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Pagué el precio por la felicidad de mi hijo: cómo elegí personalmente a mi nuera perfecta en Madrid para asegurarme de que mi hijo encontrara el amor verdadero y la pareja ideal
Diario personal, 14 de marzo Hoy, pensando en todo el camino que me ha llevado a este momento, me doy
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¿A dónde vais? ¡Hemos venido a visitaros!
¡¿Adónde vais?! ¡Hemos venido a visitaros! ¡No soporto a tu hermana! exclamó Lucía, haciendo una mueca.
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— ¡André, ponte el gorro, hijo mío, hace frío afuera!
¡Andrés, ponte la gorra, hijo, que hace un frío que pela! No te preocupes, mamá, si no me helé en los
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Durante dos años, María fue simplemente la cuidadora de la madre de su esposo
Querido diario, Llevo pensando toda la tarde en los últimos años de mi vida. Dos años dos años siendo
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Aventuras de Alenka en la Tierra de los Sueños
Doña Eufrasia secaba con manos temblorosas las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas marcadas por
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– Nos vamos a quedar en tu casa por un tiempo, porque no tenemos dinero para alquilar un piso! – Me dijo mi amiga. Soy una mujer muy activa. Aunque tengo 65 años, sigo visitando lugares y conociendo a personas muy interesantes. Recuerdo con alegría y nostalgia mis años de juventud. ¡Entonces podías pasar las vacaciones donde quisieras! Podías ir a la playa, irte de acampada con amigos y compañeros, o hacer un crucero por cualquier río. Y todo era posible con muy poco dinero. Desgraciadamente, todo eso ya es cosa del pasado. Siempre disfruté conocer gente diversa. Encontraba nuevos amigos en la playa, incluso en el teatro. Muchos de mis conocidos siguieron siendo amigos durante años. Un día conocí a una mujer llamada Sara. En vacaciones, compartimos el mismo hostal y nos hicimos amigas. Pasaron varios años; a veces nos escribíamos cartas. Hasta que un día recibí un telegrama sin firma, simplemente diciendo: “A las tres de la madrugada llega el tren. ¡Espérame!” No entendía quién podía enviar algo así. Por supuesto, mi marido y yo no fuimos a ninguna parte. Pero a las cuatro de la mañana alguien llamó a la puerta. Abrí y no podía creerlo: allí estaba Sara, con dos chicas adolescentes, una abuela y un hombre, cargados con muchísimas cosas. Mi marido y yo nos quedamos en shock. Aun así, dejamos pasar a los inesperados invitados. Sara me preguntó: – “¿Por qué no viniste a recibirnos? ¡Te envié un telegrama! ¡Eso cuesta dinero! – Perdona, ¡pero es que no sabíamos quién lo había mandado! – Bueno, diste tu dirección. Aquí estoy. – Yo pensaba que solo nos íbamos a escribir cartas; nada más. Después, Sara me explicó que una de las chicas acababa de graduarse y quería empezar la universidad. El resto de la familia vino a apoyarla. – ¡Nos quedaremos en tu casa! No tenemos dinero para alquilar piso ni para hotel. Me quedé sin palabras. No éramos ni familia. ¿Por qué debía dejarlos vivir conmigo? Tuvimos que darles de comer tres veces al día. Trajeron algo de comida, pero no cocinaban nada. Simplemente se comían lo nuestro. Yo tenía que atenderles a todos. No aguanté más y, tras tres días, pedí a Sara y a los suyos que se marcharan. No me importaba dónde fueran. Se armó una bronca. Sara rompió platos y comenzó a gritar desesperada. Me quedé en shock por su actitud. Luego empezaron a recoger sus cosas. Incluso consiguieron robarme el albornoz, varias toallas y, de alguna manera, se llevaron una olla grande. No sé cómo la sacaron. ¡Simplemente desapareció! Así terminó mi amistad. ¡Gracias a Dios! Nunca más he tenido noticias de ella ni la he vuelto a ver. ¡Cómo se puede ser tan descarado! Desde entonces soy mucho más cuidadosa al hacer nuevas amistades.
¡Nos quedaremos contigo un tiempo, porque no tenemos dinero para alquilar un piso! me dijo mi amiga.
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Durante una hora observé a unos futuros padres que apenas habían terminado el instituto
Durante cerca de una hora, observé a dos futuros padres, casi recién salidos del instituto, como si fueran
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08
Mientras hay vida, nunca es tarde. Relato sobre una madre y el reencuentro familiar en una residencia de mayores
Mientras hay vida, nunca es tarde. Relato Bueno, mamá, como quedamos, mañana paso a por ti y te llevo.
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El día de mi boda recibí un mensaje del hijo del jefe: “Estás despedida. ¡Feliz día de bodas!
El día de nuestra boda recibí un mensaje del hijo de mi jefe: Estás despedida. Feliz día de boda.
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022
Esta no es tu casa Alicia recorrió tristemente la casa en la que creció desde niña. Con dieciocho años, ya se sentía completamente desencantada de la vida. ¿Por qué el destino era tan cruel con ella? Su abuela había fallecido y no consiguió entrar en la universidad por culpa de una compañera que copió de su examen y, tras entregar el ejercicio, le susurró algo al oído al examinador. Este la miró con severidad, le pidió ver sus respuestas y la expulsó de la prueba por supuesto plagio, sin que Alicia pudiera defenderse. Más tarde descubrió que aquella chica era hija de un rico empresario local. ¿Quién iba a atreverse a contradecirles? Y así, tras tantos reveses, reapareció en su vida su madre con dos hermanos y un nuevo marido. ¿Dónde habrían estado durante tantos años? Alicia fue criada por su abuela, ya que su madre solo estuvo con ella hasta los cuatro y no guardaba ni un recuerdo feliz de aquellos días. Mientras su padre trabajaba, la madre la dejaba sola para irse de fiesta. Y aun estando casada, seguía buscando “un hombre de verdad” y lo decía abiertamente, incluso cuando el padre murió de repente. Convertida en viuda, Tamara no tardó en rehacer su vida. Recogió sus cosas, dejó a la pequeña de cuatro años en la puerta de casa de la abuela y, tras vender el piso recibido de su difunto esposo, desapareció. La abuela Raquel intentó inútilmente apelar a su conciencia. Tamara solo aparecía de vez en cuando, pero se notaba que Alicia no le interesaba lo más mínimo. Una vez, cuando Alicia tenía doce años, Tamara llegó con Santi, que contaba entonces siete, y exigió que la casa quedase a su nombre. — No, Tamara. No conseguirás nada —se negó en redondo la madre. — Cuando mueras, será mío, de todas formas —contestó Tamara cruelmente, echó una mirada de fastidio a su hija que escuchaba desde la habitación, recogió a Santi y se marchó dando un portazo. — ¿Por qué cada vez que viene, os peleáis? —preguntó Alicia a su abuela. — Porque tu madre es una egoísta. Mala crianza fue la mía. Y la hubiese enderezado a tiempo si la hubiese sido más dura —resopló Raquel. La abuela cayó enferma de repente. Nunca había tenido problemas de salud. Pero un día, cuando Alicia volvió del colegio, encontró a la abuela, siempre tan activa, sentada muy pálida en el balcón. Jamás la había visto así, sin hacer nada. — ¿Todo bien? —se preocupó Alicia. — Me encuentro mal… Llama a una ambulancia, Alicia… —pidió la abuela con calma. Luego llegaron las inyecciones, el hospital… y finalmente la muerte. Raquel pasó sus últimos días en la UCI, donde Alicia ni podía visitarla. Desesperada de miedo por el bienestar de su abuela, llamó a su madre. Al principio Tamara se negó a venir, pero accedió cuando se enteró de la gravedad. Solo llegó para el entierro. Y tres días después, puso el testamento sobre la mesa: — Esta casa me pertenece ahora —a mí y a mis hijos—. Pronto llegará Óscar. Ya sé que no te llevas bien con él. Así que, mejor vete una temporada donde tía Carmen, ¿entiendes? Su voz no traía ni una pizca de pesar. Casi parecía alegrarse por la herencia de Raquel. Alicia, derrotada por la pena, no pudo luchar. Y mucho menos con un testamento tan claro. Así que, durante un tiempo, vivió con tía Carmen, por parte de padre. Pero Carmen era una mujer volátil y aún soñaba con prosperar en la vida, por lo que su casa se llenaba de fiestas y de invitados medio ebrios, que a veces hasta se interesaban por la propia Alicia, quien se sentía horrorizada. Contándoselo a su novio Pablo, la respuesta la sorprendió y alegró: — ¡No puedo permitir que tipos mayores te acosen! —protestó airado, pero decidido, pese a sus diecinueve años— Hablaré con mi padre hoy mismo. Tenemos un pisito de una habitación en las afueras. Mi padre me prometió que podría vivir ahí solo cuando entrara en la universidad. Yo he cumplido, ahora le toca a él. — Pero… ¿y yo? —dudó Alicia. — ¡Pues vivimos juntos! — ¿Y tus padres lo permitirán? — ¡No tienen elección! Considera esto una propuesta en firme: ¿quieres casarte conmigo y compartir piso? Alicia, al borde de las lágrimas de felicidad, asintió: — ¡Por supuesto que sí! La tía se alegró al oír la noticia y la madre casi rechinó los dientes: — ¿Que te casas? ¡Menuda lista! No has entrado en la universidad, pero bien que te buscas acomodo por otro lado… No esperes dinero de mi parte, y la casa es mía. ¡Tú no recibirás nada! Esa reacción hirió profundamente a Alicia. Pablo solo pudo entender entre sollozos lo que había sucedido y se la llevó a su casa, donde sus padres la acogieron y consolaron con té. Andrés escuchó con atención la historia de penurias de la futura nuera, casi tantas como otros en toda una vida. — ¡Qué pobrecita, hija! ¡Qué mujer la madre tuya! —exclamó la madre de Pablo al oír lo que Tamara había dicho. — Pero yo me pregunto otra cosa… —intervino Andrés pensativo— ¿Por qué se obsesiona tanto tu madre con la casa si hay testamento? — No sé… —sollozó Alicia— Siempre discutía con la abuela por la casa. Primero pedía que la vendiera para quedarse el dinero, luego quería que estuviera a su nombre. Y la abuela nunca aceptaba. Decía que si lo hacía acabaríamos todas en la calle. — Es todo muy raro. Dime, ¿fuiste al notario tras la muerte de tu abuela? — No… ¿Para qué? —se extrañó Alicia. — Para reclamar el derecho de herencia. — Pero la heredera es mi madre. Yo solo soy nieta. Y tiene el testamento. Hasta lo vi, me lo enseñó. — La cosa es más compleja —replicó Andrés—. Después del fin de semana iremos juntos a Notaría. Ahora, a descansar. En ese tiempo, Alicia volvió a ver a su madre, que llegó con unos documentos para que ella los firmase. Pero Pablo intervino: — ¡Alicia no firmará nada! — ¿Y tú quién te crees? ¡Ella es adulta y decide sola! —rezongó Tamara. — Soy su futuro marido y creo que firmar podría perjudicarla, así que de momento no firma nada. Tamara se desató en insultos, pero tuvo que irse sin lograr nada, lo que aumentó las sospechas de Andrés. Unos días después, acudieron juntos al notario: — Escucha y revisa bien antes de firmar nada —le advirtió. Pero el notario fue honesto. Registró la declaración de Alicia y al día siguiente confirmaron la apertura de la herencia para ella. Resulta que Raquel tenía una cuenta de ahorros para pagarle los estudios a su nieta. Alicia no sabía nada. — ¿Y de la casa? —preguntó Andrés. — Respecto a la vivienda, se firmó hace años una donación a favor de la señorita Alicia. No hay más documentos. — ¿Cómo? ¿Donación? —se sorprendió Alicia. — Su abuela vino hace años y le donó la casa. Ahora, con dieciocho cumplidos, dispone de todos los derechos sobre ella. — ¿Y el testamento? — Es anterior, quedó anulado. Seguro su madre no lo sabe. La casa es suya, puede vivir donde siempre. Las sospechas de Andrés eran ciertas. — ¿Y ahora qué hago? —se angustió Alicia al salir del notario. — ¿Cómo que qué? Debes avisar a tu madre: la casa es tuya y debe marcharse. — ¡Jamás lo aceptará! Ya hasta me ha sacado mis cosas para echarlas fuera. — Para eso está la policía. Cuando Alicia comunicó la noticia, Tamara se enfureció: — ¡Desgraciada! ¿Vas a echar a tu madre? ¡Fuera de aquí! ¿Crees que me creo tus cuentos? ¿Fue idea de tu novio y su padre? ¡Has encontrado tu par! Tengo un papel que dice que la casa es mía. Hay testamento donde soy la única heredera. — ¡Eso! Largaos, o os parto las piernas —intervino Óscar, que contemplaba la escena con odio. Andrés, firme, no se movió. — Le advierto, caballero, que amenazas y coacciones son delitos —dijo educadamente, pero contundente, Andrés. — ¿Perdón? ¿Y tú quién eres para hablarme así? ¡Idos! ¡La casa se vende! Pronto vendrán los compradores a verla. En vez de compradores, llegó la policía. Entendieron la situación y exigieron que Tamara y los suyos desalojasen la vivienda, advirtiendo de posibles cargos penales. Tamara, su marido y sus hijos montaron en cólera, pero no pudieron hacer nada. Alicia pudo volver a su casa. Pablo decidió mudarse con ella, temiendo que el marido de su madre la amenazara, y tenía razón. Tamara y Óscar molestaron a Alicia durante meses. Al saber que existía una cuenta bancaria de Raquel, Tamara también reclamó legalmente la parte correspondiente, y una parte se le concedió como heredera. Pero la casa nunca la consiguió. Solo dejó de acosar a Alicia cuando todos los abogados le dieron la razón a su hija. Entonces, se marchó con los suyos y nunca más volvieron a hablarse. Alicia y Pablo se casaron. Un verano después, Alicia entró a la universidad siguiendo su vocación y, en el tercer curso, tuvo a su primer hijo. Siempre estaría agradecida a Pablo y sus padres por ayudarla en el peor momento de su vida y, desde entonces, fue feliz. Autora: Odette — — El enigma La casa era antigua pero bien cuidada. Había estado poco tiempo vacía, no llegó a deteriorarse ni a llenarse de maleza. “¡Menos mal! —pensó María—. A uno no le quedan ya hombres a estas alturas. Y dudo que los tenga. Yo no soy una de esas ‘supermujeres a la española’ que saben de bricolaje, caballos y rescatar pueblos enteros”. Subió al porche, sacó la llave del bolso y abrió el candado de la puerta. *** Aquella casa, quién sabe por qué, se la había dejado en herencia la tía abuela Lucia. Una anciana apenas conocida, aunque de la familia. Extraño, pero vaya usted a saber cómo funciona la mente de esos abuelos venerables. Debía rondar el siglo de vida, calculaba María: su parentesco no quedaba claro, algo así como sobrina-nieta o prima segunda. Si acaso, modista y cocinera de las buenas en la familia. Había visitado la casa siendo muy joven. Pero ya entonces la tía Lucia era mayor y prefería la soledad, sin molestar a nadie ni pedir favores. Y de repente, se fue. Cuando avisaron a María de que la abuela había muerto en el pueblo de Enigma, tardó en deducir que se trataba de la tía Lucia. Menos aún imaginaba que le dejaría su casita y una buena parcela —doce áreas— a ella. — ¡Un regalo para la jubilación! —bromeó su marido Miguel. — ¡Venga ya! Para eso quedan años luz… Solo tengo cincuenta y cuatro, y seguro que cuando llegue ya habrán alargado la edad otra vez. Así que es solo un regalo… aunque no entiendo el motivo, casi ni supe que estaba viva hasta hace poco. En fin, no es momento para quejarse. Si lo han regalado, se aprovecha. — ¡O se vende! —se frotó las manos Miguel. *** Menos mal que no lo vendieron. Porque un par de meses después de convertirse en terrateniente, María recibió otra sorpresa. Pero esta vez nada grata: su querido Miguel la engañaba. Así, sin más, a estas alturas… Cosas de la edad madura, traición inesperada…
Esto no es tu hogar Elena recorrió la casa con una melancolía viscosa, como en una calle de Toledo donde
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