Hice rodar el cochecito de bebé por el camino del parque, mirando al bebé que dormía en él. Sólo tenía tres meses. Yo había sido su padre durante tres meses, y mi mujer llevaba tres meses fuera. El parto fue duro, ella no sobrevivió. Y los médicos se habían reído durante semanas antes y habían dicho: “No pasa nada, todo el mundo da a luz, tú también lo harás”. Ahora era doloroso recordar ese momento. Todos los planes que habíamos hecho, nuestro futuro feliz, se habían esfumado, y me quedé sola con un bebé de tres meses. Mis padres y mi suegra se esforzaron por ayudar, pero todavía no están en edad de sentarse en la jubilación y no hacer nada, porque yo soy la que está de baja por paternidad y todos ellos trabajan, ayudando más económicamente. Y parece que tengo suficiente dinero, he encontrado un trabajo a tiempo parcial desde casa: tramito solicitudes en una tienda online, y no está mal. Pero realmente echo de menos la comunicación y el apoyo moral. Y por eso salgo a pasear más a menudo. Siempre hay un montón de madres jóvenes por aquí, también hay niños mayores paseando después del colegio, y la gente mayor siempre está paseando.
– Ben -mi tocayo, Ben- me saludó desde lejos, saltando del banco donde estaba sentado y dando de comer pan a las palomas.
Salí al parque principalmente por este hombre. Nos conocimos hace un mes. Estaba tan estúpidamente confundida, el bebé estaba llorando, el chupete se cayó y no lo encontraba en un montón de mantas, incluso se me cayó el biberón con la leche de fórmula y se derramó todo… y este amable hombre saltó hacia mí y me ayudó a recoger todo y a calmar al bebé. Después fuimos a dar un paseo los tres. Hablé con el anciano y descubrí que era un hombre solitario como yo. Él mismo tuvo una familia hace mucho tiempo, pero su mujer y sus dos hijos murieron en un incendio ocurrido en los años ochenta. Todavía los echa de menos, no puede construir una nueva vida y es viejo, pero sale al parque, igual que yo, para tener compañía.
– ¿Cómo está el niño? – Preguntó el abuelo, con cariño, mirando hacia el cochecito del bebé. – Qué lindo dormilón, ¿no durmió mucho anoche? Y tu papá tampoco durmió, por lo que veo…
Me reí, asintiendo en señal de confirmación.
– Acabo de ponerlo a dormir en una cama y quiere volver histérico.
– Y tratas de no arrullarlo, meciéndolo, y sólo lo envuelves en una manta caliente y caminas tranquilamente por la habitación con él. No hay que acostumbrarlo a mecerse, o tendrás que mecer la cama todo el tiempo.
Asentí con la cabeza, haciéndole saber que tendría en cuenta el consejo y que definitivamente lo intentaría. Y seguimos caminando por el parque.
– ¿Qué tal estás? ¿Cómo están tus rodillas? – tradicionalmente comencé a preguntarme por la salud del abuelo.
– Oh, como siempre: crujen, duelen, y pueden decir mejor que cualquier pronóstico si va a llover o no…
A menudo siento que no tengo cerca a una persona cercana a la que pueda confiar todo y que me ayude a ser un buen y correcto padre, tampoco tengo un buen amigo, pero Ben ha irrumpido sin querer en mi vida y en la de mi hijo, y ahora ya no me siento tan solo. Por eso me encantan los paseos por el parque y los conocidos inesperados: puedes conocer accidentalmente a un amigo, como si no estuvieras buscando a nadie.