Quiero contarles una historia que me ocurrió hace más de ocho años. Han pasado tantos años, pero en cuanto la recuerdo, me asusto mucho.
Por aquel entonces yo era estudiante y me dirigía a la universidad. Mis padres me compraron un billete para un compartimento. Tuve mala suerte: mis vecinos de compartimento eran tres jóvenes. Enseguida empezaron a beber. Uno de ellos cumplía años.
Inmediatamente, me tumbé en la litera de arriba. Me convencieron para que me uniera a ellos. Realmente no quería hacerlo, pero casi me obligaron a bajar de mi litera. Al principio, todo iba bien. Luego, dos tipos salieron a fumar. Y decidí irme a dormir a mi estante de arriba. Pero no lo conseguí. El cumpleañero empezó a tirarme los tejos. Empecé a pedirle que me dejara ir, gritando y apartándome. No sé cómo, pero conseguí soltarme y salir corriendo del compartimento. Corrí hacia el revisor. Pero no estaba allí. El cumpleañero borracho ya corría hacia mí. Llamé a mi novio y se lo conté todo. Se puso nervioso y prometió llamar a la policía al tren.
Gracias a Dios, por fin apareció un revisor. Le conté todo. Me ayudó. Me encontró un asiento libre en un compartimento con un matrimonio y otra chica. La revisora tenía miedo de entrar en un compartimento con tres hombres borrachos. Fue al vagón vecino y trajo a un revisor. Juntos fuimos al compartimento y cogimos mis cosas. Se lo agradecí sinceramente. Al fin y al cabo, me habían salvado de ya sabes qué.
En la siguiente estación, la policía entró en el vagón: mi novio les había llamado. Los revisores dijeron que ellos mismos habían resuelto la difícil situación. No dormí en toda la noche: no podía conciliar el sueño, recordando la mirada malvada del cumpleañero borracho mientras recogía mis cosas y salía del compartimento.
Por fin me dormí. Me desperté con un ruido. El cumpleañero borracho intentaba encontrarme por todo el vagón. Fue difícil calmarle a él y a sus amigos. No dormí en toda la noche: tenía mucho miedo de que volvieran. Incluso tenía miedo de salir del vagón. Pensaba que el tipo y sus amigos me perseguirían. Salí corriendo del vagón y corrí hacia el metro. Después tuve miedo de salir del dormitorio durante dos diosmas.
Después de aquel incidente, nunca volví a viajar en un compartimento. Viajar en un asiento reservado, a la vista de todo el mundo, sigue siendo mucho más tranquilo. Aunque no sea tan cómodo. Pero la vida y la salud son mucho más importantes que la comodidad.
¿No es cierto? ¿Le ha pasado alguna vez?