Adam no era un marido perfecto, pero la forma en que se comportó en la tienda fue la gota que colmó el vaso.

Sandra fue criada por su abuela, y su madre se había casado y tenía hijos y vivía en otra ciudad. No tenía ningún interés en su hija.

Después de su abuela, la persona más cercana y querida era su vecina, la abuela Emma. La abuela era amiga suya y para Sandra era una segunda abuela. La visitaba a menudo y a veces le compraba todo tipo de cosas. Sandra se había casado recientemente. Ella y su marido vivían en su apartamento. Pero en la vida de casado, Adam no era tan galante y culto como antes de la boda.

Por la tarde, después del trabajo, Adam se reunía con su mujer en la tienda. Tenían que comprar comida. Entraron juntos, y cuando llegaron a la caja registradora, Adam se apartó y se mantuvo al margen. Después de pagar sus compras, Sandra esperaba entregarle los paquetes. Cuando se dio la vuelta, no lo vio, había salido de la tienda. -Adam, coge las bolsas, por favor, son pesadas.
– ¿Por qué tienes que llevarlas tú?
-Aunque sólo sea porque tú eres un hombre y yo una mujer y las bolsas pesan.
-Y qué si soy un hombre, no soy pequeño, puedes llevarlas tú. No soy un pelele para llevar tus paquetes.

dijo Adam y se adelantó rápidamente, sabiendo que su mujer no podría alcanzarle. No estaba lejos de la casa, pero los paquetes eran pesados. Ella pensó que Adam estaba bromeando y que volvería enseguida. Pero no, no estaba bromeando, se fue de verdad. Sus amigos le aconsejaron que dijera su palabra de hombre y sacara a su mujer. Un hombre debe decidir lo que debe hacer, no su esposa dictar.

-Adán, ayúdame, ¿a dónde vas? -gritó Sandra tras él. Sabía que las bolsas eran realmente pesadas, porque él mismo había puesto los productos en la cesta. Pero no se detuvo. Sandra siguió caminando, apenas capaz de contener las lágrimas. Quería tirar los paquetes, pero como en un sueño siguió llevándolos. Cuando llegó a la entrada, se sentó en un banco. De resentimiento quiso llorar. Sabía por lo que estaba pasando, lo hizo a propósito.

-¡Hola, Sandra! Dijo la abuela Emma.
– Hola, venía a verte. De nuevo Sandra cogió los paquetes y se acercó a ella. Le entregó todas sus compras. La abuela estaba en el séptimo cielo, pues con su pensión no podía permitirse todo. Tras despedirse de su abuela con un beso, subió a su habitación. En cuanto abrió la puerta, su marido salió inmediatamente a su encuentro, anticipándose a las deliciosas compras.

-¿Dónde están los paquetes?
– ¿Qué paquetes? ¿Los paquetes que me ayudaste a llevar? – preguntó ella con calma.
– Vamos, ¿te has ofendido?
– No, no me he ofendido.

Adam esperaba que ella empezara a maldecir, a gritar, pero estaba sorprendentemente muy calmada.

lava esperaba que empezara a jurar, a gritar, pero estaba sorprendentemente muy calmada. Mi marido probablemente necesita un hombre.
-No lo consiguió.
-Pensé que tenía un hombre a mi lado, pero no quieres una mujer a tu lado, quieres un hombre que cargue con cosas pesadas.

Sandra entró en silencio en el dormitorio, recogió su maleta y lo echó de su apartamento. Sabía que si se quedaba callada ahora, luego sería demasiado tarde. La próxima vez sería peor.

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Adam no era un marido perfecto, pero la forma en que se comportó en la tienda fue la gota que colmó el vaso.