Cuando el padre de mi mujer estaba de viaje de negocios en otra ciudad, mi mujer y yo nos quedamos con él una temporada. También ayudábamos a su abuelo materno, que vivía enfrente de nuestra casa. Los días en que el padre de la mujer, Christian, volvía a casa, lo cual era muy raro, nunca encontraba contacto con su abuelo.
Su suegro tiene 59 años, y su padre ronda los noventa. Su abuelo no era muy educado y siempre discutía todo lo que le decían. Lo más extraño es que las peleas se debían a diversas nimiedades, por ejemplo, llevarle demasiados caramelos a su nieta, o decirle a su mujer cómo tiene que lavar las camisas, o darle dinero, a pesar de que ya vivimos en la prosperidad.
No hemos podido averiguar por qué lo hace. Cada vez que llama nos pregunta si nos hemos quedado sin dinero. La respuesta es siempre la misma, no, no necesitamos nada. Pero aun así viene y nos trae un montón de cosas y, por supuesto, dinero.
Además, nos recuerda constantemente que su suegro tiene que registrar su herencia por nosotros, aunque no vaya a legar su piso a nadie.
Después de otra típica discusión, viene a verme, y justo en ese momento Christian ha salido de casa, y empieza a decir que nuestro padre “no está en casa“. Me explica que su suegro está trabajando demasiado y que tiene crisis nerviosas. Me dice que le ayude con las tareas domésticas y que le dé un respiro. Me quedo helada.
La verdad es que casi todas las tareas domésticas las hago yo. Siempre lavo los platos, saco la basura y me tuteo con la lavadora. Es decir, mi suegro nunca se siente incómodo.
Christian nunca me hizo ningún comentario, puedo decir que éramos amigos de verdad. Así que le dije que ya estaba haciendo todo lo que tenía que hacer.
Mi abuelo se levantó y dijo: “¡No le cuentes a nadie nuestra conversación, no quiero conflictos!” Y se marchó. Y yo me quedé sentado a la mesa, escandalizado por semejante invitado. Parece que no entiendo nada. Pero algo extraño ocurre en esta familia.
