Querido diario, Hoy la calle estaba tan bulliciosa como siempre en primavera, cuando los madrileños finalmente

Su jefa, la directora del periódico, había dado la orden de que Sara llegara a tiempo al despacho de

Nací en una familia sencilla, cálida y extrañamente tranquila. Éramos cuatro hijos: dos hermanos mayores

¿Y si cambiamos de piso? dijo el vecino, casi como si estuviera anunciando el sorteo de la lotería.

Mamá, tú y papá tuvisteis a vuestro hijo para vosotros, no para mí, así que arregláos con vuestro pequeño Jaime.

Hoy has dicho que te casaste conmigo porque soy «cómoda» ¿Y qué? se encogió de hombros. ¿Acaso es malo?

Una anciana regaba los geranios que crecían en el alféizar de su ventana cuando, de pronto, Inés, su

«No sé qué hacer», me decía con la voz entrecortada por el llanto Luz Marina Álvarez, de sesenta años.

Luz, ¿y si volvemos a vivir al campo? No consigo acostumbrarme al bullicio de la ciudad; ya llevamos

¿No tienen familiares? ¿Para qué los trajiste? Qué lástima ¿Lástima? ¿Y a nosotros no nos importa?









