Ahora vivo en el pueblo, porque les di a mis hijos un apartamento

– Mamá, ¿cómo puede ser esto? ¿Nosotros nos vamos a vivir cómodamente y tú estás sola en una casa de pueblo?
– No te preocupes, Anna. Ya me siento con los pies en la tierra.

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María tomó una decisión difícil. Los cuatro vivían en un pequeño apartamento de una habitación. Y ya no necesitaba cuidar de su nieto, Juan había crecido.

María heredó una pequeña cabaña de su abuela. Sí, estaba lejos de la ciudad, pero ¿por qué iba a aferrarse a ella? Le encantaba el campo, y el aire pesado de la ciudad se había vuelto pesado con los años. Cuando era pequeña, sus padres la traían a menudo de vacaciones. Le gustaba estar aquí y sentía nostalgia cuando veía su tierra natal.

Quería que sus hijos vivieran en paz. Veía lo nervioso que estaba su yerno y estaba cansada de esas peleas por nada. María soñaba con recuperar el manzanar y plantar un parterre con sus flores favoritas.
Organizó la mudanza en un día. Sus hijos la convencieron para que se quedara, pero ella se negó a dejarse convencer.

Y ahora está allí, mirando la casa de su abuela. Todo estaba cubierto de hierba, la valla se había caído al suelo y el interior olía a humedad y vacío. Inmediatamente, se puso a limpiar y a poner todo en orden. Por la tarde, la casa estaba en perfecto orden.

Por la mañana, fue a la tienda, compró pintura para actualizarlo todo y, de camino, se encontró con sus vecinos. De lejos, vio a un hombre en la puerta de la casa.

– “Buenas tardes”, le saluda María.
– Hola. Soy Paul, tu vecino. ¿Ha venido para quedarse o solo de visita? Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela.
– Gracias, lo tendré en cuenta. Estoy aquí por el bien. Vamos a tomar una taza de té, celebrar la inauguración de la casa y conocernos mejor.

Se sentaron en el porche durante largo rato y hablaron de la vida. Paul era viudo, su hijo se había marchado a la ciudad y rara vez se acordaba de su padre. María compartía los detalles de su vida con su vecino. Ambos se dieron cuenta de que tenían mucho en común.

Paul se convirtió en un visitante frecuente. Al día siguiente, ya había reparado la vieja valla y remendado el tejado. Y por las tardes hablaban abiertamente, porque ni ella ni él necesitaban a una persona cercana. Así se encontraron dos personas solitarias, dos almas gemelas.

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Ahora vivo en el pueblo, porque les di a mis hijos un apartamento