Mi hija es mi vida. Ahora, literalmente. Aquel invierno tuve que coger un día de baja por enfermedad porque Alina se puso enferma de la garganta. Tenía mucha fiebre, llamamos a una ambulancia por ella más de una vez. Mi mujer siguió yendo a trabajar, ya que llevaba un proyecto importante, y yo cuidé del bebé. Durante el día me aseguraba de que comiera bien y le hiciera gárgaras en la garganta, le bajaba la temperatura si lo necesitaba, y sin darme cuenta yo también me ponía enfermo. En realidad, no me preocupaba por mí misma.
Esa mañana de invierno me sentí muy mal. Le di a Alina unos antitérmicos y me tomé una pastilla, que no fue suficiente. No tenía energía para hacer nada, y mi hija y yo nos sentamos en la cama mientras ella jugaba con las muñecas. En algún momento se me hincharon los ojos y caí en la oscuridad total. Y Alina no se confundió. Llamó a mi madre desde su tableta, diciéndole que estaba dormido y que no me despertaba, ni siquiera cuando me hacía cosquillas. Esto asustó mucho a mi mujer, que llamó a una ambulancia a casa y vino corriendo desde el trabajo.
Los médicos dijeron que mi temperatura había subido a 41 y que casi me quemaba. Alina evitó ese desenlace con su llamada, sin darse cuenta de lo mucho que me ayudó.