pedro, probablemente ahora estés sentado frente a tu televisor, terminando tu avena. Pero, ¿quién te invitará ahora a un club de jazz?
Así que, querido Juan Pedro, si algún día recuerdas mi propuesta, será demasiado tarde. Porque ahora soy una mujer de la nueva generación – moderna, independiente e incluso registrada en las redes sociales.
Con respeto,
Tu soltera, pero feliz,
Ana Esteban.